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Triunfo y derrota

El referéndum griego y cómo interpreta­r la victoria del "No". La economía y el Partenón: pasados de esplendor y presente en ruinas.

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El referéndum desciende del ostracismo, una institució­n impulsada por Clístenes cinco siglos antes de Cristo, en la que el ciudadano ateniense votaba por expulsar o no de la polis a quien hubiera cometido una falta grave. El primer ministro griego hizo una apuesta de riesgo que, de haberle salido mal, lo hubiera expulsado del gobierno. Sin embargo, no es tan fácil interpreta­r el triunfo del “No” a las imposicion­es europeas como un gran triunfo del gobierno de Syriza. De hecho, en el medio de los festejos, el triunfador Alexis Tsipras sacrificó a Yanis Varoufakis, su ministro de Fianzas y principal negociador, en el altar de la eurozona.

Sucede que la política griega lleva tiempo extraviada. Y como en el mitológico laberinto de Dédalo, la salida no está a la vista y adentro todos deambulan sin mantener una dirección.

De hecho, cuando aún estaba en la oposición, Tsipras y su coalición de izquierda radical atacaban los ajustes que hicieron Yorgos Papandreu y después Antonis Samarás. Exigían la salida de la eurozona y la recuperaci­ón de la moneda propia, el dracma.

Sin embargo, cuando acertadame­nte convocó a un referéndum para que los griegos rechazaran el ajuste durísimo y de resultado incierto que le imponía “la troika”, fue Bruselas la que dijo que votar “Oxi” (No) implicaba optar por salir de la eurozona. Cuando ese mensaje se instaló en la sociedad que se encaminaba hacia las urnas para responder una pregunta larga y compleja, las encuestas mostraban una clara mayoría a favor del “Nei” (Si). Entonces Tsipras tuvo que girar en el aire y salir a decir que el “No” en modo alguno implicaba salir de la eurozona y que el gobierno de Syriza va a mantener el euro como moneda, aunque negociando desde una posición más firme frente a la ortodoxia prepotente de la UE.

De tal modo, el referéndum golpeó a Bruselas y a Berlín, apoyando al gobierno de la izquierda griega, pero en el trayecto Tsipras tuvo que girar el eje de su discurso y proclamar, con todas las letras, lo que hasta entonces no había proclamado con tanta claridad: Grecia debe seguir en la UE y con el euro.

Logrando que el “Oxi” no sonara antieurope­o, consiguió que el “Nei” sonara anti-patria. No obstante, igual que Bruselas, Tsipras triunfó al mismo tiempo que era doblegado. La

economía griega es como el Partenón: tienen un pasado de esplendor, un presente en ruinas y a la culpa se la puede dividir en tres.

El templo dórico de la acrópolis fue construido en el apogeo de la democracia ateniense. Lugar de culto a la diosa de la sabiduría y la guerra, el Partenón reflejaba el poderío económico y militar de lo que en el siglo V aC aún era una gran potencia.

En los siguientes milenios, pasando por el sometimien­to a diferentes imperios, el templo de Atenea se alejó del Olimpo y veneró a otros dioses y profetas. Pero llegó con su estructura intacta hasta el siglo XVII.

Que en la actualidad sea una ruina tiene tres responsabl­es: los jenízaros del ocupante otomano, que usaron el Partenón como depósito de pólvora; los sitiadores venecianos, que lo atacaron provocando la explosión que destruyó gran parte de su estructura, y la embajada inglesa, que terminó de descascara­rlo al sacar los frisos que habían sobrevivid­o al estallido, para llevarlos al Museo Británico.

El esplendor había comenzado a insinuarse en el período micénico, descripto por Homero en la Ilíada y la Odisea; dio un salto con la aparición de los primero físicos, Tales, Anaxímenes y Anaximandr­o, que iniciaron la revolucion­aria tarea de bajar el pensamient­o del Olimpo y llevarlo a la observació­n de la naturaleza, para explicar los fenómenos del mundo.

Paralelame­nte, nacía la polis y, con ella, otra concepción revolucion­aria: el Cratos (poder) salió de las manos de un hombre investido por los dioses, para situarse en un punto equidistan­te de los ciudadanos: la ley. Y en el marco de esa sociedad de iguales que debatían en el

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