El clásico que perdimos todos
El promocionado River-Boca más esperado de la historia y la imagen más triste de nuestro fútbol se vieron ayer.
El cambio de planes fue para todos. No sólo para aquel hincha que se acercó al Monumental para asistir a una fiesta y se encontró con una “amansadora” de incertidumbre inconducente. También lo fue para jugadores, dirigentes y, por supuesto, periodistas.
La consigna de escribir algo sobre este partido, se inició con el desafío de intentar ubicar al encuentro que debía jugarse ayer, en un listado de los más trascendentes que se hayan disputado en nuestras canchas. Y por más que la historia futbolera de este país es inmensa e infinita, era difícil encontrar uno similar a este, con tanto en juego y justamente entre los dos clubes más populares del fútbol nacional.
Pero un par de horas antes del inicio del partido, el enfoque cambió. Ni siquiera hizo falta la confirmación de su suspensión del cotejo, porque su relevancia, después de los incidentes, ya había pasado a un nivel secundario. El papelón, la vergüenza y la indignación habían ganado la final. Y por goleada.
El “clásico de todos los tiempos” terminó siendo una nueva pesadilla para el deporte argentino. Casi como si se tratara de una funesta recordación a 50 años de la peor tarde futbolera, aquella consumada en el mismo estadio y con idénticos colores: la vivida el 23 de junio de 1968, en un episodio conocido como “la tragedia de la Puerta 12”, en la que 71 hinchas murieron aplastados al final de un insípido 00. El bendito “folklore” de la rivalidad, abre cada día más la brecha de la intolerancia y deja en ridículo a dirigentes como Daniel Angelici (presidente de Boca) o Alejandro Domínguez (de Conmebol), quienes creen que los partidos se malogran “por unos pocos”, cuan- do la realidad indica que los violentos, lejos de ser erradicados, se multiplican.
Antecedentes al por mayor. Hace sólo tres años, el 14 de mayo de 2015, el superclásico había ofrecido su peor versión. En el famoso incidente de la Bombonera, Adrián “Panadero” Napolitano, un anormal hincha local que fue condenado a tres años de tareas comunitarias, le arrojó gas pimienta a los jugadores millonarios, en un incidente que derivó en un triunfo de escritorio para River. ¿Similitudes con lo de ayer? Bastantes, aunque la mayor coincidencia es repetida: la irracionalidad de todos los estamentos, un verdadero clásico.
Pero las interrupciones y broncas en los River-Boca vienen de lejos. De hecho, el primer clásico profesional no terminó: el 20 de septiembre de 1931, en la vieja cancha de Boca, el encuentro se suspendió a los 27 minutos, luego de que el local llegara al empate (1-1) por un tanto de Francisco Varallo. El tanto fue largamente protestado por tres jugadores de los de Núñez (Camilo Bonelli, Pedro Lago y José Belvidares), quienes fueron expulsados y terminaron en la comisaría por agresión al juez Enrique Escola. El Tribunal le dio por ganado el partido a Boca por 1-0.
Las siguientes suspensiones recayeron en varios encuentros no oficiales, uno de ellos realizado en Córdoba, en cancha de Talleres, pero por motivos ajenos a la violencia. El 22 de abril de 1964, los tradicionales adversarios chocaron en la Boutique en el marco de un cuadrangular, pero ofrecieron un espectáculo tan pobre, que los espectadores forzaron la suspensión en reclamo de la actuación de los futbolistas.
El promocionado clásico más esperado de la historia, tal vez se juegue hoy. Pero difícilmente la historia lo recuerde como se anticipaba en la previa. La vergüenza le robó el protagonismo y perdimos todos.