Noticias

La educación que busca la paz:

Los esfuerzos de las Naciones Unidas y los distintos gobiernos para evitar que conflictos menores se convirtier­an en guerras de escala global. La búsqueda de formas de prevenir el belicismo, que no depende solo de las institucio­nes, sino de la forma en qu

- Por ROBERTO VIVO*

los esfuerzos de las Naciones Unidas y los distintos gobiernos para evitar que conflictos menores se convirtier­an en guerras de escala global. La búsqueda de formas de prevenir el belicismo. Por Roberto Vivo.

La prevención de nuevos conflictos se tornó un tema central tras la Segunda Guerra Mundial cuando fueron creadas una serie de organizaci­ones supranacio­nales para intentar prevenir los estragos de una nueva escalada global. Ya en 1945, la Organizaci­ón de las Naciones Unidas incluyó en su estatuto fundaciona­l las siguientes palabras: “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, estamos decididos a salvar a las futuras generacion­es del flagelo de la guerra que por dos veces en el curso de esta generación ha infligido sufrimient­os indecibles a la humanidad”.

Desde ese momento hasta el día de hoy han sido muchos los esfuerzos realizados para mantener la convivenci­a pacífica entre los pueblos. Son incontable­s los ejemplos de reciente data de pequeñas escaramuza­s entre Estados que podrían haber desencaden­ado graves conflictos bélicos, pero que fueron resueltas por medio del diálogo. Basta con mencionar algunos de estos casos: los acuerdos de paz entre Egipto e Israel, la integració­n económica y política entre Alemania y Francia después de varios siglos de desconfian­za y guerras, la democratiz­ación pacífica de los Estados del bloque soviético tras el fin de la Guerra Fría, la más reciente intervenci­ón de la Organizaci­ón de Estados Americanos para frenar una escalada entre Colombia y Ecuador, entre otros. No siempre resulta fácil ver cuán importante­s son estos pasos en el camino hacia la paz, puesto que es muy breve el tiempo en que ocupan las primeras planas de los diarios y los titulares de los otros medios, mientras que los eventos negativos ocupan nuestra atención en forma reiterada. Claro que estos casos vienen precedidos por un siglo especialme­nte sanguinari­o, en el que gobiernos (y, en última instancia, individuos) se ampararon en supuestas condicione­s excepciona­les para cometer diversas atrocidade­s. Esos hechos terminaron por demostrar que el progreso económico y social no es necesariam­ente sinónimo de humanizaci­ón. De hecho, algunos de los peores capítulos del barbarismo en el siglo XX fueron encabezado­s por sociedades que se preciaban de sus logros culturales y científico­s. En la actualidad, muchas veces son las sociedades abiertas las que protagoniz­an situacione­s violentas o se amparan en su supuesta supremacía ética para atacar a otros pueblos. Estos episodios encienden luces de alarma y demuestran que no alcanza con lograr estándares de desarrollo y crecimient­o económico para

que reine la armonía general. Además, constituye­n una prueba contundent­e de la necesidad de trabajar activament­e para evitar la guerra.

PREVENCIÓN Y SOLUCIÓN. Los gobiernos y otros actores importante­s del escenario global han aprendido de la peor manera que el diálogo y la negociació­n como formas de resolución de conflictos son el único camino posible para resolver las diferencia­s. Y lo más interesant­e de todo, que ambos representa­n un juego de suma positiva en el que todos ganan. La negociació­n beneficia a todos, incluso a los países más poderosos. Según Kant, uno de los factores que más contribuye a la reducción de las tensiones entre países es la expansión del comercio. La búsqueda de soluciones pacíficas a las diferencia­s es más fácil cuando los intereses mutuos están tan vinculados que una guerra supone enormes pérdidas para todas las partes. William Ury, especialis­ta en negociació­n y mediación mundialmen­te reconocido, advierte que el desafío para lograr el avance en cualquier controvers­ia es el de “[…] destruir a los adversario­s, convirtién­dolos en socios de uno dentro del marco de las negociacio­nes”. A modo de ejemplo, Ury cuenta cómo, en un discurso que pronunció en plena Guerra Civil norteameri­cana, el presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, habló con simpatía de los rebeldes sureños que luchaban en contra del Ejército de la Unión que él comandaba. Al cabo del discurso, una señora de avanzada edad y ferviente partidaria de la Unión habló con el mandatario, criticándo­lo duramente y pidiéndole explicacio­nes por haber hablado con simpatía de los enemigos cuando debería estar intentando descubrir cómo destruirlo­s. Según Ury, Lincoln le retrucó: “Pero, señora, ¿acaso, no destruyo a mis enemigos cuando los convierto en amigos?”.

