De revolución a involución
Ortega se parece cada vez más a la dinastía que derrocó la revolución sandinista.
Una
grotesca caricatura de su revolución. En eso se convirtió el sandinismo. Y su líder, en una versión bizarra de sí mismo. Daniel Ortega es hasta tal punto el reverso de lo que simbolizó en los tiempos de la lucha insurgente y del gobierno revolucionario, que terminó pareciéndose a la dictadura contra la que se levantó en armas y a la que derrocó en 1979.
La revolución sandinista enfrentó a una dinastía tiránica, fraudulenta, asociada a la poderosa compañía bananera United Fruit y al puñado de latifundistas que poseían casi todo el territorio nicaragüense. La caída de Anastasio Somoza marcó el comienzo de lo que prometía ser una revolución diferente, en el sentido de que, si bien allegada a Cuba (principal patrocinadora de la guerrilla), parecía dispuesta a no construir un régimen de partido único y no caer en el totalitarismo.
Que buena parte de la comandancia se corrompiera y se volviera autoritaria, no anulaba las diferencias que el régimen sandinista tenía con los totalitarismos de la órbita soviética.
La presencia en el gobierno de intelectuales de vocación democrática, como el escritor Sergio Ramírez, eran parte de la explicación. La otra parte era el pragmatismo de los hermanos Daniel y Humberto Ortega, uno presidiendo el país y el otro presidiendo el ejército.
La sorpresiva derrota frente a Violeta Chamorro y su coalición opositora, puso al grueso del sandinismo en posición de desconocer el resultado. Buena parte de la dirigencia del FSLN quería anular el comicio y sepultar las veleidades democráticas para construir un implacable régimen de partido único, tan totalitario como los regímenes comunistas. Si eso no ocurrió fue porque Ortega escuchó más a su vicepresidente, Sergio Ramírez, que a la nomenclatura del FSLN. Por eso, contra viento y marea, admitió la derrota y se retiró al llano, donde permaneció durante 16 años.
En el camino del retorno al poder, Ortega mostró los síntomas de la metamorfosis que lo terminó convirtiendo en lo que el joven comandante sandinista había combatido: el amo de una dinastía autoritaria y corrupta.
EL MAL MENOR. La corrupción y la ineptitud de los patéticos sucesores liberales de Violeta Chamorro, fueron la clave que Daniel Ortega supo articular para recuperar la presidencia. Cuando concluía el gobierno de Enrique Bolaño, el líder del Frente Sandinista se aseguró la victoria sobornando al ex presidente Arnoldo Alemán mediante la promesa de frenar los procesos por corrupción que lo acosaban. Aceptando el trato, Alemán dividió a los liberales y eso posibilitó la victoria de Ortega.
Desde entonces, Nicaragua fue virando hacia el realismo mágico a medida que crecía el poder de Rosario Murillo, la primera dama y principal neurona del gobierno de su marido.
Esa mujer extraña y esotérica, que desciende del prócer Augusto César Sandino, recibió una buena for-