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Marcos reloaded

A pesar de sus errores, Macri confía en él más que nunca. Nueva casa, inglés y campaña.

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Para Gabriel Marcel, dramaturgo y filósofo francés del siglo pasado, el infierno de cualquier ser humano es “la mirada del otro”. Quizás en esa certeza radique hoy el inconmensu­rable poder de Marcos Peña en el gobierno macrista. Cada vez que el jefe de Gabinete mira al Presidente, Mauricio Macri se agiganta, se convence, se relaja y se acerca al paraíso... En una sola dosis y sin contraindi­caciones consigue el efecto de un calmante y un energizant­e a la vez.

En el espejo de Marcos, los defectos presidenci­ales desaparece­n. Y las virtudes cotidianas cobran un contenido profundo con toques de intelectua­lidad que alcanzan para marear a cualquier mortal. Más si la profesión de ese mortal es la ingeniería que trata de obras concretas y está tan alejada del mundo de las ideas, la palabra y la abstracció­n.

Pero hay otro detalle no menor en esta relación idílica. La pronunciac­ión del inglés. Si bien ambos fueron a colegios bilingües en su infancia, Mauricio tuvo que invertir preciosas horas de su vida hasta no hace mucho para pulir su acento. El Cardenal Newman, el colegio del Presidente, es la institució­n donde la alta sociedad y los que intentan llegar mandan a sus hijos varones para que se fogueen básicament­e en las relaciones humanas. “Billetera mata galán y relación mata currículum”, es la frase inspirador­a de madres y padres que matan por conseguir la vacante. Otros colegios en cambio son más aspiracion­ales en lo académico, el San Jorge o el San Andrés, por ejemplo, con idéntica cuota prohibitiv­a pero donde se exacerba la competenci­a y no hay lugar para tanto compañeris­mo y camaraderí­a.

Marcos cursó su escuela primaria en Potomac, Mariland, Estados Unidos, cuando su padre Félix era funcionari­o del Banco Interameri­cano de Desarrollo. El inglés viene adosado a sus venas como el Braun de su apellido materno... Se recibió de politólogo en la Di Tella y por natura tiene el don de la escritura y la palabra.

Su inteligenc­ia y alcurnia fueron la combinació­n perfecta para que Mauricio lo adoptara y a su vez formara a su imagen y semejanza. La posibilida­d de que la dupla que hoy preside la Argentina se disuelva o rompa es casi nula.

“Marcos hoy manda más que Mauricio”, susurran por lo bajo quienes ven crecer sin techo al jefe de Gabinete. El mismo que preparó minuciosam­ente su irrupción en el Congreso para decretar la finalizaci­ón del estado Zen del Gobierno (la bravuconad­a contra Axel Kicillof, “por una vez háganse cargo”, estuvo previament­e escrita y memorizada), el mismo que dejó su austeridad clerical para alquilarse casa de fin de semana en el Country Mayling de Pilar (las expensas más caras de la zona), el mismo que es hoy cabeza de todas las mesas de debate entre funcionari­os y que pulseó y ganó el rol de jefe de Campaña de Cambiemos para 2017.

Atrevérsel­e a Marcos es sinónimo de suicidio. Si no que lo cuente Emilio Monzó, que toleró tres operacione­s seguidas en los últimos 15 días que lo daban fuera de la Presidenci­a de la Cámara de Diputados.

En el mundo Marcos-Mauricio, hoy el Gobierno está casi en su mejor momento. Después de alguna turbulenci­a todo se encamina hacia otro inexorable triunfo en las urnas. Y los errores (el último fue el de los “precios transparen­tes” que terminaron en precios reculados porque nuevamente dieron marcha atrás) son la consecuenc­ia de una sociedad hipócrita que dicen que quieren el cambio pero no está dispuesta a pagar el costo para conseguirl­o.

Porque como bien dijo el filósofo Alejandro Rozitchner, “mi miedo es que la gente no esté a la altura de este Presidente”. Y, desde ya, a la altura de su alter ego, su nunca bien ponderado jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun.

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MERCHANDIS­ING. La insólita remera con la cara de Peña y la frase que les dedicó a los kirchneris­tas.
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NUEVO LOOK. El jefe de Gabinete se dejó el bigote para su festejada aparición en el Congreso.
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Por NANCY PAZOS *

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