Negocios

Precios relativos ordenados, el desaf ío de 2019

- Jorge Vasconcelo­s* * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea

El anuncio de fin de 2015 de llevar la inflación a un dígito en el último año de la gestión de Cambiemos se ha revelado como extremadam­ente voluntaris­ta. Sin embargo, es clave que en 2019 los precios relativos no vuelvan a desordenar­se, para que en el próximo período presidenci­al aquella meta pase a ser realista.

Así, la transición de los próximos 12 meses servirá para testear la factibilid­ad de un verdadero plan de estabiliza­ción de 2020 en adelante, para lo que es crucial que los principale­s precios de la economía oscilen en un andarivel más acotado que el observado en los últimos tres años, cuando sufrieron fuertes fluctuacio­nes y poca sincronía, como el tipo de cambio, los salarios, las tarifas y también la tasa de interés.

En 2018, el dólar recuperó terreno y las tarifas quedaron menos alejadas de los valores de equilibrio, en especial en combustibl­es. Si los precios relativos terminan de ordenarse, habrá señales más nítidas para la inversión y, al mismo tiempo, estará al alcance del próximo gobierno aplicar un plan de estabiliza­ción y desindexar la economía, tal como hizo Brasil en 1994, cuando lanzó el plan Real.

Los pronóstico­s de inflación para 2019 oscilan entre 25 y 30 por ciento (diciembre a diciembre) y, para que esto se cumpla, lo relevante es que los principale­s precios no experiment­en variacione­s demasiado alejadas del promedio.

Desde fin de 2015 hasta el presente, una caracterís­tica saliente de la macro argentina ha sido la gran disparidad en las fluctuacio­nes de las principale­s variables nominales, un fenómeno atribuible a la herencia de un tipo de cambio oficial y de tarifas de servicios públicos muy atrasados (inflación reprimida), pero también al fracaso de los intentos de estabiliza­ción encarados por la actual gestión.

En 2016, por ejemplo, las tarifas de servicios públicos subieron 135,9 por ciento, la cotización del dólar lo hizo en 62,4 por ciento, los salarios privados formales, 31,4 por ciento, y los precios de la canasta de consumo de una familia tipo aumentaron 39,5 por ciento (sin contar tarifas).

Por la falta de estadístic­as del Indec para esa primera parte de la gestión, se utilizan los datos de la ciudad de Buenos Aires, con octubre de 2015 como mes base (el subconjunt­o de ítems con precios regulados incluye las variacione­s en gas, en electricid­ad, en transporte y en agua).

Frente a ese brutal reacomodam­iento de precios, no puede decirse que el costo del dinero haya sido un problema serio para las empresas, ya que la tasa de interés promedio del período osciló en torno al 30 por ciento anual.

Muy diferente fue 2017, cuando el dólar subió apenas 15 por ciento, casi la mitad de la variación de los salarios ese año. Por trabas legales, la recomposic­ión tarifaria también fue demorada y la tasa de interés, si bien comenzó a subir, no frenó el boom de créditos al sector privado, lo que aceleró la remontada del nivel de actividad.

Pero 2018 pasó a mostrar un patrón más parecido al de 2016, aunque esta vez el ranking de variacione­s fue liderado por el tipo de cambio (114,7 por ciento), con tarifas en segundo lugar (77,6), 40 por ciento para la inflación “resto” y salarios con 26,9 por ciento. La tasa de interés es muy diferente según se tome el promedio del año o los últimos datos.

Por ser un año electoral, para 2019 se agitan riesgos en ambos extremos: por un lado, que el Gobierno atrase el tipo de cambio para subir salarios en dólares, y, por el otro, que la incertidum­bre lleve al refugio de la divisa y que su precio vaya a la parte superior de la banda de intervenci­ón definida por el Banco Central.

Es temprano para especular con el segundo de los riesgos, porque las encuestas que valen son las de abril/mayo. Mientras tanto, el déficit del sector externo se reduce en forma drástica, lo que ayuda a quitar presión sobre el mercado cambiario.

Y respecto de una política que busque anclar el dólar, como en 2017, pues no se puede abusar del instrument­o de la tasa de interés y, además, el riesgo país elevado no es congruente con una tendencia de apreciació­n del peso. De hecho, hasta marzo, se fijó en dos por ciento la pauta mensual de actualizac­ión para las zonas de intervenci­ón cambiaria, un sendero razonable.

En otro plano, ¿puede el Gobierno congelar de nuevo las tarifas, lo que tendría un “efecto resorte” para 2020?

Hay restriccio­nes fiscales para mantener los subsidios y, del lado de la oferta, la actualizac­ión de los precios de combustibl­es y servicios públicos viene dando resultados, ya que la inversión en esos sectores se recupera, más allá del boom de Vaca Muerta.

Es cierto que este factor podría agregar entre 3,5 y cuatro puntos a la inflación de 2019, pero también lo es que, del lado de los trabajador­es, habría mayor capacidad de absorción, por reapertura de algunas paritarias, el bono de fin de año y cierta recomposic­ión salarial tras las pérdidas de 2018.

La política de reprimir precios (tarifas, dólar) para mejorar la distribuci­ón del ingreso ha probado tener efectos sólo temporales y a un costo enorme, alejando la inversión y dejando al Estado como única fuente de empleo, sin los recursos genuinos.

La distribuci­ón del ingreso es más potente y duradera por otros medios (empleos de calidad, educación, gasto público bien focalizado) y, al mismo tiempo, la recuperaci­ón de un set de precios relativos consistent­e con el mercado mundial es un mecanismo poderoso para alentar inversione­s.

Si, además, se subraya que esta es una condición necesaria para que el próximo gobierno pueda encarar un verdadero plan de estabiliza­ción, se encuentran razones de peso para apostar por este escenario.

LOS PRONÓSTICO­S DE INFLACIÓN PARA 2019 OSCILAN ENTRE 25 Y 30 POR CIENTO, CON LAS PUNTAS DE DICIEMBRE A DICIEMBRE.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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