La educación que busca la paz:
Los esfuerzos de las Naciones Unidas y los distintos gobiernos para evitar que conflictos menores se convirtieran en guerras de escala global. La búsqueda de formas de prevenir el belicismo, que no depende solo de las instituciones, sino de la forma en qu
los esfuerzos de las Naciones Unidas y los distintos gobiernos para evitar que conflictos menores se convirtieran en guerras de escala global. La búsqueda de formas de prevenir el belicismo. Por Roberto Vivo.
La prevención de nuevos conflictos se tornó un tema central tras la Segunda Guerra Mundial cuando fueron creadas una serie de organizaciones supranacionales para intentar prevenir los estragos de una nueva escalada global. Ya en 1945, la Organización de las Naciones Unidas incluyó en su estatuto fundacional las siguientes palabras: “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, estamos decididos a salvar a las futuras generaciones del flagelo de la guerra que por dos veces en el curso de esta generación ha infligido sufrimientos indecibles a la humanidad”.
Desde ese momento hasta el día de hoy han sido muchos los esfuerzos realizados para mantener la convivencia pacífica entre los pueblos. Son incontables los ejemplos de reciente data de pequeñas escaramuzas entre Estados que podrían haber desencadenado graves conflictos bélicos, pero que fueron resueltas por medio del diálogo. Basta con mencionar algunos de estos casos: los acuerdos de paz entre Egipto e Israel, la integración económica y política entre Alemania y Francia después de varios siglos de desconfianza y guerras, la democratización pacífica de los Estados del bloque soviético tras el fin de la Guerra Fría, la más reciente intervención de la Organización de Estados Americanos para frenar una escalada entre Colombia y Ecuador, entre otros. No siempre resulta fácil ver cuán importantes son estos pasos en el camino hacia la paz, puesto que es muy breve el tiempo en que ocupan las primeras planas de los diarios y los titulares de los otros medios, mientras que los eventos negativos ocupan nuestra atención en forma reiterada. Claro que estos casos vienen precedidos por un siglo especialmente sanguinario, en el que gobiernos (y, en última instancia, individuos) se ampararon en supuestas condiciones excepcionales para cometer diversas atrocidades. Esos hechos terminaron por demostrar que el progreso económico y social no es necesariamente sinónimo de humanización. De hecho, algunos de los peores capítulos del barbarismo en el siglo XX fueron encabezados por sociedades que se preciaban de sus logros culturales y científicos. En la actualidad, muchas veces son las sociedades abiertas las que protagonizan situaciones violentas o se amparan en su supuesta supremacía ética para atacar a otros pueblos. Estos episodios encienden luces de alarma y demuestran que no alcanza con lograr estándares de desarrollo y crecimiento económico para
que reine la armonía general. Además, constituyen una prueba contundente de la necesidad de trabajar activamente para evitar la guerra.
PREVENCIÓN Y SOLUCIÓN. Los gobiernos y otros actores importantes del escenario global han aprendido de la peor manera que el diálogo y la negociación como formas de resolución de conflictos son el único camino posible para resolver las diferencias. Y lo más interesante de todo, que ambos representan un juego de suma positiva en el que todos ganan. La negociación beneficia a todos, incluso a los países más poderosos. Según Kant, uno de los factores que más contribuye a la reducción de las tensiones entre países es la expansión del comercio. La búsqueda de soluciones pacíficas a las diferencias es más fácil cuando los intereses mutuos están tan vinculados que una guerra supone enormes pérdidas para todas las partes. William Ury, especialista en negociación y mediación mundialmente reconocido, advierte que el desafío para lograr el avance en cualquier controversia es el de “[…] destruir a los adversarios, convirtiéndolos en socios de uno dentro del marco de las negociaciones”. A modo de ejemplo, Ury cuenta cómo, en un discurso que pronunció en plena Guerra Civil norteamericana, el presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, habló con simpatía de los rebeldes sureños que luchaban en contra del Ejército de la Unión que él comandaba. Al cabo del discurso, una señora de avanzada edad y ferviente partidaria de la Unión habló con el mandatario, criticándolo duramente y pidiéndole explicaciones por haber hablado con simpatía de los enemigos cuando debería estar intentando descubrir cómo destruirlos. Según Ury, Lincoln le retrucó: “Pero, señora, ¿acaso, no destruyo a mis enemigos cuando los convierto en amigos?”.
