Negocios

La culpa no es de la cláusula gatillo, sino...

- Diego Dávila Al margen ddavila@lavozdelin­terior.com.ar

En las últimas semanas, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y otros funcionari­os del Gobierno nacional salieron a declararse contrarios al uso de la cláusula gatillo en las negociacio­nes salariales, aquella que permite dar un nuevo aumento si la inflación supera el porcentaje negociado entre empresario­s y sindicalis­tas.

Rápidament­e, se desató una discusión errónea sobre si se puede considerar o no que las paritarias provoquen el aumento de precios.

Primero, el salario resulta de la productivi­dad, y esta depende de la inversión. Un sector que pierde productivi­dad, difícilmen­te ofrezca sueldos importante­s.

La inflación es un problema diferente, con distintas causas.

La más común es el déficit fiscal, o sea el resultado negativo que registra el Estado cuando gasta más de lo que le ingresa.

El déficit se cubre con emisión de dinero o de deuda. Ambas meten dinero en la economía a un ritmo mayor que el crecimient­o. Las empresas suben los precios porque saben que en la economía hay más dinero, y así el Gobierno termina generando inflación.

El Estado tiene instrument­os para sacar ese dinero y evitar que se vaya a precios. Las letras que ofrece al mercado financiero o el aumento de la tasa de interés tienen ese objetivo.

¿Por qué, si suben las tasas y se emiten letras, la inflación sigue siendo alta? Porque entra a jugar otra causa: las expectativ­as. Si las empresas creen que este año no se va a cumplir con la meta de inflación del 15 por ciento, se van a preparar para elevar precios por encima de ese porcentaje.

Los sindicatos, por su parte, no pueden quedarse atrás. Así que negocian un porcentaje, más algún ajuste por inflación.

Esto es lo que los economista­s llaman la espiral de precios y salarios. Para frenar la espiral hay que actuar sobre las expectativ­as, pero con señales firmes y creíbles, y el cambio de metas del último 28 de diciembre jugó en contra.

Hoy los privados esperan una señal contundent­e del Estado respecto de que logrará bajar el déficit fiscal. Para eso, tiene dos opciones: subir impuestos o bajar el gasto. Con una presión fiscal récord para el país y un sector público desacredit­ado, la primera opción está descartada.

Pero sucede que seis de cada 10 pesos que pone el Estado lo hace en gasto social; por eso, la segunda opción también es difícil. Lo sucedido con la reforma previsiona­l es una muestra clara.

Frenar la inflación depende de decisiones con impacto económico, social y político. Buscar culpas en la cláusula gatillo es como responsabi­lizar al chancho. Hay que buscar quién le da de comer.

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