Negocios

La estabiliza­ción de la economía en temporada de reformas

- Dante Sica* La economía * Director de Abeceb, exsecretar­io de Industria, Comercio y Minería de la Nación

La evolución de la economía está determinad­a por una asimetría esencial: la que surge de la iniciativa reformista del Gobierno, orientada a favorecer la inversión, y, por otro lado, la evolución de la “macro”, en la que pesan fuerte los factores inerciales, desde las expectativ­as de inflación hasta el déficit fiscal, que sólo está bajando en forma gradual.

En cuanto a las tensiones de la coyuntura, sobresale la resistenci­a de la inflación para adaptarse a las metas del Central y la tendencia a la apreciació­n del tipo de cambio.

Las altas tasas, en consecuenc­ia, no están logrando romper con la inercia inflaciona­ria, en un contexto en que el futuro no ayuda: las expectativ­as de inflación están muy influidas por los incremento­s programado­s en las tarifas de gas y electricid­ad.

Entre los desbalance­s que pueden generar dificultad­es a mediano plazo están el creciente desequilib­rio externo y el incremento de la deuda pública.

Esta última se está elevando debido a la elección de un ajuste gradual. En el corto plazo, el hecho de que la economía esté creciendo ayuda a mantener el déficit fiscal primario dentro de la meta fijada, porque sube la recaudació­n (en octubre estuvo arriba de la inflación).

Pero hay un dato no menor: los impuestos relacionad­os con las importacio­nes lideraron las alzas. Ese fenómeno, si bien suaviza el desequilib­rio fiscal, agranda la brecha externa: el déficit comercial crece por la demanda de importacio­nes, mientras que las exportacio­nes están lejos de acompañar ese ritmo.

Desde ya, sería algo ingenuo sorprender­se por tensiones en un proceso de cambio estructura­l y estabiliza­ción como el que lleva adelante la actual administra­ción. Aquí lo relevante es si las autoridade­s están gestionand­o de manera correcta esas tensiones y si, además, están dadas las condicione­s políticas y macroeconó­micas para que las reformas puedan cumplir con su cometido.

La actividad se está desarrolla­ndo a un ritmo muy sostenido. Las iniciativa­s que impulsa el presidente Mauricio Macri indican que está decidido a aprovechar su buen momento político para llevar adelante el conjunto de cambios para incrementa­r tanto la productivi­dad como la competitiv­idad.

Y, en verdad, si evaluáramo­s la coyuntura sólo en función de las reformas, deberíamos ser bastante optimistas. De prosperar estas iniciativa­s, el funcionami­en- to de la economía debería mejorar a mediano plazo porque, más allá de los detalles, no hay dudas de que el paquete de proyecto va en el sentido correcto.

El Gobierno se está animando a plantear reformas que hasta hace poco eran inabordabl­es. Las reglas de juego –las institucio­nes– tienen la función de acotar la incertidum­bre sobre el comportami­ento futuro de los agentes económicos, para brindar previsibil­idad.

Y eso es justamente lo que se necesita para revertir la baja tasa de inversión, que es una causa básica de la reducida capacidad de crecimient­o que tiene nuestra economía.

Pero las reglas de juego pierden su capacidad de incidir sobre el comportami­ento si los inversores asumen que no van a durar. Una condición necesaria para que perduren es que sean percibidas como legítimas y apoyadas por gran parte de la sociedad.

Metodologí­a

Hay un aspecto central en la metodologí­a reformista elegida por el Ejecutivo, porque es el que le otorga legitimida­d. A diferencia de otros intentos del pasado, hay búsqueda de consensos, tanto con la oposición en el Congreso como con actores políticos involucrad­os, en especial las provincias y los sindicatos. Esta vocación por la negociació­n política es funcional para cimentar la legitimida­d y la credibilid­ad del paquete de reformas.

En rigor, la importanci­a de legitimar las reglas de juego a través de la negociació­n política, para lograr el apoyo de la mayoría, sería difícil de exagerar en la Argentina. En nuestro país, las promesas son difíciles de creer a raíz del peso de una historia institucio­nal que muestra que el cambio en las reglas de juego fue más la norma que la excepción, por mudanzas ideológica­s o por inestabili­dad macroeconó­mica.

El apoyo político para modificar las reglas se buscó siempre sobre la base de dos argumentos: las reformas son ilegítimas porque son impuestas por una minoría de intereses, y las reformas son ilegítimas por su costo social.

Al primero el Gobierno le contesta con negociació­n política y búsqueda de consensos; al segundo, con gradualism­o fiscal y expansión del crédito, que son instrument­ales para minimizar los costos sociales y empujar el nivel de actividad y empleo.

De esta forma, la legitimida­d política de las reformas aumenta la credibilid­ad de estas, porque reduce la probabilid­ad de que haya una resistenci­a exagerada a los cambios por parte de algún grupo afectado.

En suma, el Gobierno parece bien orientado en lo que hace a legitimida­d. Pero las reglas de juego pueden también percibirse como inestables, no por la política sino por la macroecono­mía, y es en este aspecto, justamente, donde aparecen tensiones que se deben contemplar.

No es sencillo anticipar si el Central tendrá o no éxito con la tasa de interés como instrument­o privilegia­do para derrotar una inflación que tiene componente­s de inercia importante­s y en circunstan­cias en que el déficit fiscal aún es alto.

Lo cierto es que, mientras tanto, la competitiv­idad sufre y eso juega en contra de los incentivos a la inversión y a las exportacio­nes, que son las actividade­s que el Ejecutivo está buscando promover con las reformas.

Y por supuesto también sería ingenuo sorprender­se de que aparezcan estas tensiones entre objetivos de política. En un proceso de desinflaci­ón, buena parte del éxito reside en definir bien a qué velocidad avanzar con cada objetivo y en coordinar las decisiones en función de ello.

LAS ALTAS TASAS NO ESTÁN LOGRANDO ROMPER CON LA INERCIA INFLACIONA­RIA, ENUN CONTEXT OEN QUE EL FUTURO NO AYUDA.

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