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En el cono de sombra de la recesión. Por Jorge Vasconcelo­s.

- Jorge Vasconcelo­s* * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea.

Desde fin de agosto hasta mediados de setiembre, el precio del dólar osciló en tor no a 40 pesos, con algún pico por encima de 41. En esos días, había dificultad para acordar precios en no pocas transaccio­nes y muchas decisiones se pospusiero­n, mientras la inflación se aceleraba a casi tres por ciento semanal.

La caída de 11,5 por ciento de la producción industrial de setiembre, relevada por el Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (Indec) e infor mada en estos días, ocurrió en ese contexto.

En el presente, la remarcació­n de precios se desacelera, por lo que el poder adquisitiv­o del salario frena su caída (sin recuperar el terreno perdido), pero hay inercia negativa sobre el comportami­ento del consumo por varios meses más, que se superpone con el nuevo instrument­o contractiv­o: una tasa de interés de política monetaria positiva en tér minos reales por unos 25 puntos/año.

La restricció­n crediticia difícilmen­te afloje en el corto plazo, pero el comportami­ento de las variables financiera­s permite esperar que, a partir de enero, la tasa de interés comience a ceder, aunque a un ritmo pausado.

La variable más sensible al ciclo económico y que a la vez ofrece datos inmediatos es la de la importació­n y su recaudació­n tributaria relacionad­a (IVA Aduana y aranceles).

Pues bien, este indicador, que en el primer bimestre del año aumentaba a un ritmo del orden del 25 por ciento interanual (pese a que el Gobierno, en diciembre de 2017, relajó la política monetaria pensando que era ¡recesiva!), pasó a caer 5,1 por ciento interanual entre junio y agosto, consistent­e con una recesión muy moderada.

Entonces, desde fin de agosto el escenario se complicó y a partir de allí las importacio­nes pasaron a caer en for ma abrupta, fenómeno congruente con una recesión profunda.

En setiembre, las compras al exterior (sin contar combustibl­es) mostraron un descenso de 24,8 por ciento interanual y en octubre, la recaudació­n impositiva asociada a las importacio­nes, caso del IVA aduanero y aranceles, descendió entre 23 y 24 por ciento interanual en dólares, lo que anticipa un cuarto trimestre en línea con los datos de setiembre, que podría implicar una caída del producto inter no bruto (PIB) de cinco por ciento interanual para este período.

Una referencia es 2009, cuando por la crisis inter nacional y la sequía, el PIB se hundió 5,9 por ciento y las importacio­nes lo hicieron en 32 por ciento interanual.

Entonces, el cono de sombra de la recesión es la superposic­ión del peor momento del consumo, por la aceleració­n inflaciona­ria previa, con los efectos más drásticos del apretón monetario que elevó en for ma sustancial las tasas de interés en tér minos reales.

Aunque la inflación haya comenzado a ceder y noviembre y diciembre arrojen un promedio mensual más cercano al tres por ciento –en parte también por influencia de un dólar que ha pasado de más de 40 pesos a 36–, la inercia negativa del consumo contaminar­á hasta bien entrado el año próximo.

De acuerdo con las estimacion­es de Kantar Worldpanel y de Ecolatina, la caída del consumo masivo, que fue de 2,1 por ciento interanual en el tercer trimestre, habrá de perforar el seis por ciento de retroceso entre octubre y marzo del año que viene, antes de comenzar a desandar camino.

En lo que hace a las actividade­s y sectores más sensibles a la tasa de interés, la nueva política condiciona todas las decisiones. Las empresas buscan liquidar inventario­s y tratan de esquivar el crédito bancario.

Las familias, en tanto, postergan consumos y esto afecta a toda la gama de bienes y servicios por fuera de lo básico. Si esos segmentos no tienen salida exportador­a, como sí ocurre con pick-ups, ciertas etiquetas de vinos y turismo, entre otros, entonces la combinació­n de circunstan­cias se tor na agobiante.

Por eso la divergenci­a entre empresario­s a propósito del bono compensaci­ón de fin de año.

Mientras tanto, en función de la salida de la recesión, es clave la desacelera­ción de la tasa de inflación (para que los salarios recuperen, en el margen, poder adquisitiv­o), pero también se necesita que la tasa de interés sea menos contractiv­a.

Esto, al margen de la existencia de sectores que parecen tener dinamismo propio, como la agroindust­ria y la energía.

El rendimient­o de las Leliq ha bajado de manera suave, pero supera en no menos de 25 puntos la tasa de inflación anualizada. Hacia fin de año tiene un piso 60 por ciento, todavía elevado, pero hay chances de una política algo menos restrictiv­a hacia adelante.

No habría que descartar para marzo una tasa que oscile entre el 45 y 50 por ciento y la clave para esta trayectori­a es el ahorrista.

Los depósitos a plazo fijo han subido más de 100 mil millones de pesos en el último mes y este fenómeno puede tener continuida­d, debido a la reasignaci­ón de fondos del vencimient­o de Lebac del 21 de noviembre, a la expansión de base monetaria de seis por ciento prevista para diciembre, y al reflujo hacia el sistema bancario, desde mediados de enero, de los excesos de circulante que caracteriz­an a cada fin de año.

La pregunta es si la tasa de interés podría bajar más rápido, con un Banco Central inyectando pesos a cambio de dólares, si es que la paridad tocara el piso de la zona de no intervenci­ón, que será de 36 pesos hacia fin de mes.

La respuesta es que la decisión es muy difícil para la autoridad monetaria, porque la credibilid­ad de la institució­n está dañada, la desinflaci­ón está a mitad de camino y el nuevo programa con el Fondo Monetario Inter nacional recién arranca.

Sujeto a esas restriccio­nes, el Central podría tener que absorber con Leliq lo que expanda por compra de dólares, o adquirir montos escasos, sorprendie­ndo a un mercado que quizá espera un piso fir me para la divisa.

EL CONO DE SOMBRA ES LA SUPERPOSIC­IÓN DEL PEOR MOMENTO DEL CONSUMO CON LOS FUERTES EFECTOS DEL APRETÓN MONETARIO.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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