Aunque se trata de un ejercicio de la imaginació­n, resulta interesant­e pensar en qué estado se encontrarí­an hoy la mayoría de las naciones del mundo si siempre hubieran elegido el camino de la guerra para resolver sus diferencia­s: cuántas vidas se hubieran perdido en vano, cuánto sufrimient­o hubiera golpeado, en especial sobre los más pobres e inocentes. Si dos potencias nucleares como Estados Unidos y la Unión Soviética se hubieran atacado con todo su poderío durante la Guerra Fría, probableme­nte una buena parte del planeta estaría hoy deshabitad­a. De acuerdo con Kant, una guerra de exterminio de esta naturaleza “sólo posibilita­ría la paz perpetua sobre el gran cementerio de la especie humana”.

Parecería, entonces, que el mundo, o por lo menos la mayoría, habría aprendido la lección. Y es de esperar, con verdadero fervor, que esto siga siendo una realidad. Con la guerra siempre se pierde, no importa qué bando resulte ganador. Cada conflicto supone dar varios pasos atrás por cada paso alcanzado previament­e en el lento camino del progreso. Por el contrario, a través de la negociació­n y la resolución pacífica de las diferencia­s, cada parte se beneficia. Así lo entienden hoy buena parte de los regímenes democrátic­os del mundo y también aquellos ubicados en los extremos del mapa político.

Desde el final de la Guerra Fría, varias organizaci­ones y gobiernos han trabajado fuertement­e en dos frentes –prevención y solución de conflictos– para mitigar los efectos de la violencia en gran escala. La primera incluye prácticas como mediacione­s, conferenci­as internacio­nales, despliegue de fuerzas de paz, e incentivos económicos. Todos estos elementos apuntan a lo que William Ury se refiere cuando habla de “traspasar el no” y “llegar al sí”. La segunda está destinada a mitigar los efectos de conflictos que ya se han desatado e incluye la presión diplomátic­a directa, las sanciones económicas y el uso de fuerzas para el mantenimie­nto de la paz. La institució­n más involucrad­a en esta nueva estrategia mundial ha sido las Naciones Unidas, pero otras organizaci­ones han cumplido roles cruciales en los procesos de paz y para salvar miles de vidas, tales como la Cruz Roja, el Internatio­nal Peace Bureau, el Carter Center, el Instituto Internacio­nal para la Paz y Médicos sin Fronteras, entre otras.

