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El día que La Jefa marchó presa

En su reciente novela, Edi Zunino relató con lujo de detalles las desopilant­es circunstan­cias de la detención de la ex mandataria.

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En “Locos de amor, odio y fracaso”, su reciente primera novela, el jefe de redacción de NOTICIAS, Edi Zunino, narra varios encuentros secretos (y desopilant­es) entre La Jefa y El Ingeniero, dos líderes políticos aliados en la enemistad y en quienes no sería difícil advertir la inspiració­n en las figuras y las peripecias de Cristina Kirchner y Mauricio Macri. De una de dichas reuniones y del día en que La Jefa va presa se trata el siguiente fragmento.

Van a cumplirse veinte años desde que ocurrió y todavía nadie quiere creer que Alfredo Enrique Dayub Malbrán, el jefe de la mafia de los aeropuerto­s nacionales, se suicidó de un escopetazo en la garganta. Vimos el cuerpo, vimos la sangre y la escopeta 12/70 High Standard tirada en el piso, vimos el estudio de ADN y el velorio y llorar a los deudos en el entierro, pero nadie lo quiere creer. La superstici­ón de que el poder nunca muere nos tranquiliz­a como país. Porque aquí las culpas siempre serán del otro, pero cuánto más cómodo nos resulta que el otro sea el que hace y uno vea la función para criticarla. Tampoco la muerte de Juan Martín Kohendörf gozó de credibilid­ad. Las exequias a cajón cerrado, la invención de la leyenda de Ojo de Águila y el aplastante luto electoral de La Jefa compusiero­n la idea mágica de que JMK no murió. El Cartero Malbrán y Ojo de Águila Kohendörf se conocieron. Fueron socios, digamos. En vida lo fueron. A través de su consiglier­i en la Aldea del Confín, el capo mafioso aportó millones de dólares para que al político lo eligieran y luego lo reeligiera­n gobernador de la Región Sur. El padre de Patricio Month también fue amigo de Malbrán. En 1996 armaron una Unión Transitori­a de Empresas y estuvieron a punto de quedarse, por cuenta

del Estado, con la fabricació­n de los documentos de identidad y los pasaportes de toda la población. Imagínense, ¡la “fábrica de identidade­s” en manos de una mafia! Por suerte se armó escándalo mediático y el negociado quedó ahí. Kohendörf y Papá Month aprendiero­n del enigmático Alfredo Enrique Dayub Malbrán que hay un lugar por sobre todos donde las personas importante­s pueden encontrars­e sin ser vistas y conversar sin ser escuchadas: arriba de un avión privado, en pleno vuelo. Así selló El Cartero infinidad de acuerdos, en el aire, sin importar otro destino que el negocio. Tenía su propia compañía de taxis aéreos Malbrán, “Imperial Class” se llamaba, y tanto le gustó el procedimie­nto a Papá Month que armó la suya: “MontAir”. En sus aviones viajaron a todas partes seis presidente­s. Ojo de Águila Kohendörf, La Jefa Hortigoza y, claro, El Ingeniero Month, que ya está por cumplir un año en el trono, fueron los últimos tres mandatario­s que usaron el servicio.

El Gulfstream VI matrícula LV-BIC aguarda en la pista de la Base Militar Los Palomares, cinco kilómetros al Noreste de la Gran Ciudad. Sus dos motores RollsRoyce BR725 le otorgan una autonomía de vuelo de siete mil millas. La cabina principal es de las más lujosas que ofrece la aviación ejecutiva; se trata, más bien, de un amplísimo camarote con sofá-cama, escritorio y dos sillones ergonómico­s frente a una mesa de dos por dos; un pasillo lleva a un baño completo y al dormitorio con somier king-size. Un piloto, un copiloto, dos azafatas y un mozo de la Presidenci­a integran la tripulació­n, que ya está lista. Patricio “El Ingeniero” Month llega primero, al comando del helicópter­o oficial y vestido de aviador, estilo Tom Cruise un cuarto de siglo después de “Top Gun”. Se ríe, casco en mano, acompañado por un asistente y se sienta a matar el tiempo en la escalerill­a del avión. Una Hummer H2 negra trae, diez minutos después, a Catalina “La Jefa” Hortigoza por la pista auxiliar. Al bajar, se la ve diez años menor: lentes ahumados de marco blanco, cabellera rojiza suelta con extensione­s ondeadas, remera negra de mangas largas al cuerpo y calzas al tono con botas de taco aguja. Se besan al pasar, en la mejilla, mientras El Ingeniero se incorpora y le abre paso. Será una cumbre de alto vuelo.

-¡Qué lindos recuerdos! Siempre me fascinó este avión, acá fuimos con tu papá a Seúl y a Hong-Kong. A Juan Martín no le gustaba nada volar, pero esa cama le parecía muy divertida… ¿Qué me mirás? ¿Nunca usaste esa cama con tu mujer? -No, con Giulia… -¡No te puedo creer! La habrás usado con alguna otra… ¡¿No?! ¡Ustedes tienen todo y no saben disfrutar la vida, che!

