Jorge Ahumada es la eminencia que lo analiza desde la época del secuestro. La tensión del poder y el vínculo con su padre Franco. Las sesiones en Recoleta.
El
Presidente mira al techo unicolor. Es bien temprano en la mañana y las bocinas llegan desde la congestionada Avenida Las Heras. Sin embargo, desde el diván en el que se sienta religiosamente desde hace veinticinco años el ruido y el sueño parecen importar poco. Desde atrás le llega la voz pausada de una persona en la que confía como en casi nadie: no es ningún funcionario del Gobierno ni algún viejo conocido de Socma, sino el doctor Jorge Luis Ahumada. Su psicoanalista, un profesional respetado internacionalmente, escucha dos veces por semana los mayores temores y las confidencias del hombre más importante del país. Esa relación, desconocida hasta hoy, era guardada con el celo como de un secreto de Estado.
La rutina es tan repetida que a los vecinos, de manera increíble, ya ni les sorprende y hasta varios de los habitantes de la cuadra se animan a esperar en la vereda la llegada de Macri, a veces para sacarse una foto y otra para darle una carta. Dos veces por semana, antes de dirigirse a la Casa Rosada, el Presidente llega con dos o más autos y dos motos de custodia. Una hora antes lo precede una camioneta de la Policía que investiga el lugar y se cerciora de que todo esté en orden, y que llega poco después de que entre a su consultorio el doctor Ahumada. Como un reloj, así funcionaron las sesiones que durante un cuarto de siglo unieron a un desconocido académico con el que hoy es máximo responsable de