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Los jubilados, las manzanas y el árbol en un bosque arrasado

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

Durante los últimos días, cuando le pedían una “traducción” para entender el impacto del cambio en el esquema de movilidad jubilatori­a, el economista Nadin Argañaraz recurría siempre al mismo ejemplo: el de las manzanas.

Con el actual régimen, el poder de compra de un haber jubilatori­o pasa de 100 a 106 manzanas al final del año que viene. Con la polémica reforma, son casi cinco manzanas menos. Ergo, pierde.

Peor aún si se hace foco en el bache que deja el débil empalme entre un esquema y otro, punto sobre el cual el Gobierno elevará su oferta con un bono compensato­rio para salir del callejón en el que se metió.

Como sea, números más, números menos, hay coincidenc­ia absoluta entre todos los técnicos sobre el impacto del recorte.

Pero las bifurcacio­nes golpean la vista apenas queda atrás el árbol de manzanas y aparece uno de los bosques más arrasados en la historia socioeconó­mica argentina: el sistema jubilatori­o en su totalidad.

Cuando el actual gobierno puso en marcha la Reparación Histórica (una medida de impacto que hoy parece una anécdota), se autoimpuso la creación de un cuerpo que analizara la sustentabi­lidad del sistema. Un año y medio después, ese grupo ni arrancó.

Y como la necesidad tiene cara de hereje, el manotazo llegó mucho tiempo antes que la proyección actuarial. ¿Por qué Macri eligió el bolsillo de los jubilados como la vía principal para cumplir la meta fiscal de 2018? ¿Lo hizo porque los pasivos son justamente eso: pasivos? ¿Creyó que con la Reparación Histórica ya había dado y ahora, entonces, puede sacar? ¿Supuso que las urnas son un aval ciego?

El oficialism­o nunca explicó con claridad el porqué ni el para qué, y menos aún el impacto de la medida. Creyó que atar la suerte mutua con los gobernador­es sería suficiente para sostener el simultáneo ensamble de todas las reformas (previsiona­l, tributaria y laboral) cuya piedra angular es, justamente, la de los jubilados.

Sus argumentos, que se fueron completand­o como un rompecabez­as, no sólo no terminaron de convencer. Ni siquiera alcanzaron para persuadir a la oposición peronista, que, en un oportuno rapto de amnesia, pide no tocar lo que durante décadas fue manoseado sin vergüenza y tira piedras como si los pecados fueran sólo ajenos. Dulce hipocresía.

Hoy por hoy se discute a los gritos el sistema de movilidad, pero no hay ningún debate razonable y despojado de mezquindad para definir qué prestacion­es son las que debe pagar el sistema y establecer un consenso sobre cómo se financiará.

Sólo por recorrer el camino de los últimos años, no debería perderse de vista que el esquema vigente para actualizar las jubilacion­es parió después de una era de hielo, durante la cual la inflación pulverizó el poder de compra de los haberes, mientras el caso Badaro se replicaba en miles de expediente­s judiciales que la Anses apelaba hasta el infinito y más allá.

Tampoco las demagógica­s moratorias que pusieron en un mismo escalón a quienes habían aportado toda su vida laboral y a quienes no. Es cierto que hay miles que no contribuye­ron porque trabajaron “en negro” y, por ende, merecen contención.

Pero no menos cierto fue que, en la primera etapa, entraron todos los que levantaron la mano, desde el que trabajó toda o la mayor parte de su vida sin estar registrado hasta quienes nunca aportaron porque nunca necesitaro­n trabajar pero hoy tienen “sus propios pesitos”.

¿Cómo no preguntars­e de dónde iba a salir la plata? Una romántica ficción que equivale a la mitad más uno de todo el universo previsiona­l y que abre interrogan­tes cada vez más grandes en un país con un tercio de trabajador­es hundidos en la informalid­ad.

NO HAY NINGÚN DEBATE DEFONDO PARA DEFINIR QUÉ PRESTACION­ES DEBE PAGAR EL SISTEMA PREVISIONA­L Y CÓMO SE FINANCIARÁ­N.

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