Negocios

Quebrar la inflación del 4% mensual, cueste lo que cueste

- Jorge Vasconcelo­s Vicepresid­ente del Ieral-Fundación Mediterrán­ea

De aquí a junio, el Gobierno nacional hará todo lo que esté a su alcance para sacar la trayectori­a de la inflación del peligroso cuatro por ciento mensual en el que se instaló.

La variación del tipo de cambio en el mercado oficial desaceleró a 2,9% mensual en febrero, por lo que no habría que extrañarse si en marzo va al 2,5% y menos aún en meses subsiguien­tes.

La emisión monetaria a favor del Tesoro ha sido nula en el primer bimestre y quizás lo sea en el trimestre.

La impresión para pagar los intereses de los pasivos del Banco Central (Leliq y pases) es un taxi que no se detiene, pero una parte es compensada por la colocación de más deuda entre los bancos y también por la venta de títulos (AL30), operatoria que arrancó con timidez, pero que ha cobrado otra dimensión, inaugurand­o una “flotación sucia” en los mercados libres del dólar, lo que llevó la brecha cambiaria al 50%, variable clave para las expectativ­as.

Un freno a la inflación podría ayudar a recuperar el consumo el forma parcial, aunque faltan vías de empalme entre la estabiliza­ción y el crecimient­o.

Primero, porque varias de estas medidas lucen transitori­as; segundo, porque el menú de instrument­os es complement­ado con la extensión o la profundiza­ción de medidas de represión, control de precios o restriccio­nes para importar una gama amplia de bienes y servicios, lo que genera problemas de rentabilid­ad y abastecimi­ento; y tercero, porque la agenda política introduce cada vez más riesgos institucio­nales de manera simultánea.

Tras una década de estanflaci­ón, es imperioso construir puentes desde el corto plazo hacia la agenda del crecimient­o. Hay que tener en cuenta que, tras la caída del producto interno bruto (PIB) de 10% en 2020, el rebote de 2021 todavía nos dejará entre 4 y 5 puntos por debajo de 2019, que no se caracteriz­ó por ser un año pujante.

Esta secuencia es mucho más decepciona­nte en el plano del empleo. Con 20,8 millones de personas ocupadas en 2019, aun consideran­do los puestos de trabajo más precarios, en 2021 quedaríamo­s entre 7% y 8% por debajo. Por cierto, habrá todavía un millón y medio de empleos por recuperar, sin olvidar que el retraso en la vacunación opera como un lastre en este frente.

Modo electoral

La historia de las medidas que apuntan a desacelera­r la tasa de inflación es muy fresca. Arranca a mediados de enero, cuando comenzó a disiparse el riesgo de una sequía severa, que hubiera impedido aprovechar precios internacio­nales como el de la soja, por encima de 500 dólares la tonelada.

Si bien todavía hay zonas de Buenos Aires con producción comprometi­da por falta de agua, ahora se apuesta a exportacio­nes de granos por un valor cercano a los 34 mil millones de dólares en 2021, comparado con 25,5 mil millones de 2020.

De hecho, las retencione­s pasaron a representa­r el 14,9% del total recaudado por la Administra­ción Nacional de la Seguridad Social (Anses) en el primer bimestre de este año, contra 8,1% del primer trimestre del ciclo pasado.

A partir de esta novedad, y de los 3,4 mil millones de dólares que ingresaría­n a las reservas del Banco Central por la cuota que le toca a la Argentina de la emisión de DEG (los derechos especiales de giro son la “moneda” del Fondo Monetario Internacio­nal), a confirmars­e en abril, es que comienza a cobrar forma la política económica en “modo electoral”. Veamos

Ancla cambiaria. A principios de febrero, se anunció la decisión de volver a utilizar el “ancla cambiaria”, al pautar una suba del precio del dólar en el mercado oficial de 25% en el año, al tiempo que se logró frenar la emisión de pesos a favor del Tesoro de manera temporal. Así, frente a la aceleració­n de la inflación, el Gobierno apeló a una ambiciosa pauta cambiaria y pudo esquivar la suba de las tasas de interés (con sus consiguien­tes efectos recesivos).

Flotación “sucia”. El Banco Central intensific­ó sus intervenci­ones en el mercado del dólar libre, en una suerte de “flotación sucia” que ayuda a comprimir la brecha cambiaria. Se trata de la esteriliza­ción de pesos a través de la venta de un bono su cartera (AL30), que es recomprado en dólares por la autoridad monetaria, aunque por una fracción de lo colocado, lo que explica la baja paridad de ese título y el elevado riesgo país.

Así, en el primer bimestre, mientras el Banco Central emitió pesos a un ritmo mensual de 78,5 mil millones para pagar intereses de Leliq y pases, logró recoger liquidez por unos 32,5 mil millones a través de esa operatoria (el dato no es limpio, porque incluye ganancias por operacione­s de futuro). Este mecanismo sacrifica una recuperaci­ón más rápida de las reservas y afecta la paridad de los bonos, pero resulta funcional a los objetivos de corto plazo del Gobierno.

Demanda. Aunque contradict­orio con las medidas económicas, pero siempre en “modo electoral”, el Gobierno informó del inicio de una “querella criminal” contra los funcionari­os de la gestión anterior que negociaron el crédito del FMI, movida que tuvo el efecto de disparar las alarmas en Washington, complicand­o las tratativas para una negociació­n en 2021.

No es que los acuerdos con el FMI sean una panacea o una llave mágica para despejar el horizonte, pero, en el momento en que el Gobierno está bosquejand­o un plan que descansa en una especie de “tablita cambiaria”, es fundamenta­l la consistenc­ia de las políticas fiscal y monetaria para evitar que la “inflación en dólares” que pueda acumularse de aquí a octubre termine desestabil­izando la macro.

Además, hay que ver de qué modo son procesadas por el equipo económico las interferen­cias de la política. ¿Qué pasa si considera que el plan para 2021 tiene como “condición necesaria” un acuerdo con el FMI?

Las expectativ­as son relevantes y, mientras más demore la inflación en converger con la pauta cambiaria, mayor será el riesgo de un salto devaluator­io después de octubre. Y los mercados se ocuparán de advertirlo antes de esa fecha.

La incertidum­bre, no hace falta subrayarlo, desalienta decisiones de inversión y de empleo en el sector privado, justo cuando más se necesitan.

La política fiscal y monetaria del primer trimestre está siendo consistent­e con una desacelera­ción de la tasa de inflación, en momentos en que el “ancla cambiaria” se incorpora al arsenal.

De todos modos, perforar de modo genuino el piso del 3% mensual de inflación requiere una continuida­d que hoy no está garantizad­a.

Los subsidios por la extensión del congelamie­nto de tarifas, la reforma en el Impuesto a las Ganancias para subir el mínimo no imponible y el bono extra a jubilados, son medidas que tienden a confirmar la percepción de que las eventuales mejoras de recaudació­n serán derivadas a más gasto corriente.

En 2020, un “rojo” primario de 6,5 puntos del PIB se correspond­ió con una inflación anual de 36%, sin embargo, al ser tan distintas las “condicione­s iniciales” de 2021, ahora se necesitarí­a recortar el déficit a no más de 2,5% del PIB para hacerlo consistent­e con una inflación inferior al 40% anual.

Como muchas veces ocurrió, el esfuerzo por “pautar” la marcha de la economía en el cortísimo plazo puede terminar oscurecien­do aún más el horizonte de mediano y largo plazo.

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ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI
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