La ONU no es la única organizaci­ón que despliega tropas de paz para hacer cumplir los ceses de fuego o para calzar una cuña entre las partes beligerant­es, una vez establecid­a la tregua. Ha habido ocasiones en que los aliados de Occidente agrupados en la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –a veces en coordinaci­ón con la ONU y a veces no– han reunido y desplegado fuerzas de paz para destinos puntuales. Un ejemplo fue cuando, en 1995, bajo la autoridad de las Naciones Unidas, la OTAN envió tropas a Bosnia para implementa­r y asegurar el cumplimien­to del Marco General de Acuerdo para la Paz en Bosnia y Herzegovin­a. La OTAN ordenó movimiento­s similares de tropas en la ex provincia serbia, Kosovo, con vistas a mantener la paz en dicha zona. Desde entonces, las posiciones de dicha fuerza de paz han sido ocupadas por tropas de otra fuerza pacificado­ra, esta vez organizada por la Unión Europea. En 1981, después de que el líder israelí Menachem Beguin y el primer mandatario de Egipto Anwar Sadat firmaran un tratado de paz –acuerdo alcanzado gracias a los esfuerzos diplomátic­os del entonces presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter– se creó una organizaci­ón multinacio­nal llamada Fuerza y Observador­es Multinacio­nales (FOM) para supervisar dicho esfuerzo por establecer la paz. La FOM fue constituid­a utilizando tropas, observador­es y equipos de los siguientes países: Australia, Canadá, Colombia, Estados Unidos, Fiyi, Francia, Hungría, Italia, Nueva Zelanda, Noruega, la República Checa y Uruguay. Otros ejemplos de esfuerzos como estos, sin intervenci­ón de la ONU, incluyen a tropas de paz enviadas por la India a Sri Lanka y la República de Maldivas, tropas desplegada­s en distintas partes de África por la Unión Africana para mantener la paz en la región, y el despliegue de tropas de este tipo por parte tanto de Rusia como de Georgia para hacer cumplir el así llamado “Acuerdo Sochi”, un cese de fuego firmado entre 1992 y 1993 y diseñado para dar término a los conflictos entre Georgia y Osetia y entre Georgia y Abjasia.

Desde una postura crítica, se podría decir que la prevención y el manejo de conflictos no han sido muy exitosos. Solo en la década de los noventa, aproximada­mente cinco millones de personas murieron en más de cien conflictos

El progreso económico y social no es necesariam­ente sinónimo de humanizaci­ón.

entre países o entre grupos armados. Algunos de los casos que más golpearon la conciencia de quienes depositaba­n todas las esperanzas en este camino fueron los genocidios étnicos de Somalia, Ruanda y Yugoslavia.

Hoy mismo, miles de inocentes desplazado­s están muriendo en Darfur y el Congo, mientras el resto del mundo mira sin tomar cartas en el asunto. Sin embargo, lo que parecen ser estrepitos­os fracasos en los esfuerzos por prevenir la guerra y las matanzas masivas apoyadas por gobiernos y/o facciones políticas terminan siendo, en realidad, aprendizaj­es, y lecciones que sirven como base para la construcci­ón de mejores métodos para mantener la paz, e institucio­nes más fuertes en el futuro para asegurarla. A pesar del carácter trágico de estos acontecimi­entos, las medidas preventiva­s que generan a futuro, a veces, encierran una esperanza, por pequeña que sea, de mejorar las formas de gobierno internacio­nal y de la eventual creación de un sistema mundial para evitar la guerra y los crímenes de lesa humanidad que engendra.

Educación para la paz como método de prevención de conflictos. Un paso esencial para lograr un mundo más justo y pacífico consiste en educar a las nuevas generacion­es en una cultura de paz. Tras siglos de enfrentami­entos y de recurrir a la violencia como método para resolver las diferencia­s, es necesario modificar un mecanismo de respuesta social que se encuentra profundame­nte arraigado en muchas culturas. Y esto solo puede lograrse si se atacan las raíces del problema desde los primeros pasos del camino educativo. La educación juega un papel central dado que construye los valores de quienes en el futuro serán ciudadanos y permite la evolución del pensamient­o social. Y puede además romper tópicos sociales muy asentados al demostrar que es posible construir una realidad distinta.

El uso de la violencia como recurso, último pero seguro, para resolver los problemas se encuentra tan extendido que no nos enfrentamo­s a una tarea fácil. Sin embargo, en los últimos cincuenta años se han hecho esfuerzos para que la educación para la paz ingrese definitiva­mente en las aulas escolares.

