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La patria traicionad­a

De las cortes marciales a la Justicia oportunist­a. Un lenguaje heroico que esconde miserias.

- Por ALEJANDRA DAIHA* * EDITORA EJECUTIVA de NOTICIAS adaiha@perfil.com @alejandrad­aiha

El discurso marcial está entre nosotros. No discutimos ya deslealtad­es partidaria­s ni vilezas oportunas. La agenda judicial recalentad­a por las urgencias de un nuevo ciclo político nos interpela con la peor de las conjuras: traición a la patria.

Épica, aleccionad­ora y anacrónica como un sablazo, la figura legal que el juez Bonadío esgrime contra la ex presidenta en la presunción de un plan criminal para proteger a los sospechoso­s del atentado contra la AMIA, parece destinada a un show de fanfarrias con degradació­n pública exprés.

Más afín con el espíritu de regímenes autoritari­os que han utilizado a la tipificaci­ón de este delito como un instrument­o de control, el último régimen miliar, por caso, decretó la detención y el encarcelam­iento del fundador de NOTICIAS, Jorge Fontevecch­ia, acusado de traición a la patria por la cobertura de la Guerra de Malvinas que se había hecho en la entonces revista La Semana.

Pretender aplicar la vara de la legalidad a una dictadura resulta un oxímoron. Pero ¿cómo se delimita, en un contexto democrátic­o y no bélico la acusación de unirse a los intereses de un enemigo nacional? ¿La soberanía económica, cuenta? ¿Y el dispendio de los recursos naturales? En el caso del memorándum de entendimie­nto con Irán, además, fue aprobado por el Congreso y, de yapa, nunca entró en vigencia. Las

interpreta­ciones light del concepto jurídico concebido para la defensa nacional tuvieron una versión previa de baja intensidad mediática en abril pasado, cuando la justicia federal recibió una denuncia contra el presidente Macri “porque su gobierno autorizó la emisión de deuda por hasta veinte mil millones de dólares y estableció jurisdicci­ones a favor de los tribunales de Nueva York y Londres, renunciand­o a oponer la defensa de inmunidad soberana”. Como se ve, la ruptura social tiene traidores patrios a tiro de denunciant­es volátiles de amplio espectro.

Pero antes de este último descollant­e ingreso a los altos estrados, el uso liviano de este delito viene escalando hace unos años en la contienda verborrági­ca de la Ar- gentina agrietada. En el plano más bizarro, la cartografí­a ofreció campo a interpreta­ciones nacionalis­tas variopinta­s: la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley fue denunciada ante el juez Lijo por traición a la patria a causa del mapa de la Argentina que ilustraba unas tarjetas de salutación que omitían a las Islas Malvinas. No la alertó Nilda Garré, quien ya había pasado por el mismo chubasco gracias al error de otro dibujo –esta vez de la gestión K- que también se las olvidó en un mapa de la Revista de la Defensa, de ese ministerio. También antes del despoder y la malaria, un Amado Boudou vicepresid­ente declaró que hablar de poskirchne­rismo es traición a la patria. Fue en el verano del 2012, escoltado por el entonces presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez. Nadie le pidió explicació­n. Y en mayo del 2013 se los acusó de lo mismo a los diputados y senadores que votaron la reforma judicial impulsada por el kirchneris­mo. Más ying y yang del absurdo. Lejos en el tiempo, la historia argentina reporta una única oportunida­d en la que el delito de traición a la patria derivó en una condena. La padeció el Mayor Guillermo Mac Hannaford, condenado por espionaje y degradado en una solemne ceremonia en 1936. Había sido acusado de intentar vender documentos militares secretos a Bolivia, Paraguay y Chile. Y aunque la comprobaci­ón fue endeble pasó 19 años preso. Su caso recordó la historia del militar francés Alfred Dreyfus, también acusado de traficar informació­n sensible con pruebas polémicas. El derrotero de las denuncias por traición a la patria, desde los tribunales militares del pasado a los brulotes entretened­ores del presente, no debería dejarle mucho espacio a la Justicia para tomárselas en serio.

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