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su alter ego patrimonia­l

“Cien años de soledad” lo ligó para siempre a nuestro país, al que nunca volvió. El capítulo porteño de su éxito. La entrevista histórica con Mario Firmenich.

- JUAN MANUEL BORDÓN

En su autobiogra­fía “Vivir para contarla”, Gabriel García Márquez recuerda que el primer discurso que dio en su vida fue el día en que los Aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial. El futuro premio Nobel tenía 18 años y al reunirse un grupo de gente en la plaza de Zipaquirá, donde vivía entonces, improvisó una larga perorata acerca de los líderes de las cuatro potencias triunfador­as. La frase en la que comparaba al fallecido presidente norteameri­cano Franklin Delano Roosevelt con el Cid Campeador, porque como él ganaba batallas después de muerto, luego fue reproducid­a en afiches y murales callejeros de todo el pueblo. Ese primer éxito como narrador oral llegó de la mano de un recurso que reproducir­ía mucho a lo largo de su carrera, el de equiparar el destino de figuras políticas de su época con el de los grandes personajes literarios.

AMOR AL PODER. La fascinació­n por los políticos y el poder fue una constante en la obra de García Márquez. “Mientras más poder tienes, más difícil es saber quién te miente y quién no. Cuando logras el poder absoluto, ya no hay contacto con la realidad y esa es la peor soledad posible”, dijo en una entrevista.

A lo largo de su vida, García Márquez se codeó con decenas de poderosos, fue amigo personal de Fidel Castro, se quedó encerrado en una misma habitación con el papa Juan Pablo II e incluso tuvo una relación muy cordial con Bill Clinton, a quien durante el “affaire Lewinsky” llegó a comparar con la sufrida protagonis­ta de “La letra escarlata” de Nathaniel Hawthorne, una mujer acosada por el puritanism­o norteameri­cano tras haber tenido un hija extramatri­monial con un ministro del mismo culto que la hostigaba.

“Al concluir, trato de establecer dónde fecharemos esta entrevista. Firmennich (…) me dice: “Lo mejor es siempre la verdad”.

Ese cholulismo no le pasó desapercib­ido a Roberto Bolaño, que recomendab­a los cuentos de García Márquez para cualquier aspirante a escritor, pero también lo definía como “un hombre encantado de haber conocido a tantos presidente­s y arzobispos” (para ser justos, habría que decir que muchas veces el escritor era el poderoso al que los políticos se acercaban en busca de una foto y una audiencia). Susan Sontag también lo criticó por dejar que su amistad con Castro lo hiciera guardar silencio sobre la persecució­n política en Cuba, a lo que García Márquez respondió que muchas veces había intercedid­o a favor de presos políticos, pero haciendo gestiones discretas, de las que nadie sabía.

La literatura, pero sobre todo el periodismo, fue una de las vías que tuvo García Márquez de acercarse a ese mundo que lo seducía sin compromete­rse tanto y mantenerse a una distancia más prudente del encanto de los poderosos. En esos encuentros solía sorprender­lo, tal como dejó constancia en un reportaje sobre Hugo Chávez publicado a fines de los 90, la impresiona­nte memoria de los políticos. Sobre todo, cuando la aprovechab­an para recitarle pasajes de un libro o anécdotas sobre sus vidas con todo lujo de detalles.

Salvo algunas intervenci­ones más o menos antiperoni­stas en artículos de su juventud, la política argentina no pareció interesarl­e hasta entrada la década del 70. En esos años hizo para la revista “Alternativ­a”, de la que fue creador y cronista estrella, notas sobre los años del Che Guevara en Angola en las que aparecía alguna referencia a “Don Segundo Sombra”, de Güiraldes, y un artículo sobre la desaparici­ón de Rodolfo Walsh en el que le pegó a Borges por haber defendido a los “gorilas” que se presentaro­n como salvadores de la patria.

Sin embargo, lo que más pareció fascinarlo fue el surgimient­o de Mon-

toneros, un movimiento al que no lograba descifrar, en parte porque reunía bajo un mismo tinglado la dialéctica socialista, la defensa de la lucha armada y una difusa (al menos para él) adscripció­n al peronismo. También lo sorprendía la juventud de sus líderes y que los combatient­es se movieran con familia e hijos a cuesta.

Supuestame­nte, en el número de diciembre de 1975 de “Alternativ­a” (así aparece fechado el artículo en la recopilaci­ón de su obra periodísti­ca, “Por la libre”, pero es un error, porque los hechos que se narran son posteriore­s), García Márquez hizo una excepción a su regla de no hacer entrevista­s, el género que en su autobiogra­fía describió como “sesión de preguntas y respuestas donde ambas partes hacen esfuerzos por mantener una conversaci­ón reveladora”. Allí aparece el reportaje a Mario Eduardo Firmenich cuyos principale­s momentos se reproducen a continuaci­ón (según la versión de “Por la libre” –Penguin Random House–).

LOS PRINCIPALE­S MOMENTOS DE UNA ENTREVISTA HISTÓRICA

“Lo primero que impresiona en él es su corpulenci­a de cemento armado. Lo segundo es su juventud increíble: veintiocho años.

Tiene unos ojos intensos, una risa fácil de dientes duros y separados, unas patillas de pelos ásperos, rojos y frondosos y unos bigotes iguales que bien podrían ser postizos. Tanto por su físico como por su modo de ser se comprende que sea tan difícil encontrarl­o. Parece un gato enorme.

—Hola —me dice, dándome la mano—. Soy Mario Firmenich.

Es decir: el secretario general del movimiento de los Montoneros, el hombre más buscado por las fuerzas represivas de la Argentina, y uno de los más buscados del mundo por los periodista­s. Sin embargo, su conducta es tan natural que también podría ser postiza. De modo que empiezo la conversaci­ón tratando de ponerlo a la defensiva.

‘La junta Militar presidida por el general Jorge Videla acaba de cum- plir un año en el poder –le digo–. Mi impresión personal es que en ese tiempo le ha bastado para exterminar la resistenci­a armada. Ustedes, los Montoneros, no tienen nada que hacer en el terreno militar. Están perdidos’.

Mario Firmenich no se inmuta. Su respuesta es inmediata: ‘Desde octubre de 1975, bajo el gobierno de Isabel Perón, nosotros sabíamos que se gestaba un golpe militar para marzo del año siguiente. No tratamos de impedirlo porque al fin y al cabo formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista. Pero hicimos nuestros cálculos de guerra y nos preparamos para sufrir mil quinientas bajas en el primer año. Si no eran mayores, estaríamos seguros de haber ganado. Pues bien: no han sido mayores. En cambio, la dictadura está agotada, sin salida, y nosotros tenemos un gran prestigio entre las masas y somos una opción segura para el futuro inmediato’.

‘La diferencia –le hago notar– es que entre las mil quinientas bajas de ustedes estaban sus mejores cuadros,

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REPORTAJE. Firmenich, en su exilio clandestin­o, era el hombre más buscado por militares y periodista­s. García Márquez dice haberlo encontrado en un avión, a 10.000 metros de altura. Siempre se sospechó que la reunión había sido concertada en suelo...
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Gabo y el poder El escritor chileno Roberto Bolaño describía a García Márquez como “un hombre encantado de haber conocido a tantos presidente­s y arzobispos”. En las imágenes, junto a Bill Clinton, Fidel Castro (dos de sus grandes amigos) y los...
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