Los amores de Tchaikovsky
La intimidad del compositor ruso en el relato de Hugo Caligaris, autor del libro “Músicos apasionados”. Homosexualidad y romances conflictivos.
Aunque desde muy chico Piotr Ilich Tchaikovsky intuyó que era homosexual, recién a los 32 años asumió plenamente que lo era y que por mucho que se esforzara en reprimir lo que la sociedad rusa de su época y probablemente él mismo consideraban una anormalidad no lo conseguiría jamás. No era una decisión de su conciencia, sino de la propia naturaleza. Sin embargo, aunque a Tchaikovsky le gustaban los hombres, fueron cuatro o cinco mujeres las que marcaron su vida. Ellas forjaron, cada una a su manera, el carácter delicado, melancólico, patético y tierno del compositor clásico más bailado de la historia, ya que varias de sus mejores obras fueron ballets: “Cascanueces”, “La bella durmiente” y “El lago de los cisnes”.
La primera de las mujeres de Tchaikovsky, y la más importante, fue su madre. Ella, Alexandra Andreievna Assier, lo trataba con la veneración y la delicadeza que se dispensa a un ángel, y hasta tal punto temía que cualquier accidente pudiera dañarlo y llevárselo de vuelta al limbo que lo rodeaba de todo tipo de cuidados y caricias. El chico pagó su idolatría con devoción.
Como Edipo, pasó su vida amándola. Para satisfacerla, respondió a sus vigilias y temblores desarrollando una personalidad frágil: sería tan vulnerable como su madre quisiera, se quebraría ante cualquier contrariedad solo para corresponder a la imagen que su madre le había forjado.
Aquel ser transparente debía ser tratado con cuidado. Su aya, Fanny Dürbach, otra de las mujeres importantes en la vida de Tchaikovsky, encontró un sobrenombre perfecto para el pequeño. Lo llamó “Niño de Porcelana”. Muchos años después, en 1893, cuando Fanny se encontró casualmente con él por las calles de San Petersburgo, pocos meses antes de la muerte del músico, no dejó de asombrarse de que Tchaikovsky hubiera llegado vivo a la avanzada edad de 53 años. La anciana institutriz pensó que era un milagro.
La íntima unión entre Piotr Ilich y su madre había sido cortada por el padre en 1849, cuando el chico tenía nueve años. El señor Tchaikovsky, ingeniero de minas y empresario, pensó que era preciso someter a su hijo a un abrupto cambio, porque –dijo un día a los gritos– las mujeres lo estaban echando a perder.
Poco después de que la familia dejara la aldea natal de Kamsko-Votkinsk para instalarse en San Petersburgo, el padre lo internó en una escuela como pupilo. Brutalmente, Piotr Ilich fue arrancado del ala materna. Lo dejaron solo en un mundo de hombres. Cinco años después de aquel primer dolor se desencadenó la tragedia: murió su madre, víctima del cólera, y ya nada volvió a ser lo que había sido.
Una voz interior le decía a Piotr Ilich que, perdido el abrigo de
los brazos maternos, tenía que buscar brazos más fuertes en los que abandonarse. Sin embargo, a los 27 años se enamoró de una mujer. Era una cantante, Désirée Artôt, y por su causa el alma del Niño echó a volar al reino de la poesía. No le apetecía el cuerpo de su amada, sino su espíritu. Fue muy decepcionante que su amada no entendiera una cosa tan simple. Harta de amor platónico, Désirée lo abandonó y se entregó al fornido barítono español Mario Padilla, quien la hizo plenamente suya.
Unos años después, cuando Tchaikovsky ya había transformado en realidad la fantasía juvenil de amar a alguien de su mismo sexo, otra mujer providencial apareció en su vida. Fue una mujer que ofrecía mucho: era viuda, diez años más grande que él, muy culta, le gustaba la música, era millonaria y le gustaba darles dinero a los compositores, como ya estaba haciendo con el francés Claude Debussy. Una mujer que se manifestaba dispuesta a mantenerlo, pero con una condición muy especial: la relación que mantendrían sería únicamente epistolar. Cumplieron con esa condición: intercambiaron 1.200 cartas y jamás llegaron a conocerse.
Esa mujer se llamaba Nadejda von Meck. Era una gran dama. Para no abochornar a Piotr Ilich forzándolo a pedirle plata cada vez que lo necesitara, estableció una cuota de seis mil rublos anuales, que Tchaikovsky recibiría en doce remesas mensuales de quinientos rublos cada una.
