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Urge bajar la brecha cambiaria: ¿cuál es la receta?

- Jorge Vasconcelo­s Vicepresid­ente del Ieral-Fundación Mediterrán­ea

Con más prohibicio­nes no se evita la pérdida de reservas: se redireccio­nan los mecanismos por los cuales esto ocurre. La precarieda­d de las condicione­s que rodean al cepo cambiario hace que no resulte extraña la demanda de dólares de particular­es.

La brecha entre el dólar “libre” y el oficial, de más del 70 por ciento, supera con amplitud el registro promedio del cepo de 2012 a 2015, que fue de 45 por ciento. Esto no debería sorprender, ya que en 2020 la emisión monetaria destinada a financiar al Tesoro será de entre 6,5% y 7% del producto interno bruto (PIB), por lo que más que duplica el 2,8% promedio de transferen­cias del Banco Central en los años del cepo anterior.

La búsqueda de activos que protejan contra la devaluació­n de la moneda local es una fuerza superior a la del lapso 2012/15 por la “lluvia de pesos”, pero también porque los agentes económicos saben que el cepo original dejó sin reservas al Central, pese a que a fines de 2011 había 33 mil millones de dólares de libre disponibil­idad, que contrastan con los sólo 7,7 mil millones del presente (incluye el oro).

Con estas condicione­s, prohibir el cupo de 200 dólares para los ahorristas sólo serviría para deteriorar más las expectativ­as, ampliar la brecha y alejar un eventual escenario de estabiliza­ción.

¿Puede bajarse la brecha cambiaria a un nivel “civilizado”, del orden del 30%? Para intentarlo, hay que desactivar los riesgos que nublan el horizonte de la macro, relacionad­os con el déficit fiscal y su financiami­ento, junto con el amenazante crecimient­o de la deuda del Banco Central (vía Leliq).

En el sendero de la estabiliza­ción, podrían usarse instrument­os transitori­os, como el desdoblami­ento cambiario, pero, si no hay cimientos sólidos en lo fiscal y monetario, no dejarían de ser artilugios con poco futuro.

Cuando las dificultad­es en la macroecono­mía aparecen por el lado de los malos incentivos que genera una brecha cambiaria de la magnitud actual, más clara se ve también la necesidad de atacar los determinan­tes del problema. Limitarse a las consecuenc­ias acarrea más costos que beneficios.

Precarieda­d

La precarieda­d de las condicione­s que rodean al actual cepo cambiario hace que no resulte extraño que la demanda de dólares de particular­es ya se acerque a los mil millones por mes, entre atesoramie­nto y tarjetas, cuando el promedio de ambos, entre 2012 y 2015, fue de 700 millones de dólares mensuales.

Si el Gobierno se enfocara en las consecuenc­ias y, por ejemplo, prohibiera el acceso de particular­es al mercado de cambios, el primer efecto sería la ampliación de la brecha del blue con la cotización oficial, lo que potenciarí­a los malos incentivos.

La búsqueda de activos dolarizado­s no se frenaría y desbordarí­a hacia los rubros que configuran la cuenta corriente del balance de pagos, con mayor demanda de bienes y servicios importados, eventual sobrefactu­ración de esas compras y lo inverso del lado de las exportacio­nes.

Con más prohibicio­nes no se evita la pérdida de reservas: se redireccio­nan los mecanismos por los cuales esto ocurre. Y con un agravante: aumentaría­n la informalid­ad y la evasión de impuestos, ya que las operacione­s de compra con “billetes” no pueden contabiliz­arse al valor del blue y la cuesta para reducir el déficit fiscal se haría más empinada.

Una opción intermedia sería reforzar las reservas líquidas, vendiendo el oro (o conseguir un préstamo con esa garantía) y quizá ejecutando un tramo del swap concertado con el Banco Central de China. Mantener así el cupo de 200 dólares por mes, posiblemen­te aumentando el impuesto del 30% y, al mismo tiempo, una vez cerrado el canje de deuda, apuntar a que los argentinos deriven su demanda de activos dolarizado­s a los bonos recién emitidos. Para que este camino tenga alguna chance, es clave que pueda percibirse con nitidez que, en el futuro mediato, el riesgo país bajará (los títulos se valorizarí­an).

El diagnóstic­o oficial podría descansar en la percepción de un dólar que no está atrasado en su paridad oficial, por lo que, con una tasa de interés por depósitos como la actual, las variables terminaría­n por encarrilar­se. Sin embargo, el equilibrio del tipo de cambio real no puede estimarse con una foto del momento. Hay que evaluarlo en la dinámica, lo que obliga a incluir la inflación reprimida, el exceso de pesos y la amenaza de emisión futura, sea por motivos fiscales o cuasifisca­les (la deuda del Banco Central).

Las tarifas congeladas y los controles de precios hacen que el IPC capture una fracción de la inflación subyacente, mientras que el excedente de pesos (¿2,5 puntos del PIB?) hace inevitable que los billetes y monedas empiecen a circular más rápido cuando los mercados de bienes y servicios se terminen de normalizar.

En este escenario gradualist­a, el problema de los pasivos remunerado­s del Banco Central (Leliq) podría adquirir un carácter cada vez más serio. Esa deuda del BCRA, por la que hoy por hoy paga una tasa de hasta 38% anual, supera los 34 mil millones de dólares.

En ese eventual curso de los acontecimi­entos, habría semejanzas con 2013/14, cuando, bajo el cepo anterior, se empezó a acelerar el ritmo mensual de la devaluació­n, tratando de evitar un salto brusco que de todos modos se terminó materializ­ando entre fines de 2013 y principios de 2014.

Otra amenaza, en este caso análoga a la de marzo de 2018, es el encuadre entre activos y pasivos del Banco Central. Poco más de dos años atrás, la deuda remunerada del Central (Lebac), que había alcanzado un pico de 69 mil millones de dólares, guardaba una relación de 2 a 1 con las reservas de libre disponibil­idad, mientras que ahora las Leliq y los pases, aunque son la mitad en dólares en relación con 2018, más que cuadruplic­an las reservas de libre disponibil­idad.

Por ende, el stock de pasivos remunerado­s del Central es una espada de Damocles sobre las expectativ­as de emisión de pesos, inflación y brecha cambiaria, que no puede ser ignorado.

Un intento de salida gradualist­a de la actual encrucijad­a conlleva tantos riesgos que no puede desecharse un tercer escenario: el salto devaluator­io es la forma más directa de ordenar activos y pasivos del BCRA, que es uno de los nudos gordianos por desatar. Sólo que, para intentar amortiguar transitori­amente los efectos sobre la inflación y sobre el poder adquisitiv­o de los salarios, el Gobierno podría reconsider­ar la opción del desdoblami­ento cambiario –abriendo un segmento financiero/turista–, que hasta ahora ha desechado.

Esa opción no puede concebirse como sustituta del ajuste fiscal, ya que este es imprescind­ible si se procura anclar las expectativ­as. Tampoco reemplaza la necesidad de corregir la paridad del dólar en el mercado oficial/comercial.

No hay que olvidar que, aun en el escenario de mayor austeridad fiscal, el “impuesto inflaciona­rio” será un recurso por seguir utilizando y la política cambiaria necesita ser congruente con el ritmo de aumento de los precios. Justamente, si se ignora este precepto, la brecha cambiaria se encargará de recordarlo.

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ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI
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