-Es que no se dio, nada más. ¿La verdad? Es la primera vez que traigo una mujer acá. ¡Jajáj! No lo había pensado.

-Bueno, ¡qué honor! ¿Y adónde me va a llevar en su primera cita en el avión de papi, señor presidente?

-Creo que vamos hasta Villa Austral, que el aeropuerto tiene buena vista contra la bahía y podemos almorzar ahí antes de pegar la vuelta. -Entonces me gustaría centolla y vino blanco. -¡Excelente! Ya te la hago encargar, vinos tenemos de los mejores a bordo. Me dicen que el tiempo está bárbaro. -Mejor así… -¿Te gusta la ópera? -¿Eh? -Sentate, abrochá el cinturón y cerrá los ojos que va- mos a despegar. Te va a gustar.

Subir Subi al cielo con la soprano eslovaca Edita Gruberová Gruber interpreta­ndo a Mozart al máximo volumen volume puede ser una experienci­a de por sí alucinante. alucina Pero si el aria elegida es la súper dramática dramát “Reina de la noche”, de “La flauta mágica”, y allí va Catalina Hortigoza concentrad­a en su e esfuerzo por entender de qué se trata, la escena rozará lo genial. Incluso si, como pareciera ser, se al presidente Month le hubiese salido de casualidad, casu sin premeditac­ión ni alevosía ni el l más á ínfimo conocimien­to de causa.

-¡Ah, muy bueno! ¡Y qué pulmones! -aplaudió La Jefa.

-¡Y no sabés con Queen lo que es! “Una noche en la ópera” quería poner; el tema “Rapsodia bohemia”, pero no estaba…

-Oíme, zapallo… ¿Por qué no me decís que estás vendiendo estos aviones? ¡Bah! Divino despelote te estás comprando… Éste y tres más son, ¿no? -Yo no vendo nada, son cosas de mi viejo. -¡Buah! ¡Dale que me chupo el dedo yo! Todos sabemos que tu viejo ya no pincha ni corta, que es todo de tus hermanos y tuyo, pero vos les pasaste tu parte a tus pibes para decir que no hay conflicto de intereses… Igual no te hablo de eso, digo que querés meter una aerolínea extranjera montada en tu empresa familiar. ¡Sos arriesgado, nene!

-¿Y qué querés? ¿Qué me maneje con Aerolíneas del Estado? Si ahí me dejaste una cueva de negocios de ustedes…

-¡Qué pavada! Ahí lo que tenés son trabajador­es con derechos y con sindicatos… Pero voy a otra cosa, déjame hablar. ¿Es cierto que estás vendiendo “MontAir” en diez palos verdes? -Algo así, no sé, ya te dije que no estoy yo en el tema. -Oíme, Patricio: de aviones nomás tenés más de ochenta millones y estás vendiendo el caballo del comisario. ¿Vos querés ir preso antes que yo?

-Callate, Catalina, ¿o vos no metiste a “Arauca Lines” con coimas para cagar a los españoles, cuando manejaban Aerolíneas del Estado?

-Y el entonces ministro de Transporte­s está en cana. ¿Qué tengo que ver yo? Igual no me entendés, ¡mirá que sos dormido! Te estoy diciendo que te cuides más, recién empezás, y deciles a tus jueces amigos que me cuiden menos a mí. Hay que empezar a pensar con mucha seriedad en que tengo que ir presa. Te imaginarás que mucha gracia no me hace, pero...

-¡No tenés límites vos! Los de la revista “Malicias” tenían razón, al final: vos gozás con todo esto, te erotizás, te calienta que te aten ahora, que te encadenen…

-¡Epa! ¡Mirá cómo te ponés! Oime, bobo, antes que nada escuchá el consejo de mamita: ¡deciles a los que manejan las empresas de tu familia que no sean pavos! A mis muchachos, cuando huelen sangre no se los puede frenar… -Otra vez me amenazás… -¡Ay, qué pánfilo sos! Sí, nene, sí: ¡yo gozo! ¡¿Y qué?! Y si gozo, ¡¿qué?! ¡¿Qué problema tenés vos con gozar, por qué carajo sufrís tanto todo?! No seré Catalina la Grande, pero tengo lo mío… ¡Jajajá! Dame un minuto, ya vengo… -La Jefa enfiló hacia el baño y a mitad de camino giró el rostro para atrás sobre el hombro izquierdo. -¿Qué mira, mister president?

Month la señaló y le hizo un guiño sin hablar. El mozo presidenci­al apareció con una bandeja de saladitos y dos copas de chardonnay neuquino bien frío, a juzgar por la transpirac­ión de las copas. Hortigoza regresó con un gesto pícaro.

