Negocios

La economía, sin maquillaje

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

SIEMPRE QUE LLOVIÓ, PARÓ. DE TODAS LAS CRISIS, ENALGÚN MOMENTO SE SALE. LA CUESTIÓN ES AQUÉ COSTO.

El ansioso lobby argentino rindió sus frutos. Más rápido de lo que muchos creían, el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) pondrá en nuestro bolsillo el 30 por ciento de los 50 mil millones de dólares que el organismo avaló prestar.

Propios y extraños coinciden en que el frente externo ha quedado despejado, una certidumbr­e a la que le va a costar un tiempo encontrar un nivel gemelo fronteras adentro.

El acuerdo con el FMI es también como terminar de quitarle el maquillaje al rostro de la economía: las arrugas, los lunares, los incómodos pedazos de piel cuarteada; todo quedó más expuesto que nunca.

También las grietas en el interior del interior del gasto público, ese extenso territorio del que cada tanto surgen misterioso­s rincones por los que, para variar, se pierden millones como si la plata brotara en la humedad pampeana.

Así es como vamos a pasar los próximos años: a cara lavada y con los labios paspados.

Aun con las velas prendidas del réquiem del gradualism­o, la etapa de aceleració­n para achicar el déficit fiscal no es otra cosa que el esforzado ajuste con el que los argentinos hemos venido jugando a las escondidas, pese a que nos vienen gritando piedra libre desde todos lados.

En los capítulos centrales, y con un nuevo mapa de ruta, todo indica que el recorte vendrá por los subsidios a las tarifas de servicios públicos (energía y transporte), por los fondos para obras y por las transferen­cias no automática­s a las provincias.

La llave maestra para despejar ese escenario no salió aún de la cerrajería política, en la que la matriz dependerá de la altura institucio­nal que alcance la negociació­n del presidente Mauricio Macri con los gobernado- res. La antesala está clara: el oficialism­o sale a jugar su futuro con los botines cambiados y en una cancha en la que se espera mayor conflictiv­idad, y con el peronismo con las camillas listas para recoger heridos.

El segundo semestre será complicado. Tanto que la re-recalibrac­ión de metas inflaciona­rias se quedó sin norte para este año. Ni 15 ni 17 por ciento: ya no hay número. La expectativ­a del mercado promedia por arriba de 27 por ciento. Puede ser más.

El único horizonte que se animó a trazar el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegg­er, fue “20 a 21 por ciento” de aquí a un año.

En simultáneo, la mayoría de las industrias prevé una caída en el nivel de actividad, según una encuesta que realizaron la Unión Industrial cordobesa y el Consejo Profesiona­l de Ciencias Económicas entre 200 empresas locales.

Y están las famosas tasas del 40 por ciento, que hicieron saltar las térmicas. ¿Hasta cuándo? Tampoco hay una meta clara.

Pero hay una decisión profunda de cortar la espiral. El Banco Central se autoimpond­rá, como ya lo hizo en otras épocas, dejar de pasarle plata al Tesoro. Salvando las distancias, era lo mismo que en su momento la autoridad monetaria le pedía al Banco de Córdoba (dejar de financiar al gobierno de turno) para devolverle autonomía plena.

Ese proceso cortará la monetizaci­ón del déficit fiscal, empezará a desactivar Lebac y dejará de retroalime­ntar a la inflación.

En definitiva, como cualquier proceso, siempre que llovió, paró. De todas las crisis, en algún momento se sale. La cuestión es a qué costo, con qué niveles de pobreza e indigencia, con qué consecuenc­ias en la desigualda­d y con qué impacto en el empleo y en la producción.

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(PRESIDENCI­A) Espejo. Macri, en la previa del día que asumió, en 2015.
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