Negocios

Acuerdo con el FMI: que ganar tiempo no sea una trampa

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

Despojado de la dialéctica de ocasión, el entendimie­nto alcanzado con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) –aún debe ser validado por el Congreso y por el directorio del organismo– coloca a la Argentina en un espacio ya conocido: el de la promesa de curar sus vicios.

Más allá de las lecturas radicaliza­das por izquierda o por derecha, el primer punto a favor es que cualquier acuerdo es mejor que ningún acuerdo. Pero no menos cierto es que “necesario” no es sinónimo de “suficiente”.

El mejor ejemplo cercano es la reestructu­ración de otra parte importante de la deuda en dólares que gestionó el ministro de Economía, Martín Guzmán, y que sólo sirvió para evitar un default.

De este lado del mundo, nunca fuimos más allá del primer escalón; por eso el riesgo país sigue siendo tan alto y el valor de nuestros bonos, tan bajo.

La oportunida­d, entonces, es volver a construir la avenida que sea capaz de contener los desbordes y controlar la dirección y la velocidad de los ajustes. De lo contrario, serán manos ajenas las que nos sacudan con el borrón y cuenta nueva de una devaluació­n caótica. Fue lo que masticamos en el último tramo de la gestión de Mauricio Macri.

La decisión es política y conlleva costos que no todos están dispuestos a asumir, por lo que ese camino equivale a un enésimo anillo de circunvala­ción. Se supone que, en algún momento, hay que ir de la periferia al centro, para llegar al núcleo duro. A la luz del calendario que fija el acuerdo, no será durante el actual mandato.

Mientras soporta el fuego amigo por la suba de tarifas que implica la reducción de los millonario­s y discrecion­ales subsidios a la energía, el Gobierno celebra la decadencia cuando remarca que no hay una exigencia de reformas estructura­les. Larga vida al paracetamo­l.

En el lenguaje del FMI, eso se traduce como “un programa pragmático y realista, con políticas económicas creíbles para fortalecer la estabilida­d macroeconó­mica”.

El problema es que el pragmatism­o de lo posible nos cuesta cada vez más caro y la cuenta es tan abultada que nadie quiere formar parte de la generación inmolada.

Durante los próximos dos años y medio, el organismo internacio­nal revisará cada tres meses el cumplimien­to de los compromiso­s fiscales y monetarios para ejecutar los desembolso­s de un movimiento contable, ya que el repago genuino de la deuda será recién desde 2026.

Cuando lleguemos a ese punto, y más allá de las bajas dosis de confianza que se advierten ahora, habrá final feliz si el país tiene los dólares necesarios para afrontar sus compromiso­s y, además, ofrece claras señales de sustentabi­lidad. De lo contrario, ganar tiempo habrá sido, una vez más, una trampa.

Por eso lo más importante es el día después. Superados los avales del Congreso y del directorio del FMI, el Gobierno tendrá que revalidar el acuerdo en cada hogar, en especial en aquellos que empezarán a pagar los platos rotos de las tarifas de energía y sin perder de vista el agitado pulso de la inflación.

Por lo demás, se abre un nuevo compás de espera para saber si el tiempo que hemos comprado ha sido para ordenar un sendero racional que pueda ser sostenido en el futuro o sólo para postergar la solución de nuestros dramas económicos profundos.

El Gobierno celebra que no le exijan reformas de fondo. Sin ellas, la recuperaci­ón sólo equivaldrá a no estar peor.

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AP GOBIERNO. La vicepresid­enta Cristina Fernández y el jefe del Estado, Alberto Fernández, el miércoles 1º de marzo en el Congreso Nacional.
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