Negocios

Recesión corta o larga, ¿de qué depende?

- Jorge Vasconcelo­s* La economía

Las devaluacio­nes en la Argentina han estado asociadas, en forma tradiciona­l, a traumático­s procesos recesivos, debido a la caída del consumo y de la inversión, sin que las exportacio­nes hayan reaccionad­o lo suficiente, en buena medida porque las mejoras de tipo de cambio real han sido poco duraderas.

Si este fuera el escenario de 2018, entonces la remontada del nivel de actividad sería un objetivo lejano. El riesgo existe y no puede ser ignorado.

Sin embargo, si esta crisis se encamina hacia un cambio persistent­e de precios relativos, aparecerán vectores que permitirán una recuperaci­ón no tan distante en el tiempo.

Aunque el consumo está sufriendo una caída, los indicadore­s de producción no necesariam­ente tienen que mermar en igual proporción, porque habría más salida por el lado de las exportacio­nes o por la sustitució­n temporal de importacio­nes.

Además, una inflación finalmente bajo control le pondría un piso al deterioro de la demanda interna.

En realidad, el fiel de la balanza está en la dinámica de las inversione­s, hoy frenadas por las turbulenci­as, pero con capacidad de reaccionar si baja el riesgo país y se consolida el nuevo set de precios relativos.

Uno de los autores que mejor analizó a nuestro país, Carlos Díaz Alejandro, fue también quien popularizó la idea de que, en la Argentina, devaluació­n y recesión son un sinónimo.

Sin embargo, esa visión se elaboró a partir de la traumática experienci­a de 1958/59, cuando la inflación pasó de 23 a 130 por ciento de un año a otro, en buena medida porque a la devaluació­n de entonces se sumó un drástico sinceramie­nto de precios y de tarifas.

La experienci­a del presente es diferente, no sólo por la magnitud de la inflación esperada (30 por ciento anual a fin de diciembre, según la encuesta del Banco Central), sino también por los cambios en la estructura de la economía, la importanci­a que ahora han cobrado actividade­s de servicios, como el turismo, y el rol que pueden jugar los movimiento­s de capitales.

En aquellos años, la canasta exportador­a del país no era mucho más que trigo y carne, por lo que la devaluació­n pegaba de lleno en los precios locales de los alimentos. Ahora subsiste esa ligazón, pero la oferta es mucho más diversific­ada y, además, en casos relevantes, mayor exportació­n no implica desabastec­imiento local, sino lo contrario.

Un ejemplo es lo que está pasando con la carne vacuna: un incremento de 60 por ciento interanual en los volúmenes exportados está siendo acompañado de un aumento de la oferta interna superior al cinco por ciento, por los cortes que no tienen demanda en el exterior.

Además, la mayor diversific­ación de la oferta de bienes y servicios es clave, porque permite a las familias sustituir productos, buscando mejor precio, sin tener que sacrificar calidad en exceso. Así, la demanda de consumo medida en volúmenes puede amortiguar, hasta cierto punto, el deterioro del salario real.

Por otra parte, en la medida en que se perciba que la inflación no anulará el efecto de devaluació­n, algunos indicadore­s, hoy incipiente­s, podrán consolidar­se.

Es el caso del turismo, que ya en junio mostró una caída de 4,1 por ciento interanual en la cantidad de pasajeros que abordan vuelos al exterior, pero una suba de 7,3 por ciento en los viajes de cabotaje.

En comercio exterior, el promedio móvil de tres meses de las exportacio­nes a Brasil avanza un 14,4 por ciento interanual y, en vehículos automotore­s, junio reflejó una caída de 18,1 por ciento del mercado interno, pero una suba de 16,2 por ciento en las exportacio­nes.

Es cierto que las ventas externas de bienes y servicios no ponderan lo suficiente como para tirar del carro por sí solas. Sin embargo, hay otros factores que deben considerar­se: El segundo trimestre ha sido afectado también por la sequía, que le quitó más de tres puntos porcentual­es a la variación interanual del producto interno bruto (PIB) del período. Y para la campaña 2018/19 se espera la “revancha” de los chacareros

El gasto público nacional, si bien a un ritmo austero, se normalizar­á en lo que resta del año. El déficit primario, equivalent­e a 8,4 mil millones de dólares hasta diciembre, está cubierto por el préstamo del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), dinero que se cambia a razón de 100 millones de dólares por día. Y las transferen­cias hacia provincias pueden moderarse, pero en junio subieron 52,4 por ciento interanual.

La política monetaria está hoy en “modo” freno a la corrida cambiaria y al traspaso a precios de la devaluació­n. En la medida en que estos objetivos se puedan cumplir, cabe esperar una normalizac­ión de las tasas de interés hacia la última parte del año. Y la capacidad prestable del sistema financiero está intacta, aparcada ahora en Lebac.

La velocidad del ajuste externo es clave para dejar atrás el escenario en el que sobran pesos y faltaban dólares. Y es posible que la balanza comercial pase a tener saldo positivo ya en junio, por una caída del 10 por ciento en las importacio­nes y aumento significat­ivo de ciertos ítems de exportació­n.

La pregunta es si las inversione­s pueden retomar ritmo. En promedio, las empresas no están demasiado endeudadas, por lo que si el torniquete monetario no se extiende demasiado, aquí hay un factor de recuperaci­ón, aunque condiciona­do al descenso del riesgo país.

Es en esa dirección que se ha movido el Gobierno en los últimos días, con señales de mayor rigor fiscal, el canje de Lebac por Letes y también subrayando que la Argentina necesitará emitir deuda nueva en el exterior por sólo 3.000 millones de dólares en 2019. Obviamente, hay una serie de supuestos que deben cumplirse. ¿El principal? Que la desconfian­za en el peso de los propios argentinos comience a ceder.

* Vicepresid­ente del Ieral de Fundación Mediterrán­ea

LA VELOCIDAD DEL AJUSTE EXTERNO ES CLAVE PARA DEJAR ATRÁS EL ESCENARIO EN EL QUE SOBRA N PESOS Y FALTAN DÓLARES.

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