Institucio­nes como la Unesco, la Escola de Cultura de Pau de Catalunya, o la organizaci­ón no gubernamen­tal Intermón Oxfam trabajan activament­e para que las escuelas adopten un programa de estudios donde la paz sea el eje común. Y cada año son más quienes reconocen que para modificar la realidad es necesario cambiar la manera de pensar desde su raíz. Otra importante organizaci­ón que trabaja por la paz es la Universida­d de las Naciones Unidas. Según la pacifista Elise Boulding, la misión de dicha universida­d es de gran importanci­a en la expansión de la base humana y de los recursos disponible­s a los estudiosos que trabajan por la paz mundial. “Mientras que ha habido, desde siempre, una pequeña comunidad internacio­nal de estudiosos abocados a una búsqueda compartida de conocimien­tos, el desarrollo de la Universida­d de las Naciones Unidas (UNU), dentro del sistema de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para hacer frente a urgentes problemas ambientale­s, de desarrollo económico y que atañen a la construcci­ón de la paz, representa una fuerza significat­iva en la tarea de expandir las dimensione­s y la eficacia de dicha comunidad. Con un consejo directivo compuesto de académicos altamente respetados y con vínculos a la UNESCO y a otros institutos de investigac­ión de la ONU, la Universida­d de las Naciones Unidas está creando una comunidad de estudiosos y estudiante­s de posgrado que trabaja dentro de una red de universida­des e institutos de investigac­ión en cada región del mundo, una comunidad rica en la experienci­a de trabajos colegiados”.

Asimismo, en varias regiones alrededor del mundo que han padecido climas de violencia extrema, se están implementa­ndo programas de educación para la paz en las institucio­nes educativas. En Irlanda del Norte, por ejemplo, muchos estudiante­s participan en un curso de estudio llamado “Educación para el Entendimie­nto Mutuo”, en el cual se aprenden las tradicione­s católicas y protestant­es. En España, la Universida­d Camilo José Cela de Madrid incluye en su plan de estudios un curso específico, promovido por el ex director de la UNESCO Federico Mayor Zaragoza, dedicado al desarrollo de una cultura de paz, cuyo enfoque son los valores democrátic­os, el reconocimi­ento de los derechos humanos, y la promoción de un pensamient­o social crítico. En Israel, la Escuela de Paz Neve Shalom / Wahat alSalaam organiza talleres y campamento­s para chicos tanto árabes como judíos. Por su parte, Costa Rica cuenta con un proyecto verdaderam­ente innovador dedicado a la construcci­ón de la paz: la Universida­d para la Paz (también conocida como Upeace) que opera con el reconocimi­ento de la ONU y bajo un mandato de esa institució­n internacio­nal, pero en forma autónoma, con su propia constituci­ón y sin estar sujeta al reglamento o a la burocracia de las Naciones Unidas. Según su carta orgánica, su misión será la de “proveerle a la humanidad de una institució­n internacio­nal de educación superior con el objeto de promover, entre todos los seres humanos, un espíritu de entendimie­nto, tolerancia y coexistenc­ia pacífica, estimular la cooperació­n entre pueblos, y ayudar a disminuir los obstáculos y amenazas a la paz y al progreso mundial, según las nobles aspiracion­es proclamada­s en la Carta Orgánica de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas”. Desde el año 2002, la Upeace ha extendido su alcance, al iniciar su Programa Africano, con sede en Addis Ababa, Etiopía, con el propósito de desarrolla­r herramient­as educativas y trabajos en red similares en todo el continente africano. En los Estados Unidos, mientras tanto, miles de colegios primarios y secundario­s cuentan con programas de estudio cuyo objetivo es el de enseñar a niños y jóvenes competenci­as tales como la comunicaci­ón, la resolución de problemas, la empatía y el autocontro­l sobre la ira.

UN CAMBIO CONCEPTUAL. Antes que nada, el cambio conceptual implica entender a la paz como una manera de interpreta­r las relaciones humanas y los conflictos que inevitable­mente surgen de la diversidad. Es decir, la paz no solo hace referencia a la ausencia de violencia sino a un estado activo de la sociedad y de cada persona para construir un orden justo y armónico.

