No al “sincericidio”:
Kicillof postergó la publicación de los índices de pobreza e indigencia. Estaban atados a la adulteración del PBI. Efectos en la macro.
el ministro Kicillof no quiso convalidar los datos de pobreza e indigencia del INDEC. Las mentiras estadísticas de la década y el fin de la supuesta estabilidad cambiaria.
Entre 2007 y 2012 el crecimiento real de la economía K fue de 15,9% -un promedio anual de 3% de aumento del PBI-, bien por debajo del 30% que midió el INDEC y que suponía un promedio anual de crecimiento del 5,3%. Las “tasas chinas” no eran tan chinas, así como la inflación del 8 ó 9% anual era apenas un “dibujo” de los verdaderos precios en las góndolas. Hoy empiezan a sentirse los efectos reales de tales “truchadas”. Axel Kicillof, pese a su intención de descabezar el INDEC, tuvo que postergar el miércoles 23, sin fecha, los índices de pobreza e indigencia del 2013. No quiso pasar vergüenza con los burócratas Ana María Edwin y Norberto Itzcovich de laderos.
Aquella adulteración del PBI tiene que ver con los índices engañosos del presente. Fue incluso investigada por el docente de la UBA Ariel Coremberg, un economista que trabajó en el cálculo del Producto Bruto Interno de la Argentina antes de que Néstor Kirchner interviniera el INDEC. Coremberg -que trabajó junto a un grupo internacional de economistas en la revisión de las estadísticas de crecimiento de unos veinte países, con el auspicio de la Universidad de Harvard- demostró el fraude estableciendo para el caso argentino unas pocas correlaciones. La principal: como el PBI se mide en pesos producidos y luego ese número es ajustado -“deflactado” o “descontado”- por la tasa de inflación, si el IPC utilizado subestima la inflación real, el resultado da un crecimiento mayor al verdadero. O sea, a una inflación falsificada -la del exsecretario Guillermo Moreno- le correspondía un PBI frudulento.
Según el estudio, la “sobreestimación oficial” del crecimiento se produjo porque se alteró desde el 2007 la metodología tradicional de medición que el departamento de Cuentas Na- cionales del INDEC usó por más de 25 años. El “cambio metodológico” no solo no fue informado sino que Moreno lo ocultó deliberadamente con la complicidad de sus funcionarios títeres, Ana María Edwin y Norberto Itzcovich, quienes aún hoy aparecen respaldados por Kicillof. Coremberg explica la secuencia que termina por derrumbar el relato K: “La Argentina fue una de las economías que más cayó entre 1998 y 2002, aunque después estuvo entre las que más rebotaron. Pero, a partir del 2006, lo que hizo fue recuperar lo perdido en la recesión anterior. Acumulada, la tasa de crecimiento promedio es
la misma que viene teniendo el país hace 100 años”.
Su revisión coincidió con las cifras oficiales hasta el 2007, año en que el INDEC fue intervenido, pero no solo descubrió que los números aparecían “inflados” por el efecto de la inflación mal medida, sino también por la adulteración de los datos sobre el crecimiento en los volúmenes de producción de las diferentes ramas de actividad. Según el cálculo de Coremberg, entre el 2007 y 2012 el crecimiento anual real promedió el 3% y no el 5,3% “dibujado” por el cristinismo. La diferencia de dos puntos por año representó una brecha acumulada en el nivel de producción de 12,3%.Tampoco era cierto que la Argentina creciera en esos años más que los vecinos de la región: en el período 1998-2012, según sus cálculos, ocupó el penúltimo lugar antes de México.
