“El triple impacto no se terceriza: o es de todos o no es de ninguno”
Alfredo Zepeda, exdirector ejecutivo de Sistema B en Chile, asegura que no entiende otra manera de ser empresario. Ser humano y comunidad, en el centro de las decisiones.
Alfredo Zepeda es ingeniero comercial, lidera en Chile una empresa de equipos médicos y dice que tiene un sueño: “Que en mi funeral haya gente que le diga a mis hijos que me conoció haciendo cosas de triple impacto”. Es una buena síntesis de cómo Zepeda interpreta su rol empresarial.
“Este tipo de organizaciones (las empresas B), que muchas veces se las nombra como modelo de la nueva economía, creo que son de antigua economía”, aclara Zepeda en el octavo episodio de Reinnova, el podcast sobre el mundo de los negocios y la innovación, coproducido por La Voz y por Escuela de Innovación, con el auspicio de Universo Net.
“Las empresas, desde un inicio, lo que buscaban era satisfacer necesidades comunitarias y no maximizar rentabilidad; trataban de poner a la comunidad y al ser humano en el centro y tomar decisiones basadas en eso”, explica.
–¿Por qué crees, entonces, que ha resurgido esa mirada?
–Podríamos ver la pirámide de Maslow, por ejemplo, de necesidades del ser humano, y efectivamente el mundo tenía demasiada pobreza y había que salir rápidamente de eso. Una forma que se nos ocurrió fue privilegiar la riqueza económica, para sacar de la pobreza a mucha gente ganando un poco más de ingreso, y eso la empresa privada lo hizo muy bien, pero en el camino nos dimos cuenta de que no era suficiente para sueldos e impuestos, el mundo se tornó tan grande y tampoco podíamos mantener la dinámica comunitaria, hubo que profesionalizar al mercado y en eso nos olvidamos que la persona estaba al centro. Se generaron daños potentes a las personas y al planeta, con impactos de contaminación. Esto no es una cosa hippie ni de salvar ballenas en el Ártico, es un movimiento empresarial, con grandes corporaciones que se han dado cuenta de que, o hacían estos cambios, o corrían riesgos fundamentales.
–Imagino un emprendedor, en este entorno de cuarentena que cambió todo, con una presión grande. ¿Qué beneficios trae no sólo pensar en lo económico?
–Una de las miradas que me gusta es hablar de que esto no tiene nada de utilidad, entonces, ¿por qué somos empresarios? Pues porque creo que es la única forma en la que deberíamos ser empresa. Por eso dedico esfuerzos a ser una empresa B, no visualizo otra manera. Y ojalá que no haya muchos incentivos, tributarios por ejemplo, que si fueran demasiado buenos alguien podría certificar y quizá ese sea su único interés. Dicho eso, en la práctica hubo muchos beneficios. Uno de los que más nos interesa es que en crisis pasadas vimos cómo la resiliencia organizacional de las empresas B permite salir mejor parado; esto no quiere decir que sean inmunes, pero se estima que el engagement organizacional es tan poderoso hacia el interior, que el empleado está dispuesto a un esfuerzo aún mayor. Dar una causa, más allá del sueldo, es fundamental para tener gente comprometida. Ni hablar de las generaciones más jóvenes, que buscan empleo con propósitos más allá de la remuneración. El exCEO global de Unilever, Paul Polman, mencionaba que es mucho más rentable Unilever en sus marcas con propósito que en las que no lo tienen. Comentaba que sus 18 marcas sustentables con propósito crecían 50 por ciento más rápido que el resto y representaban 60 por ciento del total del crecimiento (del holding). Ganar dinero va de la mano con ser sustentable.
–¿La pandemia acelerará la sensibilidad hacia empresas de triple impacto?
–Sí, por buenas razones y por otras que aún no entiendo. Hay ciertos movimientos que culpan al mercado por la pandemia, yo no veo esa relación, pero si eso te lleva a pensar que tenemos que redefinir el sentido de la empresa, es un aporte. Hoy, que necesitamos de las empresas privadas para salir de esto, porque será insuficiente que sólo el Estado enfrente a la pandemia, eso significa preocupare de las comunidades, de los proveedores, del medio ambiente, en fin, de muchas cosas. Suena a cliché, pero esta pandemia es una gran oportunidad para mirarnos como empresa y redefinir nuestro camino.
–¿Cómo ves la lógica de armar un equipo de RSE para impactar en la comunidad con acciones puntuales?
–Si ese modelo lo comparamos con la imagen tradicional de una empresa, con su chimenea que tira humo y que contrata por sueldos mínimos, sin dudas que es una cosa positiva. Prefiero eso a nada.
Pero sin dudas es un modelo que debería estar ya en retirada; soy un convencido de que las cosas buenas las tiene que hacer la empresa y no un departamento de ella. El triple impacto, o es de todos, o no es de ninguno. No se puede tercerizar en un departamento o en una agencia de comunicación, es parte del modelo de negocios. No es suficiente la RSE si se sigue contaminando. La idea es dejar de contaminar.
–¿Y cómo se da el primer paso?
–Para empezar hay que entender que la empresa B está lejos de ser perfecta. Hay muchos que la ven como un aspiracional máximo y no es así. La empresa B es imperfecta, pero en su modelo de negocios incluye el triple impacto, se mide, se certifica, hace públicos sus puntajes y es transparente, y eso es muy potente. Y si tuviera que recomendar qué es lo primero que hay que hacer, creo que es darnos cuenta que el ser humano está al centro en nuestra organización y en mis decisiones como empresa. Eso me obliga a redefinir al ser humano y creo que allí están las grandes dificultades. Nos falta acercarnos a temas filosóficos. Hace poco leía un reportaje titulado: Google 0, Platon 1, por la cantidad abrumadora de filósofos que están contratando en Silicon Valley. El tema ético y del comportamiento se está transformando en algo muy importante.
EL SER HUMANO Y EL IMPACTO EN LA COMUNIDAD TIENEN QUE ESTAR EN EL CENTRO DE LAS DECISIONES.