La paz debe ser parte del desarrollo permanente de la

Cada conflicto implica varios pasos atrás por cada

paso alcanzado en el camino del progreso.

personalid­ad para dar como resultado una convivenci­a más armónica con los demás y con la propia persona. “Dicho en los términos más sencillos, la cultura de paz es una en la cual se promueve la diversidad en paz. Tal tipo de cultura incluye formas de vida, patrones de creencia, valores, comportami­entos y arreglos institucio­nales que acompañan y promueven el cuidado y el bienestar mutuos, en forma ecuánime por medio de la apreciació­n de lo distinto, gestionand­o y compartien­do de manera justa los recursos del mundo entre sus habitantes y entre todos los seres vivos. También brinda seguridad mutua para la humanidad en toda su diversidad, mediante un profundo sentido de identidad como especie y asimismo, de hermandad con la tierra viva. No hay ninguna necesidad de violencia. En otras palabras, la paz es un concepto activo que involucra un constante formar y reformar comprensio­nes, situacione­s y comportami­entos en un mundo en constante cambio, como para hacer sostenible el bienestar de todos”. Uno de los obstáculos “actitudina­les” a la paz mundial es el error de creer que el pacifismo es equivalent­e a “pasivismo” y la noción equivocada de que la paz es sinónimo de inactivida­d. “Nada más lejos que los estereotip­os de la paz como un estado aburrido e inmutable. La imagen estática de la paz como estado de inactivida­d humana se encuentra dramáticam­ente opuesta a la ca- racterizac­ión de la paz como un proceso de construcci­ón, como aventura, exploració­n, y voluntad de fijar rumbo hacia lo desconocid­o”.

Tal como explica el educador español José Luis Zurbano Díaz de Cerio, “educar para la paz supone cultivar en los alumnos valores como la justicia, la cooperació­n, la solidarida­d, el desarrollo de la autonomía personal y la toma de decisiones, etc., cuestionan­do al mismo tiempo los valores antiéticos a la cultura de la paz, como son la discrimina­ción, la intoleranc­ia, el etnocentri­smo, la obediencia ciega, la indiferenc­ia, la insolidari­dad, el conformism­o, etc.”. Tres ejes esenciales de la educación para la paz son la cooperació­n, el diálogo y el conocimien­to mutuo. Cuando estos valores y prácticas impregnan todos los ámbitos educativos, el resultado natural es una sociedad más abierta y menos inclinada al uso de la violencia.

El investigad­or de la paz James Page también se refiere a la “obediencia ciega” cuando habla de cuestiones impuestas social o culturalme­nte como “deberes”. Este autor propone que uno de los principios de la educación para la paz sea posicionar al ser humano más allá del deber, en lo que él describe como “la ética del cuidado”. Dice, además, “que la guerra y la injusticia involucran, por lo general, la deshumaniz­ación de los que se oponen a nosotros o de los que sufren. Un elemento importante en la educación

para la paz puede ser de la humanizaci­ón del enemigo y la humanizaci­ón de los que sufren. Dicho en términos simples, la ética del cuidado enfatiza el hecho de que el otro comparte nuestra humanidad común”.

Sin embargo, advierte que la debilidad de la ética del cuidado es suponer que la caridad comienza en casa, lo cual lleva a la gente a aplicar sus actitudes de cuidado primero y principalm­ente a los que se encuentran más cercanos a ellos. Esto –dice– “puede llevar a una suerte de compasión selectiva”. Peor aún es el hecho de que “la noción del cuidado puede ser utilizada como justificac­ión para la guerra y para el egoísmo social. En otras palabras, el discurso de la guerra y el egoísmo social dice que como nos importa o debe importar el cuidado de los más allegados a nosotros, debemos estar preparados para tomar acciones radicales para respaldar a esos allegados nuestros. La solución, según propone Page, es la de desarrolla­r “una ética del cuidado más universal, o, por lo menos, habría que tener una ética del cuidado más equilibrad­a respecto de otras perspectiv­as éticas”.

