El drama de la inseguridad y la maldita justicia por mano propia. Y el fascista que una preocupante mayoría de argentinos lleva adentro.
La
señora, de mediana edad y bien vestida, me detuvo en la calle para darme su interpretación de la violencia: “Tenemos más de 20.000 colombianos, todos están en el negocio de la droga”. Una discusión sobre cifras de migrantes legales e ilegales habría sido una pedantería, porque es muy largo y difícil discutir sobre lo que alimenta un sentido común. Cuando un problema parece insoluble, el sentido común dispara una solución sencilla. Agazapado detrás de los valores que sostenemos conscientemente, nos empuja a pensar lo contrario de lo que sostendríamos en situaciones más propicias al razonamiento.
Al sentido común no vale recordarle que miles se van de vacaciones a ciudades mucho más peligrosas que las argentinas, es decir que eligen lugares con tasas más altas de criminalidad y de muertes violentas. Es difícil discutir con el sentido común. Lo fácil es despreciarlo, como solía hacer Aníbal Fernández con gesto soberbio. El sentido común es una mezcla de realidades, fantasías y prejuicios (el racismo, por ejemplo), de experiencias objetivas y obsesiones provocadas por esas experiencias.
El domingo pasado, en la ciudad de Córdoba, un taxista reaccionó cuando dos motoqueros le robaron la cartera a una mujer. Vale la pena citar sus dichos a Cadena 3: “Yo iba con un pasajero, cuando doblé veo a estos dos pibitos y me dieron ganas de zapatearles en la cabeza… Los choco sin querer. Ahí me bajé, el pasajero también y empezamos a pegarles con otros vecinos… No estoy arrepentido. Mañana lo vuelvo a hacer de nuevo… Ojalá mañana esté arriba de un camión así los paso por encima”. En los códigos de una extinta cultura popular, el taxista y el pasajero fueron cobardes: se juntaron con otros para darles una pateadura a dos pibitos. Probablemente, en su vida cotidiana juzguen despreciable que un grupo de hombres golpee a alguien indefenso, pero frente a ese indefenso en particular perdieron el juicio. Quizás esto represente el endurecimiento de la pena como fantasía del sentido común.
El 14 de septiembre, los vecinos de Zárate le reclamaron al intendente soluciones frente a la inseguridad del distrito. Algunos demostraron que les resultaba indiferente el acto realizado por el carnicero que persiguió e hirió de muerte a un ladrón; o que, sencillamente, estaban de acuerdo. Quienes se reunieron dos días después en Tartagal protestaron por una causa inversa: un joven había sido baleado para robarle el celular. El 17 de septiembre, miles de vecinos de Ituzaingó salieron a la calle por el asesinato de Diego Roda. Un par de días después, en Campana se protestó porque un móvil policial mató a un vecino durante una persecución. “Rosario Sangra” fue el nombre y la consigna de una marcha en la que participaron 20.000 personas. A los políticos y a la policía se los acusa de complicidad, corrupción e ineficiencia. Hoy tales acusaciones recaen sobre el gobierno de Santa Fe. En la provincia de Buenos Aires, en doce años de kirchnerismo, con todos los poderes, no se pudo o no se quiso reformar a la “maldita policía”. Se prefirió insinuar que los socialistas santafesinos primero no sabían combatir el narcotráfico; luego, que serían responsables de su crecimiento no sólo por ignorancia. El kirchnerismo vio cómo el narcotráfico definía reglas de vida en zonas del conurbano, pero fijó la vista en otra parte. Macri no debe cometer el mismo error.
Las organizaciones que preparan la marcha nacional del 11 de octubre contra la inseguridad eligieron ocupar el espacio público. Habrá y hubo en esas marchas alaridos intransigentes y carteles que insulten los principios que creen defender, pero la consigna no es #MátenlosATodos. Por el contrario #ParaQueNoTePase es una consigna solidaria, que le habla al otro y no sólo repite la ofensa recibida ni insulta al que delinquió.
El carnicero que persiguió a quien le había
“En los códigos de una extinta cultura popular, el taxista y el pasajero fueron cobardes: se juntaron con otros para darles una pateadura a dos pibitos”.