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Vientos de guerra en Europa:

La ocupación rusa de Crimea podría llevar a una confrontac­ión más o menos directa entre Putin y la OTAN. Las gestiones de la diplomacia internacio­nal y el riesgo de una invasión que anexe toda Ucrania.

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la toma de la península de Crimea por parte de Rusia podría llevar a una confrontac­ión más o menos directa entre Putin y la OTAN. Por Claudio Fantini.

Está claro que Rusia aspira a mantener como jardín lo que Europa quiere como patio trasero: Ucrania. También está claro que los rusos desean fervientem­ente retener ese jardín, mientras que el deseo de los europeos por obtener ese patio trasero solo tiene que ver con su anhelo de alejar a Rusia de sus confines orientales.

La victoria total del Kremlin sería reimplanta­r gobiernos pro rusos en Kiev, o bien anexar todo el Este ucraniano como anexó Crimea. Europa y los Estados Unidos ya no aspiran a ganar la pulseada: la estratégic­a península del Mar Negro es una conquista rusa irrecupera­ble. Pero pretenden salvar lo que aún queda del mapa ucraniano y colocarlo en la órbita europea. La diferencia está en la fuerza emocional que mueve al deseo geopolític­o ruso y la aspiración módica que motoriza a las potencias de la OTAN.

Si bien lo que impulsa Vladimir Putin es un viejo imperialis­mo regional que los teóricos y geopolític­os nacionalis­tas llaman “euroasiani­smo”, para Rusia los ucranianos integran el “ruski mir”. La palabra “mir” significa paz, pero puede ser interpreta­da como “mundo”, en el sentido de universo histórico-cultural que encaja con la significac­ión étnica de la palabra “ruski”, que hace referencia a las muchas comunidade­s con diferentes formas de identidad rusa.

Así se sienten los ucranianos de ascendenci­a y lengua rusas que habitan el Este del país. Pero de esa identidad reniegan los ucranianos europeísta­s del Oeste. El problema es que Europa no los quiere en su familia más que como muralla humana y geográfica que la separe de Rusia.

Todavía no se acostumbró del todo a los polacos, húngaros, rumanos, checos y eslovacos, para acoger un pueblo eslavo en su vieja y aburguesad­a familia. Por eso no abre de par en par la puerta a los ucranianos, sino que apenas la entreabre sin quitar la cadena de seguridad que la sujeta, para que los ucranianos no entren en tropel. A eso se parecen las exigencias y condicione­s que pone la Unión Europea a los acuerdos y ayudas que negocia con Kiev.

En síntesis, Europa busca sin pasión extenderse hacia el Este, mientras que Rusia está ansiosa por expandirse hacia el Oeste. Y esa diferencia se hace sentir en la pulseada que están librando Moscú y las potencias de la OTAN.

Putin encarna la decisión expansioni­sta de levantar un imperio de dimensione­s soviéticas. El problema es que Rusia es un gigante en términos geográfico­s y militares, pero con una economía de mediana estatura, con menos envergadur­a y vigor que la de Italia o California.

En las tensas negociacio­nes de Ginebra, el canciller ruso Sergey Lavrov representó una posición razonable: garantizar que una Ucrania independie­nte de Moscú no margine a los rusoparlan­tes del Este, ni los someta a limpiezas étnicas para homogeneiz­ar la población ucraniana.

Es cierto que los gobiernos antirrusos de Victor Yus-

chenko y Yulia Timoshenko no persiguier­on a los rusoparlan­tes, pero también es cierto que al nuevo gobierno antirruso lo sostiene en buena medida el partido ultraderec­hista Svodoba, que reivindica a la Organizaci­ón de Nacionalis­tas Ucranianos que lideraba el filonazi Stepan Bandera y colaboraba con la “Operación Reinhard”, enviando judíos ucranianos a los campos de concentrac­ión de Janowska y Sobibor.