Aunque se trata de un ejercicio de la imaginación, resulta interesante pensar en qué estado se encontrarían hoy la mayoría de las naciones del mundo si siempre hubieran elegido el camino de la guerra para resolver sus diferencias: cuántas vidas se hubieran perdido en vano, cuánto sufrimiento hubiera golpeado, en especial sobre los más pobres e inocentes. Si dos potencias nucleares como Estados Unidos y la Unión Soviética se hubieran atacado con todo su poderío durante la Guerra Fría, probablemente una buena parte del planeta estaría hoy deshabitada. De acuerdo con Kant, una guerra de exterminio de esta naturaleza “sólo posibilitaría la paz perpetua sobre el gran cementerio de la especie humana”.
Parecería, entonces, que el mundo, o por lo menos la mayoría, habría aprendido la lección. Y es de esperar, con verdadero fervor, que esto siga siendo una realidad. Con la guerra siempre se pierde, no importa qué bando resulte ganador. Cada conflicto supone dar varios pasos atrás por cada paso alcanzado previamente en el lento camino del progreso. Por el contrario, a través de la negociación y la resolución pacífica de las diferencias, cada parte se beneficia. Así lo entienden hoy buena parte de los regímenes democráticos del mundo y también aquellos ubicados en los extremos del mapa político.
Desde el final de la Guerra Fría, varias organizaciones y gobiernos han trabajado fuertemente en dos frentes –prevención y solución de conflictos– para mitigar los efectos de la violencia en gran escala. La primera incluye prácticas como mediaciones, conferencias internacionales, despliegue de fuerzas de paz, e incentivos económicos. Todos estos elementos apuntan a lo que William Ury se refiere cuando habla de “traspasar el no” y “llegar al sí”. La segunda está destinada a mitigar los efectos de conflictos que ya se han desatado e incluye la presión diplomática directa, las sanciones económicas y el uso de fuerzas para el mantenimiento de la paz. La institución más involucrada en esta nueva estrategia mundial ha sido las Naciones Unidas, pero otras organizaciones han cumplido roles cruciales en los procesos de paz y para salvar miles de vidas, tales como la Cruz Roja, el International Peace Bureau, el Carter Center, el Instituto Internacional para la Paz y Médicos sin Fronteras, entre otras.
La ONU no es la única organización que despliega tropas de paz para hacer cumplir los ceses de fuego o para calzar una cuña entre las partes beligerantes, una vez establecida la tregua. Ha habido ocasiones en que los aliados de Occidente agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –a veces en coordinación con la ONU y a veces no– han reunido y desplegado fuerzas de paz para destinos puntuales. Un ejemplo fue cuando, en 1995, bajo la autoridad de las Naciones Unidas, la OTAN envió tropas a Bosnia para implementar y asegurar el cumplimiento del Marco General de Acuerdo para la Paz en Bosnia y Herzegovina. La OTAN ordenó movimientos similares de tropas en la ex provincia serbia, Kosovo, con vistas a mantener la paz en dicha zona. Desde entonces, las posiciones de dicha fuerza de paz han sido ocupadas por tropas de otra fuerza pacificadora, esta vez organizada por la Unión Europea. En 1981, después de que el líder israelí Menachem Beguin y el primer mandatario de Egipto Anwar Sadat firmaran un tratado de paz –acuerdo alcanzado gracias a los esfuerzos diplomáticos del entonces presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter– se creó una organización multinacional llamada Fuerza y Observadores Multinacionales (FOM) para supervisar dicho esfuerzo por establecer la paz. La FOM fue constituida utilizando tropas, observadores y equipos de los siguientes países: Australia, Canadá, Colombia, Estados Unidos, Fiyi, Francia, Hungría, Italia, Nueva Zelanda, Noruega, la República Checa y Uruguay. Otros ejemplos de esfuerzos como estos, sin intervención de la ONU, incluyen a tropas de paz enviadas por la India a Sri Lanka y la República de Maldivas, tropas desplegadas en distintas partes de África por la Unión Africana para mantener la paz en la región, y el despliegue de tropas de este tipo por parte tanto de Rusia como de Georgia para hacer cumplir el así llamado “Acuerdo Sochi”, un cese de fuego firmado entre 1992 y 1993 y diseñado para dar término a los conflictos entre Georgia y Osetia y entre Georgia y Abjasia.
