Todos tienen razón
La educación es una de las deudas impagas de la era democrática en la Argentina. Y nadie puede hacerse el distraído. Desde los primeros años posteriores a la dicatdura militar, ya surgían señales de alerta: la marcha docente de 1988, que movilizó a los gremios de todo el país hacia la histórica concentración en el Obelisco porteño, dejó sentado el reclamo y el problema. Pero no la solución. Varios sindicalistas de aquella época todavía hoy siguen pulseando con el Gobierno, apalancados en medidas de fuerza cada vez más desgastantes para los millones de usuarios de la educación pública y gratuita. Tenían razón entonces, y la siguen teniendo ahora. Pero su razón no alcanzó para frenar el deterioro creciente y alarmante del nivel educativo nacional.
Tampoco mejoraron la formación escolar de los argentinos ninguno de los gobiernos que pasaron, aunque todos lanzaron sus planes supuestamente revolucionarios, que la realidad terminó revelando como poco ambiciosos. Incluso el kirchnerismo no pudo o no quiso hacer rendir académicamente el aumento porcentual que le destinó al rubro Educación en el presupuesto público. Ahora el macrismo protagoniza otro choque con la dirigencia docente que puede pasar a la historia. No queda claro si se trata de una pulseada voluntaria, elegida estratégicamente para armar un relato de confrontación alternativo al de la década pasada, o si es apenas un tropezón más de la serie de bloopers protagonizada por un equipo presidencial enamorado de su propia inexperiencia política. En cualquier caso, el Presidente también tiene razón en varios de sus argumentos para no aflojar con los sindicatos del guardapolvo blanco. Tiene razón como todos: como los padres que, con o sin dinero disponible, huyen de la educación pública para mandar a sus hijos a establecimientos privados, a los que raramente les preguntan cuánto pagan a sus docentes y qué capacitación les exigen. Razón no le falta a nadie: solo falta coordinarla con la de los demás, para que sirva al futuro del país.