Era mucho dinero. El beneficiario renunció a su puesto en el Conservatorio de Moscú y se encerró en su casa para componer piezas bellísimas, recibir amantes y escribirle cartas a Nadejda. Pero al cabo de trece años magníficos la relación se interrumpió, no por hartazgo del compositor sino porque así lo decidió de un día para otro la viuda. Por qué lo hizo constituye uno de los mayores misterios en la biografía de Tchaikovsky.
Según lo que ella le escribió, su fortuna se había agotado y estaba en bancarrota. Era una mala excusa. Algunos dicen que Nadejda se había indignado al saber que su protegido era gay. Había tardado demasiado en saberlo, y sólo se había enterado por casualidad. Un hijo suyo, Nikolai, se había casado con una sobrina de Tchaikovsky, Anna Davidova, y ella le habló del secreto sexual de su tío. Como un virus, el chisme se transmitió por toda la familia.
Esta versión no es sólida. Desde hacía ya bastante tiempo, toda Rusia estaba al tanto de la homosexualidad del célebre Tchaikovsky, al punto de que se podría decir con ironía que el último en asumirla oficialmente fue el propio interesado. Él se había resistido a hacerse cargo de los hechos hasta que no tuvo más remedio. Por otra parte, Nadejda von Meck le había prestado a Piotr Ilich dos veces su casa de campo para que pasara el tiempo que quisiera a solas con dos de sus parejas masculinas (su joven alumno Vladimir Chilovski y su
mayordomo Aleksei Sofronov). Esto desacredita la versión de que la viuda lo despidió por pruritos morales. Más probable parece que Nadejda haya suspendido el subsidio por despecho. Tal vez incluso estuviera enamorada de él en secreto. Tal vez por eso le escribía constantemente. ¿Y cómo había respondido él? Casándose... con otra. Esa había sido, en verdad, la sorpresa: Tchaikovsky se había presentado ante el altar del brazo de una chica. Había dado el sí, para su gran desgracia.
El matrimonio aquel fue lo peor que le pudo pasar. No solo porque se arrepintió muy pronto, sino porque tuvo que volver con la cabeza baja al Conservatorio de Moscú a retomar humildemente el puesto que había dejado, dada la determinación de su ex benefactora de no volver a girarle ni un centavo.
La historia del casamiento de Piotr Ilich es muy triste. Patética, como el nombre de su sexta sinfonía. Distintas circunstancias explican un paso tan desafortunado. Hacía tiempo que el padre de Piotr Ilich insistía en que su hijo dejara de ser soltero. Los reclamos habían aumentado tanto de tono que el músico había decidido a unirse a la primera mujer dispuesta a hacerlo.
Precisamente entonces una alumna que se declaraba seducida por el maestro le escribió para decirle que estaba dispuesta a todo con tal de ser su esposa, y que incluso aceptaría la castidad y la abstinencia en caso de que al marido no le interesara su cuerpo.
Muchas pistas indican que la joven, que se llamaba Antonina Miliukova, era en realidad una ninfómana. Su apetito sexual era múltiple y, como el cazador que dispara por igual sobre el antílope que sobre el tigre al solo efecto de exhibir sus trofeos, acorraló y cercó al Niño de Porcelana, criatura inofensiva y vulnerable, para aumentar la variedad y el número de las piezas que coleccionaba.
El matrimonio duró poco, apenas un par de semanas, pero sus consecuencias se hicieron sentir por mucho tiempo. Tal vez al ver que su protegido se casaba Von Meck se haya preguntado qué papel tenía ella en ese juego. Tal vez decidió dejar de mandarle plata cuando se pudo dar una respuesta.
Lo inapelable fue la muerte de la relación. Y, hablando de muertes, la
“Toda Rusia estaba al tanto de la homosexualidad de Tchaikovsky, (…) se podría decir que el último en asumirla fue el propio interesado”.
del compositor es el otro gran enigma en el caso Piotr Ilich. Y también tiene toques románticos. Oficialmente, se dijo que en plena epidemia de cólera tomó un vaso de agua sin hervir, y que contrajo una infección que le costó la vida. Pero extraoficialmente se habló de suicidio. Tchaikosvky habría estado noviando con su sobrino Bobyk. Al trascender este romance, la Corte se habría escandalizado. Una comisión integrada por seis altos representantes de la nobleza y la Justicia se habría presentado ante Piotr Ilich y le habría dado a elegir: la muerte o la vergüenza pública.
Tchaikovsky, uno de los tipos más delicados de Rusia, no habría tenido valor para pegarse un tiro. Por eso, dicen, se habría despedido con un vaso de arsénico.