POBRES MENTIDOS Y BORRADOS. Con semejante antecedente, hubiera sido el colmo de la “truchada” estadística que el ministro Axel Kicillof autorizara la publicación de los índices de pobreza e indigencia del INDEC. La última Encuesta Permanente de Hogares del 2013 ubicaba por debajo de la línea de pobreza a solo unos 448.000 hogares, 1.189.000 perso- nas (4,7% de la población total), y bajo la línea de indigencia a 189.000 hogares, es decir 367.000 personas indigentes (1,4% de la población). Esos porcentajes ya eran ridículos en el 2013; ahora serían escandalosos. Una institución más seria que el INDEC -el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentinaestimó que, a fin del año pasado, la pobreza alcanzaba al 25% de la población (alrededor de 10 millones de personas) y la indigencia al 7% (1.700.000). Otros estudios hacen subir el segmento de “pobres” por encima del 30% de la población (más de 13 millones y medio). En pocas
palabras: el oficialismo escondió por debajo de la alfombra entre ocho y once millones de pobres. ¿Cómo hace ahora, sin que se les caigan la cara de vergüenza a CFK y Kicillof para admitir que el país, desde el punto de vista social, está igual o peor que durante el menemismo? Por algo los funcionarios K siempre se negaron a aplicar el otro método conocido de medición de la pobreza, el de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), porque éste toma en cuenta no solo los ingresos de la población sino sus posibilidades de acceso a la vivienda, la educación, la salud y a servicios públicos. La última medición oficial por ese método fue en el 2001.
SINCERICIDIO Y RESERVAS. El equipo de Kicillof se encuentra ante una doble paradoja. Por un lado, mientras más sincera los datos de inflación -casi 10% de aumento en el primer trimestre- y el PBI -el año pasado creció 3% y no el 5% como decía el INDEC-, mayores son las incongruencias que quedan al descubierto de la “década truchada”. Los próximos “descubrimientos” serán la manipulación estadística de la tasa de desempleo y los superávits comerciales también amañados. La segunda paradoja es que los ingresos de dólares provenientes de la cosecha récord de soja obligó a un nuevo pico de emisión del Banco Central (para comprar esas divisas, para rescatar las Letras que aspiran los pesos sobrantes de la plaza, para financiar al Tesoro en rojo y para pagar “cash” las importaciones de energía) y pueden desestabilizar el mercado cambiario y el cuadro macroeconómico general. El Gobierno -si es que quiere aumentar o, aunque sea, sostener las reservas- tendrá que optar entre
El Gobierno tendrá que optar entre
seguir con altas de interés, a costa
de la recesión, o dejarse llevar por
las nuevas presiones devaluatorias.
aumentar la tasa de interés y enfriar aún más la economía o dejarse llevar por las nuevas presiones inflacionarias y devaluatorias. Los bancos ya descartan un dólar a $ 9,50: no tienen en claro cuándo será exactamente que el Gobierno devaluará, pero que lo hará, lo hará...
El contexto lo justifica: este año las exportaciones caerán y habrá superávit comercial solo porque se pisarán las importaciones -unos 4.500 millones de dólares-, con su efecto letal en la industria. Marcelo Elizondo, de la consultora DNI, también desmitifica la década: “La inserción comercial de la Argentina ha sido la peor de toda la región. La década de mejores términos de intercambio, de mayor alza en los precios internacionales y de mayor participación regional en el comercio mundial, fue desaprovechada”. Es obvio que con el tipo de cambio fijo en 8 pesos y con una inflación solo limitada por la recesión, la devaluación de enero apenas si mejoró la competitividad transitoriamente y ya parece no alcanzar. El Central amagó en los últimos días con bajar la tasa de interés para reactivar la actividad y el consumo y enseguida, retrocedió. ¿Hasta qué nivel se podrían reducir las tasas sin que los plazos fijos se vayan nuevamente de los bancos al dólar cuando recrudece la expectativa devaluatoria?
Los analistas dicen que en mayo ya se acabará el aporte adicional de divisas de los bancos, que ayudó en el último mes a “blindar” las reservas y a que el Central recuperara su función “compradora”. El Gobierno tomó una serie de medidas para incrementar las reservas (no pago del cupón PBI, apertura cupo de expotación de trigo, bono de YPF, ampliación del acuerdo con Chevron, etc.) Pero las reservas apenas crecen menos de la mitad de los dólares que el Central les compra a los exportadores. Y llega el invierno, con el previsible aumento en las compras de gas y combustibles en el exterior, lo que aumentará la factura energética (ver infografías sobre reservas).
Si los agentes económicos perciben que el ingreso de divisas crece, pero el stock de reservas del Central no, las expectativas negativas volverán a correr contra las reservas.