Desde una postura crítica, se podría decir que la prevención y el manejo de conflictos no han sido muy exitosos. Solo en la década de los noventa, aproximadamente cinco millones de personas murieron en más de cien conflictos
El progreso económico y social no es necesariamente sinónimo de humanización.
entre países o entre grupos armados. Algunos de los casos que más golpearon la conciencia de quienes depositaban todas las esperanzas en este camino fueron los genocidios étnicos de Somalia, Ruanda y Yugoslavia.
Hoy mismo, miles de inocentes desplazados están muriendo en Darfur y el Congo, mientras el resto del mundo mira sin tomar cartas en el asunto. Sin embargo, lo que parecen ser estrepitosos fracasos en los esfuerzos por prevenir la guerra y las matanzas masivas apoyadas por gobiernos y/o facciones políticas terminan siendo, en realidad, aprendizajes, y lecciones que sirven como base para la construcción de mejores métodos para mantener la paz, e instituciones más fuertes en el futuro para asegurarla. A pesar del carácter trágico de estos acontecimientos, las medidas preventivas que generan a futuro, a veces, encierran una esperanza, por pequeña que sea, de mejorar las formas de gobierno internacional y de la eventual creación de un sistema mundial para evitar la guerra y los crímenes de lesa humanidad que engendra.
Educación para la paz como método de prevención de conflictos. Un paso esencial para lograr un mundo más justo y pacífico consiste en educar a las nuevas generaciones en una cultura de paz. Tras siglos de enfrentamientos y de recurrir a la violencia como método para resolver las diferencias, es necesario modificar un mecanismo de respuesta social que se encuentra profundamente arraigado en muchas culturas. Y esto solo puede lograrse si se atacan las raíces del problema desde los primeros pasos del camino educativo. La educación juega un papel central dado que construye los valores de quienes en el futuro serán ciudadanos y permite la evolución del pensamiento social. Y puede además romper tópicos sociales muy asentados al demostrar que es posible construir una realidad distinta.
El uso de la violencia como recurso, último pero seguro, para resolver los problemas se encuentra tan extendido que no nos enfrentamos a una tarea fácil. Sin embargo, en los últimos cincuenta años se han hecho esfuerzos para que la educación para la paz ingrese definitivamente en las aulas escolares.
Instituciones como la Unesco, la Escola de Cultura de Pau de Catalunya, o la organización no gubernamental Intermón Oxfam trabajan activamente para que las escuelas adopten un programa de estudios donde la paz sea el eje común. Y cada año son más quienes reconocen que para modificar la realidad es necesario cambiar la manera de pensar desde su raíz. Otra importante organización que trabaja por la paz es la Universidad de las Naciones Unidas. Según la pacifista Elise Boulding, la misión de dicha universidad es de gran importancia en la expansión de la base humana y de los recursos disponibles a los estudiosos que trabajan por la paz mundial. “Mientras que ha habido, desde siempre, una pequeña comunidad internacional de estudiosos abocados a una búsqueda compartida de conocimientos, el desarrollo de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), dentro del sistema de la Organización de las Naciones Unidas para hacer frente a urgentes problemas ambientales, de desarrollo económico y que atañen a la construcción de la paz, representa una fuerza significativa en la tarea de expandir las dimensiones y la eficacia de dicha comunidad. Con un consejo directivo compuesto de académicos altamente respetados y con vínculos a la UNESCO y a otros institutos de investigación de la ONU, la Universidad de las Naciones Unidas está creando una comunidad de estudiosos y estudiantes de posgrado que trabaja dentro de una red de universidades e institutos de investigación en cada región del mundo, una comunidad rica en la experiencia de trabajos colegiados”.
