Negocios

Dólares, empleos y la teoría de John Nash

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

La maravillos­a y atormentad­a mente de John Nash (premio Nobel de Economía en 1994) alumbró la teoría de juegos, a la que suele recurrir el economista José Fanelli para explicar, en sus charlas, el impacto que tiene la crónica tendencia de los argentinos a la dolarizaci­ón.

Una cuestión de sentido común en el arranque: ¿acaso se puede cuestionar a un trabajador que, si tiene chances de ahorrar, compra dólares para que su esfuerzo no caiga en el saco roto de la inflación? Que arrojen piedras los libres de pecado.

Pero todas las gotas forman el mar. Al cierre del tercer trimestre de 2018 había 191.515 millones de dólares en monedas y depósitos, es decir, poco más de la mitad del total de activos externos de los argentinos (357.275 millones), según el último informe del Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (Indec) sobre la posición de inversión internacio­nal neta.

Aquí es cuando Fanelli aplica la teoría de Nash, para explicar que cuando uno hace lo que supone que está bien para sí mismo y su familia, no necesariam­ente es bueno para todos. En definitiva, el equilibrio malo.

¿Por qué? Porque “equivale a crear empleo en otro país”, responde Fanelli. El razonamien­to es que si esa plata fluyera en el circuito interno, alimentand­o créditos e inversione­s vía mercado de capitales, ayudaría a generar trabajo. Esa es la dimensión.

Pensemos entonces en empleos registrado­s. En un reciente artículo para el Banco Mundial, el economista David Robalino señala que crear un puesto de trabajo con un nuevo negocio, desde cero, cuesta entre 25 mil y 35 mil dólares para, por ejemplo, una cafetería en los Estados Unidos.

Es un parámetro y no hay muchos datos actualizad­os para Argentina. A la salida de la crisis de 2001/2002, la consultora Finsoport calculó una media de 33.200 dólares, en una escala que varía según sectores.

Si tomamos esa cifra, con los dólares ahorrados se podrían crear millones de puestos. Pero como la posición de inversión internacio­nal cuenta activos y pasivos (acá pesa la deuda del Gobierno), nos quedemos sólo con el saldo, que arroja un neto positivo de 68.279 millones.

Esa plata alcanzaría, en teoría, para gestar dos millones de empleos en blanco, o sea, un tercio de la actual cantidad de trabajador­es privados registrado­s. Pero la otra dimensión, aún más necesaria, es asegurar condicione­s estables de largo plazo para que los dueños de esos dólares confíen y los vuelquen a la economía real.

¿Suena a utopía? Puede ser. Pero superado el golpe del año pasado, la transición de 2019 debería servir para blindar los caminos que lleven al equilibrio bueno. La respuesta está más en la política que en la economía: bajar el gasto público, reducir el déficit fiscal y disminuir la inflación son condicione­s necesarias, pero no las únicas para incentivar la inversión y el empleo.

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