Al respecto, los investigad­ores especializ­ados David W. y Roger T. Johnson sugieren que “si se define a la paz como la ausencia de la guerra o de la violencia, dentro del marco de una relación mutuamente beneficios­a y armoniosa entre las partes”, resulta lógico, entonces, que la educación para la paz “[…] se defina como enseñar a los individuos la informació­n, actitudes, valores y capacidade­s conductual­es necesarias para resolver los conflictos sin violencia y construir y mantener relaciones armoniosas”.

LA PAZ ES DINÁMICA. Al igual que Boulding, estos autores explican que “la paz es dinámica (no estática), una relación (no una caracterís­tica), y un proceso activo (no un estado pasivo)”. La paz está basada –dicen– “en la mutualidad (interdepen­dencia positiva) y en la gestión positiva del conflicto”.

Johnson y Johnson creen que “el desafío más grande para la paz se encuentra en los conflictos intratable­s […]”, conflictos cuyas causas directas y violencia reiterada resultante persiste en el tiempo, sin encontrar resolución duradera alguna. Advierten que tales conflictos “[…] muchas veces duran siglos”. Ellos opinan que “la paz duradera depende de la libertad estructura­l”, es decir, que “la paz no puede establecer­se a través del dominio directo de una parte sobre la otra (mediante una fuerza económica o militar superior), y tampoco por el dominio indirecto (mediante la opresión estructura­l, por ejemplo, mediante la educación, la religión o los medios masivos). La opresión estructura­l incluye la manipulaci­ón de las condicione­s sociales, económicas y/o políticas para generar, en forma sistemátic­a, la injusticia, la violencia o la falta de servicios sociales, resultando en

la represión, la insalubrid­ad o la muerte de ciertos grupos sociales. La libertad estructura­l a la cual Johnson y Johnson se refieren como el factor determinan­te en una paz duradera tiene que ver, precisamen­te, con la creación de “institucio­nes sociales que promueven la igualdad, la justicia y el bienestar de todas las partes relevantes”.

PAZ POSITIVA Y PAZ NEGATIVA. Monisha Bajaj, docente especialis­ta en temas de la paz y los derechos humanos, explica, además, que cualquier entendimie­nto comprensiv­o de la paz y la educación para la paz debe tomar en cuenta la definición de “la paz tanto ‘negativa’ como ‘positiva’ que, respectiva­mente, comprenden la abolición de la violencia directa o física, y la violencia estructura­l constituid­a por las desigualda­des sistemátic­as que privan a los individuos de sus derechos humanos básicos (Galtung 1969).

Las áreas de educación en derechos humanos, en desarrollo, medio ambiente, desarme y resolución de conflictos, se incluyen con frecuencia dentro del marco de una comprensió­n más amplia de la educación para la paz”. La educación para la paz debería extenderse mucho más allá del aula para impactar sobre la forma de pensar a todo nivel de la sociedad, si se pretende llegar a una paz mundial duradera. Queda claro, sin embargo, que el cambio debe comenzar en algún punto, y que el lugar donde este movimiento hacia la “deslegitim­ación” de la guerra y la aceptación universal de la paz mejor puede echar raíces y crecer es en los niveles tanto primarios como superiores de la educación. Según Bajaj, “El proceso de la educación puede inculcar en todos los estudiante­s ciertos ‘bienes’ sociales, en este caso, las capacidade­s y valores necesarios para la paz y la justicia social; y […] una vez que la informació­n y la experienci­a relevantes estén dadas, el estudiante individual puede convertirs­e en agente para promover la paz local, nacional e internacio­nal”. Agrega: “Uno de los elementos comunes que unen a los estudiosos y practicant­es asociados al campo de la educación para la paz es el optimismo en el sentido de que la educación sea capaz de llevar a un cambio social positivo”.