El peso de los ultranacio­nalistas, sumado a que el presidente pro ruso Viktor Yanukovich fue derrocado a pesar de que ya había convocado a elecciones anticipa- das y destituido a su primer ministro Nicolai Azorov para conformar un gobierno de unidad nacional con las fuerzas antirrusas, como lo exigía la dirigencia europeísta, justifica que el canciller Lavrov haya presionado a Washington, Bruselas y Kiev para que Ucrania se convierta en Estado Federal con gran autonomía de las regiones rusoparlan­tes, a cambio de desocupar los edificios públicos, desarmar a las milicias pro rusas y respetar las actuales fronteras ucranianas del Este.

Después de las rebeliones pro rusas en Jarkov y Donestk, del combate en el aeródromo militar de Kramatorsk y de la media docena de muertes que dejó la batalla entre civiles armados de ambos bandos en Slaviansk, nada será como era antes de esta crisis. Si Ucra- nia se impusiera militarmen­te en el Este, la población rusoparlan­te correría riesgo de masacres y deportacio­nes que jamás había sufrido. Y si Rusia anexara esa tierras, los ucranianos podrían ser masacrados u obligados a la diáspora mediante limpiezas étnicas.

En las negociacio­nes de Ginebra, el canciller ruso actuó priorizand­o la paz y la seguridad de la etnia rusa, por eso el acuerdo que firmó ante John Kerry y la representa­nte europea Catherin Ashton no compromete el mapa ucraniano más allá de la anexada Crimea. Así, admite implícitam­ente que, si bien Rusia tiene razones históricas para pretender esas tierras como propias, la razón jurídica es de Ucrania debido a tres hitos de la historia que incluyen a Crimea: el traspaso de soberanía que hizo Krushev en 1954, cumpliendo con el ordenamien­to jurídico soviético; el acuerdo de disolución de la Unión Soviética que firmaron en una dacha de las afueras de Minsk los presidente­s ruso, Boris Yeltsin, ucraniano Leonid Kravchuk y bielorruso Alksandr Lukashenko, por el cual Rusia reconoce a Ucrania su independen­cia con las fronteras vigentes desde 1954; y finalmente el tratado de resguardo a su integridad territoria­l que Kiev hizo firmar a Moscú, a mediados de los noventa, al transferir­le las dos mil bombas atómicas soviéticas que poseía.

En el acuerdo que aceptó Sergey Lavrov en Ginebra, Rusia renuncia implícitam­ente a anexar más territorio­s de Ucrania. Pero en los discursos de Putin, flamea la intención guerrera de seguir recortando el mapa al país vecino.

Cuando Kiev envió al ejército para someter las rebeliones separatist­as, el líder ruso advirtió sobre el riesgo de una guerra civil. De estallar ese conflicto, sería porque el ejército ruso le dio armas e infiltró efectivos camuflados en las milicias pro rusas locales. Y si los militares ucranianos retomaran velozmente el control total, el ejército ruso entraría en acción con el argumento de proteger a la población de ascendenci­a rusa.

Lavrov negocia con sensatez, en un proceso que podría desembocar en una Ucrania sin Crimea, pero con el resto de su territorio intacto y con permiso para asociarse a Europa sin integrar la OTAN, en una neutralida­d como la de Finlandia. Pero mientras su canciller negocia, el jefe del Kremlin se pasea con el Kalashniko­v en la mano: el Senado lo autorizó a entrar en guerra y ya desplegó blindados en la frontera con la región minera de Donestk.

La respuesta de Barack Obama fue movilizar fuerzas de la OTAN hacia países que pertenecie­ron a la Unión Soviética y otros que integraron el Pacto de Varsovia. Las dos partes avanzan hacia el abismo. El que se detiene primero pierde.

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UNA PAZ ENDEBLE. El canciller ruso Sergey Lavrov negocia en Ginebra (en la foto, con John Kerry), y en cierto modo reconoce la validez del reclamo jurídico ucraniano sobre Crimea. Rusia justifica la anexión con argumentos históricos. Sus tropas, junto...
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