Asimismo, en varias regiones alrededor del mundo que han padecido climas de violencia extrema, se están implementando programas de educación para la paz en las instituciones educativas. En Irlanda del Norte, por ejemplo, muchos estudiantes participan en un curso de estudio llamado “Educación para el Entendimiento Mutuo”, en el cual se aprenden las tradiciones católicas y protestantes. En España, la Universidad Camilo José Cela de Madrid incluye en su plan de estudios un curso específico, promovido por el ex director de la UNESCO Federico Mayor Zaragoza, dedicado al desarrollo de una cultura de paz, cuyo enfoque son los valores democráticos, el reconocimiento de los derechos humanos, y la promoción de un pensamiento social crítico. En Israel, la Escuela de Paz Neve Shalom / Wahat alSalaam organiza talleres y campamentos para chicos tanto árabes como judíos. Por su parte, Costa Rica cuenta con un proyecto verdaderamente innovador dedicado a la construcción de la paz: la Universidad para la Paz (también conocida como Upeace) que opera con el reconocimiento de la ONU y bajo un mandato de esa institución internacional, pero en forma autónoma, con su propia constitución y sin estar sujeta al reglamento o a la burocracia de las Naciones Unidas. Según su carta orgánica, su misión será la de “proveerle a la humanidad de una institución internacional de educación superior con el objeto de promover, entre todos los seres humanos, un espíritu de entendimiento, tolerancia y coexistencia pacífica, estimular la cooperación entre pueblos, y ayudar a disminuir los obstáculos y amenazas a la paz y al progreso mundial, según las nobles aspiraciones proclamadas en la Carta Orgánica de la Organización de las Naciones Unidas”. Desde el año 2002, la Upeace ha extendido su alcance, al iniciar su Programa Africano, con sede en Addis Ababa, Etiopía, con el propósito de desarrollar herramientas educativas y trabajos en red similares en todo el continente africano. En los Estados Unidos, mientras tanto, miles de colegios primarios y secundarios cuentan con programas de estudio cuyo objetivo es el de enseñar a niños y jóvenes competencias tales como la comunicación, la resolución de problemas, la empatía y el autocontrol sobre la ira.
UN CAMBIO CONCEPTUAL. Antes que nada, el cambio conceptual implica entender a la paz como una manera de interpretar las relaciones humanas y los conflictos que inevitablemente surgen de la diversidad. Es decir, la paz no solo hace referencia a la ausencia de violencia sino a un estado activo de la sociedad y de cada persona para construir un orden justo y armónico.
La paz debe ser parte del desarrollo permanente de la
Cada conflicto implica varios pasos atrás por cada
paso alcanzado en el camino del progreso.
personalidad para dar como resultado una convivencia más armónica con los demás y con la propia persona. “Dicho en los términos más sencillos, la cultura de paz es una en la cual se promueve la diversidad en paz. Tal tipo de cultura incluye formas de vida, patrones de creencia, valores, comportamientos y arreglos institucionales que acompañan y promueven el cuidado y el bienestar mutuos, en forma ecuánime por medio de la apreciación de lo distinto, gestionando y compartiendo de manera justa los recursos del mundo entre sus habitantes y entre todos los seres vivos. También brinda seguridad mutua para la humanidad en toda su diversidad, mediante un profundo sentido de identidad como especie y asimismo, de hermandad con la tierra viva. No hay ninguna necesidad de violencia. En otras palabras, la paz es un concepto activo que involucra un constante formar y reformar comprensiones, situaciones y comportamientos en un mundo en constante cambio, como para hacer sostenible el bienestar de todos”. Uno de los obstáculos “actitudinales” a la paz mundial es el error de creer que el pacifismo es equivalente a “pasivismo” y la noción equivocada de que la paz es sinónimo de inactividad. “Nada más lejos que los estereotipos de la paz como un estado aburrido e inmutable. La imagen estática de la paz como estado de inactividad humana se encuentra dramáticamente opuesta a la ca- racterización de la paz como un proceso de construcción, como aventura, exploración, y voluntad de fijar rumbo hacia lo desconocido”.
Tal como explica el educador español José Luis Zurbano Díaz de Cerio, “educar para la paz supone cultivar en los alumnos valores como la justicia, la cooperación, la solidaridad, el desarrollo de la autonomía personal y la toma de decisiones, etc., cuestionando al mismo tiempo los valores antiéticos a la cultura de la paz, como son la discriminación, la intolerancia, el etnocentrismo, la obediencia ciega, la indiferencia, la insolidaridad, el conformismo, etc.”. Tres ejes esenciales de la educación para la paz son la cooperación, el diálogo y el conocimiento mutuo. Cuando estos valores y prácticas impregnan todos los ámbitos educativos, el resultado natural es una sociedad más abierta y menos inclinada al uso de la violencia.
El investigador de la paz James Page también se refiere a la “obediencia ciega” cuando habla de cuestiones impuestas social o culturalmente como “deberes”. Este autor propone que uno de los principios de la educación para la paz sea posicionar al ser humano más allá del deber, en lo que él describe como “la ética del cuidado”. Dice, además, “que la guerra y la injusticia involucran, por lo general, la deshumanización de los que se oponen a nosotros o de los que sufren. Un elemento importante en la educación
para la paz puede ser de la humanización del enemigo y la humanización de los que sufren. Dicho en términos simples, la ética del cuidado enfatiza el hecho de que el otro comparte nuestra humanidad común”.
Sin embargo, advierte que la debilidad de la ética del cuidado es suponer que la caridad comienza en casa, lo cual lleva a la gente a aplicar sus actitudes de cuidado primero y principalmente a los que se encuentran más cercanos a ellos. Esto –dice– “puede llevar a una suerte de compasión selectiva”. Peor aún es el hecho de que “la noción del cuidado puede ser utilizada como justificación para la guerra y para el egoísmo social. En otras palabras, el discurso de la guerra y el egoísmo social dice que como nos importa o debe importar el cuidado de los más allegados a nosotros, debemos estar preparados para tomar acciones radicales para respaldar a esos allegados nuestros. La solución, según propone Page, es la de desarrollar “una ética del cuidado más universal, o, por lo menos, habría que tener una ética del cuidado más equilibrada respecto de otras perspectivas éticas”.
Al respecto, los investigadores especializados David W. y Roger T. Johnson sugieren que “si se define a la paz como la ausencia de la guerra o de la violencia, dentro del marco de una relación mutuamente beneficiosa y armoniosa entre las partes”, resulta lógico, entonces, que la educación para la paz “[…] se defina como enseñar a los individuos la información, actitudes, valores y capacidades conductuales necesarias para resolver los conflictos sin violencia y construir y mantener relaciones armoniosas”.
LA PAZ ES DINÁMICA. Al igual que Boulding, estos autores explican que “la paz es dinámica (no estática), una relación (no una característica), y un proceso activo (no un estado pasivo)”. La paz está basada –dicen– “en la mutualidad (interdependencia positiva) y en la gestión positiva del conflicto”.
Johnson y Johnson creen que “el desafío más grande para la paz se encuentra en los conflictos intratables […]”, conflictos cuyas causas directas y violencia reiterada resultante persiste en el tiempo, sin encontrar resolución duradera alguna. Advierten que tales conflictos “[…] muchas veces duran siglos”. Ellos opinan que “la paz duradera depende de la libertad estructural”, es decir, que “la paz no puede establecerse a través del dominio directo de una parte sobre la otra (mediante una fuerza económica o militar superior), y tampoco por el dominio indirecto (mediante la opresión estructural, por ejemplo, mediante la educación, la religión o los medios masivos). La opresión estructural incluye la manipulación de las condiciones sociales, económicas y/o políticas para generar, en forma sistemática, la injusticia, la violencia o la falta de servicios sociales, resultando en
la represión, la insalubridad o la muerte de ciertos grupos sociales. La libertad estructural a la cual Johnson y Johnson se refieren como el factor determinante en una paz duradera tiene que ver, precisamente, con la creación de “instituciones sociales que promueven la igualdad, la justicia y el bienestar de todas las partes relevantes”.
PAZ POSITIVA Y PAZ NEGATIVA. Monisha Bajaj, docente especialista en temas de la paz y los derechos humanos, explica, además, que cualquier entendimiento comprensivo de la paz y la educación para la paz debe tomar en cuenta la definición de “la paz tanto ‘negativa’ como ‘positiva’ que, respectivamente, comprenden la abolición de la violencia directa o física, y la violencia estructural constituida por las desigualdades sistemáticas que privan a los individuos de sus derechos humanos básicos (Galtung 1969).
Las áreas de educación en derechos humanos, en desarrollo, medio ambiente, desarme y resolución de conflictos, se incluyen con frecuencia dentro del marco de una comprensión más amplia de la educación para la paz”. La educación para la paz debería extenderse mucho más allá del aula para impactar sobre la forma de pensar a todo nivel de la sociedad, si se pretende llegar a una paz mundial duradera. Queda claro, sin embargo, que el cambio debe comenzar en algún punto, y que el lugar donde este movimiento hacia la “deslegitimación” de la guerra y la aceptación universal de la paz mejor puede echar raíces y crecer es en los niveles tanto primarios como superiores de la educación. Según Bajaj, “El proceso de la educación puede inculcar en todos los estudiantes ciertos ‘bienes’ sociales, en este caso, las capacidades y valores necesarios para la paz y la justicia social; y […] una vez que la información y la experiencia relevantes estén dadas, el estudiante individual puede convertirse en agente para promover la paz local, nacional e internacional”. Agrega: “Uno de los elementos comunes que unen a los estudiosos y practicantes asociados al campo de la educación para la paz es el optimismo en el sentido de que la educación sea capaz de llevar a un cambio social positivo”.