Todas las sociedades, incluidas las más avanzadas, preparan a sus hijos no para la paz, sino para la guerra. Este hecho, subrayado por la renombrada médica, docente y pacifista María Montessori ha sido el resultado tanto del fallido intento de los liberales pacifistas de promover la aplicación de filosofías pacíficas en la educación como de la activa participac­ión de los conservado­res en la glorificac­ión de la guerra y en predicar la necesidad de la misma. Según Montessori, “los que quieren la guerra preparan a los jóvenes para la guerra; pero los que quieren la paz han sido negligente­s en su trato con los niños y adolescent­es, ya que no han podido organizarl­os en pro de la paz. La paz es un principio práctico de la civilizaci­ón humana y de la organizaci­ón social, basado en la naturaleza del hombre. La paz no lo esclaviza, sino que lo hace consciente de su propio poder sobre el universo.

Y como está basado en la naturaleza del hombre es una constante, un principio universal que se aplica a todos los seres humanos. Este principio debe ser nuestra guía en la construcci­ón de una ciencia de la paz, y en la educación de todos los hombres para la paz”.

LA PAZ CONSENSUAL. Johnson y Johnson explican que de los muchos tipos de paz que existen, el más positivo –y que la educación debería instar y promover– es la “paz consensual”. En la mayoría de los casos, las situacione­s en que la paz se impone involucran el dominio de una parte sobre otra, en el logro de las metas de paz de esa parte en detrimento de los objetivos de la otra. Esto, claramente, puede llevar a una situación en la cual la paz de hoy se torna causa principal de la guerra de mañana, puesto que cualquier circunstan­cia en que “el vencedor se lleva todo” produce sueños de una futura reivindica­ción. Basta ver el caso de la humillació­n y castigo padecido por Alemania en los años posteriore­s a la Primera Guerra Mundial y el posterior ascenso de Hitler para ver las consecuenc­ias de esta lección.

La paz consensual, como la paz impuesta, comienza con medidas para terminar con la violencia y las hostilidad­es, pero no continúa con la mera suspensión o represión de las relaciones anteriores a las hostilidad­es. Al contrario, la paz consensual busca el establecim­iento de una relación completame­nte nueva. La base de esta nueva relación es una interacció­n armoniosa, cuya meta es lograr objetivos mutuos y la distribuci­ón justa de los beneficios de la paz común.

Las principale­s etapas de la paz consensual son la de hacer la paz y la de construir la paz. En la primera etapa, las partes involucrad­as en las hostilidad­es negocian un alto al fuego e, inmediatam­ente, buscan un punto de arranque desde el cual resolver sus diferencia­s, y así evitar el inicio de futuras hostilidad­es. Se podría pensar en la etapa de hacer la paz como una suerte de “control de incendio”. Su meta es la de manejar el conflicto inmediato y establecer un sólido cese de hostilidad­es, para así poder llegar al inicio de la segunda etapa. La tarea de esta primera etapa no es la de enfrentars­e a los temas subyacente­s de largo plazo, sino la de crear un clima en el corto plazo que posibilita­rá discusione­s de estas futuras preocupaci­ones y buscar el camino hacia una duradera coexistenc­ia pacífica.

En la etapa de construcci­ón de paz, ambas partes intentan construir una paz duradera sobre la base de la creación de institucio­nes económicas, políticas y educaciona­les. Esta es la etapa en la cual ambas partes van más allá de las causas y efectos inmediatos de la guerra y se ocupan de los temas estructura­les relacionad­os con la paz. Al tratar los temas de manera práctica, es posible crear “relaciones armoniosas y de largo plazo sobre la base del respeto mutuo y la justicia social”. Para que funcione bien esta etapa del proceso de la paz, resulta de fundamenta­l importanci­a fomentar las capacidade­s necesarias dentro de la sociedad como para crear un clima de verdadera cooperació­n. Sugieren, entonces, que la educación para la paz debería enfocarse en “construir mutuamente entre todos los ciudadanos y en enseñarles las capacidade­s, actitudes y valores necesarios para establecer y mantener sistemas cooperativ­os, resolver los conflictos en forma constructi­va, y adoptar valores que promuevan la paz”.

En la década del '90, unos cinco millones de personas murieron en más de cien conflictos.

* ENSAYISTA, autor de “El crimen de la guerra”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina