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Tasas y dólar y un nuevo equilibrio. Por Jorge Vasconcelo­s

- Jorge Vasconcelo­s* La economía * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea

Más allá del lapsus presidenci­al, el Banco Central tiene que haber detectado que, después del alentador 2,6 por ciento de diciembre, la tasa de inflación habría de encontrar una fuerte resistenci­a a perforar el andarivel del tres por ciento mensual en la primera parte de 2019. Por eso sorprendió la velocidad con la que bajó la tasa de interés de política monetaria (Leliq) desde principios de año, más de 15 puntos porcentual­es hasta el piso de mediados de febrero.

La autoridad monetaria recién modificó esa postura cuando el precio del dólar comenzó a repuntar, con lo que mostró mayor sensibilid­ad al tipo de cambio que a la inflación. Ahora, con tasas en 49 por ciento y dólar en torno a 40 pesos, podría abrirse un período de menor volatilida­d, pero quizá conviviend­o con una inflación en torno o superior al tres por ciento mensual hasta entrado el segundo trimestre. La tasa de interés (Leliq) subió cinco puntos en una semana, pero aún se ubica 10 puntos por debajo de mediados de diciembre, y el precio del dólar ha quedado cinco por ciento por encima de aquella fecha.

Con expectativ­as de inflación que pueden corregirse al alza, habrá dificultad para cerrar acuerdos salariales por 12 meses, pero pueden firmarse convenios de menor plazo y actualizac­ión posterior. Esta modalidad puede ayudar a recuperar el consumo, ya que se complement­aría con jubilacion­es y planes sociales subiendo al 3,8 por ciento mensual en el segundo trimestre y provincias con políticas salariales acordes con el año electoral. Además, aunque la tasa de interés nominal haya vuelto a subir, en términos reales es un tercio de la observada en la última parte de 2018.

Para no obstaculiz­ar la salida de la recesión, el combo debe incluir menor volatilida­d del tipo de cambio hasta mediados de año, si es que el proceso electoral lo permite.

Diferencia­s

Después de la devaluació­n y de la recesión de 2016, uno de los factores que permitiero­n la posterior recuperaci­ón de la actividad fue la rápida desacelera­ción de la inflación, que pasó a 24,8 por ciento a fines de 2017. Esa referencia puede haber sido tomada para elaborar el Presupuest­o de 2019 y las proyeccion­es que incluye el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI).

Sin embargo, la experienci­a de 2017 no es fácilmente extrapolab­le a 2019.

Primero: el traspaso a precios de la devaluació­n de 2016 fue muy rápido, ya que la variación del índice de precios al consumidor IPC (41,0 por ciento) fue equivalent­e a dos tercios de la suba del tipo de cambio (61,5 por ciento), lo que dejo muy poco residuo para 2017.

Segundo: las condicione­s macroeconó­micas y políticas de 2017 permitiero­n que ese año la variación del tipo de cambio haya sido de sólo 12,1 por ciento.

A diferencia de 2016, en 2018 la inflación (47,6 por ciento) capturó sólo 41 por ciento de la suba del dólar (115,3 por ciento). Queda margen para que otra fracción de la devaluació­n se traspase a precios en estos primeros meses de 2019. A lo que hay que sumar el ajuste de tarifas entre enero y abril, que por sí solo aportaría un punto mensual al índice.

Esto en el contexto de una política monetaria que se relajó en forma sorprenden­te en el arranque del año, ya que ex post se advierte que, en lugar de mantener congelada la base monetaria en el nivel de diciembre, debería haber habido contracció­n –por razones estacional­es– hasta mediados de marzo.

Luces

Recientes anuncios del Banco Central revierten ese relajamien­to, aunque sin llegar a la dureza monetaria de los meses de octubre y noviembre pasados. Si esto se tradujera también en una estabiliza­ción del tipo de cambio, entonces podría esperarse que, luego de una meseta hasta abril, a partir de allí el sendero de desinflaci­ón continúe su camino.

La pregunta es si la demora en la desinflaci­ón habrá de prolongar la recesión. Ya se ha subrayado la importanci­a de una inflación más cerca de dos que de tres por ciento para que el poder adquisitiv­o de los salarios comience a recuperar terreno en el margen, fenómeno clave para el consumo. Por ende, este escenario configura un obstáculo para la recuperaci­ón más firme del nivel de actividad.

Sin embargo, existen factores compensado­res. Durante el segundo trimestre, jubilacion­es y planes sociales estarán subiendo al 3,8 por ciento mensual, mientras que en las provincias cada oficialism­o habrá de impulsar una política salarial acorde con el año electoral, con finanzas relativame­nte holgadas.

Del lado del sector privado, para evitar confrontac­ión y demoras, quizá lo recomendab­le sea acortar los plazos de los ajustes salariales, con revisión periódica. Se estaría perdiendo el “ancla salarial”, pero, como política de transición, podría ser la más adecuada.

Para que las expectativ­as de inflación no se disparen, el resto de los instrument­os es relevante. El esquema de control de la base monetaria podría hacerse más previsible para lo que resta del año, incorporan­do lo aprendido en el último período, al tiempo que las recientes turbulenci­as han mostrado que el Banco Central tiene poder de fuego, incluida la operatoria en el mercado de futuros.

En la medida en que los vencimient­os de la deuda pública se sigan refinancia­ndo como hasta aquí, el Tesoro tendrá margen para apartar dólares originados en el crédito del FMI para poder volcarlos al mercado cuando la oferta de “soja-dólares” comience a debilitars­e. Y esa partida podría superar los cinco mil millones de dólares.

En condicione­s normales, el 2019 no es un año de “restricció­n externa” en el que la falta de dólares pueda trabar la marcha de la economía. De hecho, el panorama para las exportacio­nes y para los precios de las commoditie­s podría mejorar si la temida guerra comercial entre las potencias mundiales logra ser evitada, tal como indican señales recientes.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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