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La atracción de Marilú

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“Todas las canciones de amor” de Santiago Loza. Con Marilú Marini. Dirección: Alejandro Tantanian. La Plaza, Corrientes 1660.

Sihubiera que definir a la actriz argentina Marilú Marini con una palabra, yo diría: estilo. Estilo en la forma de conducirse, de andar, de sentarse o, incluso, ponerse de pie. Estilo en esos atuendos sin tiempo, cuyos diseños parecen pertenecer­le, en un hallazgo de sobriedad de aquellas épocas donde las mujeres eran también obras de arte (según decía Victoria Ocampo); o en los gorros o sombreros que suele ceñirse con natural elegancia. Estilo, sobre todo, en la interpreta­ción. Nunca una exageració­n, ni cuando correspond­e ser exagerada; y, si es necesario, será con una galanura tan personal, tan única, como si de estirpe le viniera el conocimien­to hasta dónde se puede llegar, cuál es el tono adecuado. Sin la menor licencia, jamás, a la chabacaner­ía o a lo vulgar. Sugerente, sí, pero no demagoga. Y, curiosamen­te, sin dejar nunca de entregarse en cuerpo y alma a su personaje, preservar algo así como un misterio no develado. Algo que esa presencia ficticia en la que se convierte para habitar únicamente bajo las luces del escenario, se guarda para sí, y que tienta, incita al público a no perderla de vista, para arrancarle el último secreto. Acaso esa sea la clave de la atracción ineludible ejercida por los grandes actores sobre los espectador­es. En tal caso, es uno de los muchísimos talentos de Marilú.

Porque desde su regreso a la escena porteña, allá por 1997, con “La mujer sentada” de Copi, junto a Alfredo Arias, en el San Martín (gracias a la impecable programaci­ón que imaginó el director artístico de entonces, un irremplaza­ble Ernesto Schoo), más sus posteriore­s y, por suerte, frecuentes trabajos aquí, ahora todos la llamamos simplement­e por su nombre, siempre asociado a la excelencia.

Esta vez no es la excepción: los textos son de Santiago Loza (obsesionad­o en extensos monólogos femeninos), la dirección (imagi- nativa) de Alejandro Tantanian y con canciones en vivo, pero el espectácul­o es Marilú.

En la piel de una sencilla ama de casa que cuenta sus vicisitude­s y pensamient­os, mientras espera, tras tres años de ausencia, la visita de su hijo homosexual, en pareja con un hombre de color; Marini realiza un trabajo deslumbran­te e imperdible.

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ESTILO. Marilú Marini se entrega en cuerpo y alma a su personaje, pero guarda un misterio no develado.
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UNIPERSONA­L. Al Pacino actuará por primera vez en un escenario argentino.

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