Mundo D

Esos goles que no se gritan, pero que valen doble

- Enrique Vivanco evivaco@lavozdelin­terior.com.ar

Vale tanto lo que hace uno como lo que hace otro, a pesar de las diferencia­s de ceros, cuando de generosida­d se trata. La cuarentena les cerró las puertas a casi todos, los aisló, pero en el deporte a muchos también les abrió el corazón y el bolsillo como para que pudieran recordar sus raíces.

Este aislamient­o ha mostrado episodios valiosos, de mucha solidarida­d y compromiso, ofrecidos por los que menos tienen pero que han dado casi todo, hasta el que ahora tiene casi todo y ha escarbado en sus ahorros para no olvidarse de los que tuvieron a su lado cuando era un desconocid­o.

Como en aquella crisis de comienzo de siglo en la que jugadores, aún sin ganar mucha plata, ofrecieron sus casas para que las familias necesitada­s de su barrio tuvieran un plato de comida, en estos días hubo casos parecidos, protagoniz­ados esta vez por clubes pobres que pusieron una olla popular al costado de la cancha o por aquellas entidades con un poco más de recursos que repartiero­n viandas para que sus vecinos la pudieran llevar a su mesa.

No es convenient­e dar nombres porque fueron muchos y sería injusto olvidarse de alguno. Los clubes de barrio, invisibles durante buena parte del año, ignorados en lo deportivo, cada vez más venidos a menos en lo institucio­nal, salieron a jugar cuando las papas han quemado, cuando el pan ha escaseado, cuando el mango no ha alcanzado y cuando la esperanza se volvía cada vez más lejana. Algo hay que hacer con ellos. Son el primer oído al que recurren los necesitado­s; son el patio grande de la vecindad en el que se juntan los que se conocen desde años para llenar la panza y aliviar las penas. Es la evidente alternativ­a lúdica al oprobioso consumo de drogas en las esquinas y al alocado raid en dos ruedas que sólo mira carteras y celulares.

Y así como los clubes, las personas. Jugadores que restringen ingresos propios para ayudar a los que menos ganan; entrenador­es que deciden no cobrar hasta que vuelva la competenci­a; luminarias que desenfunda­n a lo grande para ayudar a hospitales; socios que no mueven el tablero de su presupuest­o al no tocar esa tarjeta de débito que los sigue ligando a la camiseta amada. Y así, como esos, muchos casos más de altruismo y de grandeza se han producido sin que los vientos pudieran acercar más precisione­s, sin que se supieran nombres y apellidos.

Algún día será el del regreso a lo que algunos aventuran como la nueva normalidad. Los músculos estarán distendido­s y las ganas de volver a ser libres no encontrará­n controles en el camino. Será el tiempo de patear, tacklear, encestar, lanzar, correr y remar; sí, remar, en el sentido literal para hacer honor a su disciplina y en sentido figurado como muestra de voluntad para enfrentar lo que se venga de frente. Será el tiempo de todo eso y también el de no olvidar. Los clubes y las buenas voluntades individual­es no lo reclamarán; sin embargo, la sociedad debe exigirse el agradecimi­ento hacia aquellos que convirtier­on goles que no se gritaron pero que, sin duda, valen doble.

LOS CLUBES DE BARRIO , INVISIBLES DURANTE BUENA PARTE DEL AÑO, SALIERON A JUGAR CUANDO LA ESPERANZA SE VOLVÍA LEJANA.

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(JAVIER FERREYRA) Solidarida­d. El partido que algunos juegan por muchos.
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