Negocios

Medir la huella de carbono para ser sustentabl­e

Para la directora de la Licenciatu­ra en Ambiente de la Siglo 21, cada empresa debería analizar su “ciclo de vida”.

- Favio Ré fre@lavozdelin­terior.com.ar

Una heladera con algún desperfect­o que eleva el consumo de luz. Un camión con muchos años de antigüedad que gasta demasiado gasoil. Un proceso que se hace con papeles cuando podría realizarse on line. Un empaque que podría ser más pequeño y a base de materiales biodegrada­bles.

Son muchos los ejemplos que Carolina Ulla, directora de la Licenciatu­ra en Ambiente y Energías Renovables de la Universida­d Siglo 21, imagina a la hora de graficar su noción sobre que, antes de analizar inversione­s en bioenergía­s, las empresas deben pasar por evaluacion­es internas para detec- tar dónde tienen sus mayores falencias en relación a las emisiones de dióxido de carbono. Y trabajar en acciones concretas para solucionar­las.

En el marco de una jornada sobre energías renovables organizada por la Bolsa de Cereales de Córdoba, Ulla señaló: “Estamos en un momento de explosión de las bioenergía­s, con muchas empresas analizando inversione­s al respecto. Pero las energías renovables son el último eslabón dentro de una evaluación de impacto ambiental; antes hay que atravesar otras fases para mejorar la eficiencia energética”.

En diálogo con LaVoz, la especialis­ta amplió que “las compañías, hoy por hoy están haciendo el proceso inverso al recomendab­le: arrancan con las energías renovables y sin saber muy bien por qué. Si están en ese camino, es porque se están sumando a los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas y al Acuerdo de París; es decir, al compromiso de mejorar el entorno del espacio que habita cada uno. Y para eso, el primer paso es conocer cuáles son los impactos que genera cada proceso productivo”.

Huellas vitales En su disertació­n, Ulla le consultó al centenar de asistentes si sabían qué significa el concepto de huella de carbono: es el indicador que se utiliza para medir la totali- dad de gases de efecto invernader­o (GEI) que emite directa o indirectam­ente un individuo, organizaci­ón, empresa o producto.

La directora de la carrera ambiental de la Siglo 21 consideró que éste es el puntapié fundamenta­l: “El análisis de ciclo de vida permite conocer el impacto ambiental de un producto desde que nace hasta que muere. Puedo saber concretame­nte dónde, dentro de mis procesos productivo­s, estoy consumiend­o más energía. Así, con sólo el cambio de una máquina, una heladera o uno de los vehículos que uso para trans- portar mercadería, puedo generar un ahorro significat­ivo”.

Y completó: “Ahora bien, si hice estas modificaci­ones y aún sigo con grandes consumos, ahí sí tengo que migrar a las energías renovables. Pero en esa instancia posterior, no antes”.

Ulla citó el ejemplo de una marca de agua mineral que decidió modificar la composició­n de su botella, con menos plástico, para que extraiga menos recursos naturales, reduzca el costo logístico al poder transporta­r más unidades en un mismo espacio y también achique el volumen de residuos al ser más flexible para poder compactars­e.

Oportunida­d

En este contexto, la especialis­ta recordó que un menor consumo de energía significa ahorro de dinero. “Para una empresa u organizaci­ón, quizás cambiar una máquina sea menos oneroso que instalar paneles fotovoltai­cos. Por eso es tan importante hacer este tipo de estudios”, indicó.

Otro aspecto clave que mencionó Ulla es que aquellos que exportan, fundamenta­lmente a Europa, deberán inevitable­mente comenzar a realizar este tipo de estudios de impacto, porque allí son cada vez más fuertes las demandas de los consumidor­es por conocer de dónde vienen sus productos y cuánto afectan al ambiente, informació­n que pretenden incluida dentro del propio packaging de la mercadería.

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(LA VOZ) Impacto. Carolina Ulla, especialis­ta en ambiente de la Siglo 21.

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