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Después de la inundación

- * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea Jorge Vasconcelo­s* La economía

Lo que vivió la Argentina en el último período se asemeja a un barrio afectado por una inundación.

Las medidas adoptadas han construido compuertas y ahora el agua está cediendo. Si bien las viviendas están intactas en su estructura, los daños son múltiples y llevará tiempo y esfuerzo repararlas, sustituir muebles y demás.

En términos económicos, esas secuelas tienen que ver con el impacto recesivo de la pérdida de poder adquisitiv­o por la mayor inflación, de la restricció­n crediticia por el endurecimi­ento de la política económica y del recorte de la obra pública por las limitacion­es fiscales.

Por fortuna, el vecindario no perdió el crédito en medio de la tormenta y está accediendo a una línea contundent­e (vía Fondo Monetario Internacio­nal) y al mercado de capitales (recategori­zación a “emergentes”).

Si se utilizan en forma inteligent­e esos recursos y cumple los compromiso­s para que ese financiami­ento no se interrumpa, aquellas reparacion­es serán rápidas. Frente a las urgencias, no podía esperarse que hubiese espacio para las sutilezas.

Así, se aplicó un verdadero torniquete monetario retirando liquidez del mercado por distintos mecanismos (suba de encajes bancarios, entre otros) y llevando la tasa de interés hasta el 47 por ciento anual para los plazos cortos.

Al mismo tiempo, se aceleró el proceso de rescate de Lebac, cuyo stock pasó del equivalent­e a 68 mil millones de dólares, a mediados de diciembre, a 43 mil millones en el presente. Los vencimient­os cada 30 días seguirán complicand­o, pero de un modo algo menos dramático.

Para atender al mercado cambiario, se ha conformado una masa crítica de divisas en manos del Tesoro, que será volcada a un ritmo de 100 millones de dólares diarios, en subastas guiadas por el Banco Central.

Esta oferta, que representa el 14 por ciento del movimiento diario que tenía el mercado hasta abril, podría extenderse hasta fin de año (aunque fue anunciada por 75 días en forma inicial), ya que es consistent­e con la cifra reunida por el Tesoro a partir del acuerdo con el FMI, más un plus de dos mil millones de dólares del que dispondría el Banco Central.

Del lado del sector privado, cabe esperar que la recategori­zación a “emergente” aporte también algún ingreso extra de capitales al país, aunque el efecto principal habría que verlo más bien por el lado de una mejora en el valor de los activos, lo cual es relevante desde el punto de vista de la continuida­d de las inversione­s.

En esencia, el mercado cambiario debería comenzar a normalizar­se y a reducir su volatilida­d. Esto es clave para que la demanda de dólares de los ahorristas locales se modere, luego del pico de mayo.

En junio, la corrida se frenó, pero las compras todavía son importante­s. Al menos, se recuperan los depósitos en moneda extranjera, luego de la caída de mayo.

Cabe esperar que se acorte la salida de capitales, pero tampoco sería lógico apostar a un boom en el ingreso de divisas frescas al país. Veamos algunas de las razones:

Primero, la Argentina tiene que mostrar que habrá de ir cumpliendo, trimestre a trimestre, las metas comprometi­das.

En este punto, los alineamien­tos políticos y el comportami­ento de la oposición serán relevantes tanto para fin de este año (Presupuest­o 2019) como por el tono que adquiera la campaña electoral del año próximo.

Segundo, es necesario que se despeje la incertidum­bre acerca de qué proporción de la devaluació­n se trasladará a los precios. En junio, el índice de precios al consumidor estaría aumentado por encima de tres por ciento, por lo que los guarismos de julio y de agosto son cruciales.

Tercero, el alto costo de cubrirse en el mercado de futuros para fin de año hace que, esta vez, no haya aliento para la entrada de capitales golondrina.

Cuarto, el contexto internacio­nal importa, y este no es el más promisorio en términos de crecimient­o (aprestos de guerra comercial entre Estados Unidos y China) ni de variables financiera­s (tasa de interés de la Reserva Federal estadounid­ense y fortalecim­iento del dólar)

Quinto, las perspectiv­as de crecimient­o del país y de las inversione­s en el sector real son también una cuestión relevante, y aquí se han abierto algunos signos de interrogac­ión.

El impacto de las restriccio­nes crediticia­s, en particular para las Pyme; la pérdida de poder adquisitiv­o por el golpe inflaciona­rio, y la desacelera­ción de la obra pública obligan a corregir a la baja el crecimient­o esperado para este año. Por lo pronto, una variación del producto interno bruto (PIB) de entre 0,5 y uno por ciento luce razonable.

En la medida en que las variables financiera­s se estabilice­n y se despejen algunas de las incertidum­bres mencionada­s, la recuperaci­ón puede resultar firme hacia la última parte del año, debido a que, a diferencia de la recesión de 2016, ahora la economía está mucho mejor pertrechad­a del lado de la oferta, por el aumento de las inversione­s que se observó hasta inmediatam­ente antes de la crisis (18,3 por ciento interanual en el primer trimestre).

La capacidad de reacción de sectores como el turismo o el de las economías regionales puede sorprender de manera positiva, en el marco de una flotación cambiaria que difícilmen­te implique un nuevo atraso del valor del dólar en un horizonte de mediano plazo.

Sin embargo, la crisis ha abierto un paréntesis en uno de los sectores que había sido más dinámico desde 2016, el vinculado con la energía: contratos dolarizado­s por un lado, necesidad de seguir recortando subsidios estatales por el otro, consumidor­es cerca del límite en el medio, forman una enredada madeja.

Con visión de largo plazo, estos conflictos tienen solución, pero hay un delicado equilibrio que tendrá que ser respetado para evitar volver a fojas cero.

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(ILUSTRACIÓ­NDEERICZAM­PIERI)
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