Todas las sociedades, incluidas las más avanzadas, preparan a sus hijos no para la paz, sino para la guerra. Este hecho, subrayado por la renombrada médica, docente y pacifista María Montessori ha sido el resultado tanto del fallido intento de los liberales pacifistas de promover la aplicación de filosofías pacíficas en la educación como de la activa participación de los conservadores en la glorificación de la guerra y en predicar la necesidad de la misma. Según Montessori, “los que quieren la guerra preparan a los jóvenes para la guerra; pero los que quieren la paz han sido negligentes en su trato con los niños y adolescentes, ya que no han podido organizarlos en pro de la paz. La paz es un principio práctico de la civilización humana y de la organización social, basado en la naturaleza del hombre. La paz no lo esclaviza, sino que lo hace consciente de su propio poder sobre el universo.
Y como está basado en la naturaleza del hombre es una constante, un principio universal que se aplica a todos los seres humanos. Este principio debe ser nuestra guía en la construcción de una ciencia de la paz, y en la educación de todos los hombres para la paz”.
LA PAZ CONSENSUAL. Johnson y Johnson explican que de los muchos tipos de paz que existen, el más positivo –y que la educación debería instar y promover– es la “paz consensual”. En la mayoría de los casos, las situaciones en que la paz se impone involucran el dominio de una parte sobre otra, en el logro de las metas de paz de esa parte en detrimento de los objetivos de la otra. Esto, claramente, puede llevar a una situación en la cual la paz de hoy se torna causa principal de la guerra de mañana, puesto que cualquier circunstancia en que “el vencedor se lleva todo” produce sueños de una futura reivindicación. Basta ver el caso de la humillación y castigo padecido por Alemania en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y el posterior ascenso de Hitler para ver las consecuencias de esta lección.
La paz consensual, como la paz impuesta, comienza con medidas para terminar con la violencia y las hostilidades, pero no continúa con la mera suspensión o represión de las relaciones anteriores a las hostilidades. Al contrario, la paz consensual busca el establecimiento de una relación completamente nueva. La base de esta nueva relación es una interacción armoniosa, cuya meta es lograr objetivos mutuos y la distribución justa de los beneficios de la paz común.
Las principales etapas de la paz consensual son la de hacer la paz y la de construir la paz. En la primera etapa, las partes involucradas en las hostilidades negocian un alto al fuego e, inmediatamente, buscan un punto de arranque desde el cual resolver sus diferencias, y así evitar el inicio de futuras hostilidades. Se podría pensar en la etapa de hacer la paz como una suerte de “control de incendio”. Su meta es la de manejar el conflicto inmediato y establecer un sólido cese de hostilidades, para así poder llegar al inicio de la segunda etapa. La tarea de esta primera etapa no es la de enfrentarse a los temas subyacentes de largo plazo, sino la de crear un clima en el corto plazo que posibilitará discusiones de estas futuras preocupaciones y buscar el camino hacia una duradera coexistencia pacífica.
En la etapa de construcción de paz, ambas partes intentan construir una paz duradera sobre la base de la creación de instituciones económicas, políticas y educacionales. Esta es la etapa en la cual ambas partes van más allá de las causas y efectos inmediatos de la guerra y se ocupan de los temas estructurales relacionados con la paz. Al tratar los temas de manera práctica, es posible crear “relaciones armoniosas y de largo plazo sobre la base del respeto mutuo y la justicia social”. Para que funcione bien esta etapa del proceso de la paz, resulta de fundamental importancia fomentar las capacidades necesarias dentro de la sociedad como para crear un clima de verdadera cooperación. Sugieren, entonces, que la educación para la paz debería enfocarse en “construir mutuamente entre todos los ciudadanos y en enseñarles las capacidades, actitudes y valores necesarios para establecer y mantener sistemas cooperativos, resolver los conflictos en forma constructiva, y adoptar valores que promuevan la paz”.
En la década del '90, unos cinco millones de personas murieron en más de cien conflictos.
* ENSAYISTA, autor de “El crimen de la guerra”.