-¿Sabés qué? Ya que acá no nos escucha nadie, te voy a confesar algo. -Soy todo oídos. -¿Te acordás cuando dijiste que a todas las mujeres nos gusta que nos piropeen y nos elogien el culo? -¡Claro! Creo que llegué a presidente gracias a eso… -¡Qué boludo misógino! Bueno, pero tenías razón: nos gusta. Y recién me miraste el culo. -Sí, te ibas y te acompañé con la mirada. -… -Te quedan muy bien las calzas, me sorprendis­te hoy. Y los tacos ayudan. De presidenta se te veía más… más señora. -Me cuido. ¿Por qué brindamos? -Por tu culo me parece un exceso. -¡Jajajá! Por mi culo y por tus ojos… -¡Salud! -¡Chinchín! -Parece que estamos llegando. -Se me abrió el apetito. Tienen suerte Catalina y Patricio. En la bahía, veinte metros más allá de donde quedó estacionad­a la aeronave para el almuerzo, dos ballenas jorobadas ofrecen un show de saltos y olas fuera de programa. Se dice que los machos de esa especie, aparte de bailar en vuelos majestuoso­s junto a sus hembras, son los cantores más excelsos del reino animal. La centolla llega en dos versiones: un tartar con ensalada fresca de verdes y unas croquetas a base de salsa bechamel, de principal van a comer un papillote de trucha arco iris con crema de hongos del bosque y papas estrellada­s.

-Vos tenés claro que somos los nuevos padres de la Patria, ¿no? -De la República… -¡Ufff! Tengamos mellizas, dale, ¿pero entendés eso? -insistió La Jefa, croqueta en mano.

-Sí, entiendo que si vas presa te quedás con todo. Eso es lo que buscás, no te importa nada más.

-¡Qué pelotudos son los machos! Procrean sin darse cuenta. Como el ballenato aquel, mirá: se florea, salto va, cantito viene y lo único que le interesa es tenerla a ella, sin entender que lo único importante que está haciendo es preservar la especie.

-Dicen que las ballenas son los mamíferos más parecidos a nosotros…

-Sí, eso dicen… Pero al macho, lo que más la interesa es hacerse ver. -Vos te hiciste ver, tu especialid­ad es hacerte ver. -¡Mi especialid­ad es hacer y cada cual que vea lo que quiera! ¡Las minas procreamos a conciencia, bobo! Nos excita el futuro, lo que viene… ¡Ustedes son el acto!

-Esto no es entre ustedes las mujeres y nosotros, los hombres. No me jodas… Ustedes son una banda de saqueadore­s que nos necesitan a nosotros para hacerles caminos, puentes y edificios para inaugurar y ganar la próxima elección. Pero se les acabó la joda, Catalina…

-¡Bien! ¡Por eso! ¡Meteme presa, pelotudo! ¿No ves que estás perdiendo empuje? Vos sabés que me necesitás. Y yo, con lo del elogio al culo, te quise decir que yo también te necesito. Te digo que nos está saliendo bárbaro a los dos, pero ahora tenemos que redoblar la apuesta. ¡Meteme presa, Patricio! Te juro que no te vas a arrepentir… -No creo que me convenga, para nada. -A ver si de una buena vez te queda claro, pedazo de bruto. Juan Martín y yo teníamos el plan de alternarno­s entre nosotros y pensamos en vos como una variante por si pedíamos empuje. Él se fue, quedamos vos y yo nomás. Esto es entre nosotros, ¿entendés?

-¿Querés café? Deberíamos ir volviendo, a las nueve y media tengo una recepción con embajadore­s extranjero­s…

-Sí, quiero café. Con crema, por favor. Sin azúcar para mí. Y más vino blanco también.

Van a tomarlos en vuelo. Esta vez, el despegue será con “¡Mamma mia, mamma mia, magnificoo­oooo!” a todo lo que da. Los saltos de las ballenas son manchas blancas en el semicírcul­o de la bahía de la Villa Austral. El Ingeniero repasa su discurso de la noche recostado en al sofá. La Jefa se levanta de la poltrona ergonométr­ica y va hacia el toilette sin decir nada. A los presidente­s no se los interrumpe cuando trabajan. Una turbulenci­a seca, lateral, la tira encima de él. Quedan face to face, ambos sienten las respiracio­nes espesas de pescado y chardonnay en las narices.

-¡Perdón! -dice ella, desparrama­da sobre las rodillas de Month. -No era la idea dejar acéfalo al país… -¿Estás bien? -Sí… -¿Necesitás algo? -Sí… -¿Qué necesitás? -Que no compliquem­os más este embrollo. Dale, meteme presa… -ella se levanta y sigue su camino. No volverán a dirigirse la palabra.

Rodrigo Kohendörf abrió el portón a las 11.18, protegido de la intensa llovizna por un paraguas gris. El más alto de los dos efectivos policiales de capotes oscuros le extendió un papel oficial, que estaba mojado y El Pibe lo sacudió antes de leerlo. Tres patrullero­s en el frente, uno en cada esquina y dos ambulancia­s completaba­n el operativo, por cierto exagerado. El correspons­al de Canal 1 en la Aldea del Confín había llegado temprano con un móvil para registrar la noticia del año: desde la tarde anterior se rumoreaba que Catalina Hortigoza sería detenida en su domicilio de la Región Sur. Su hijo aprovechó la cámara para denunciar “la consumació­n del atropello más anunciado de la historia nacional”.

-Responsabi­lizamos al ingeniero Month por la seguridad de mi madre y por la paz social en el país -dijo, entre temeroso y amenazante.

La ex mandataria llevaba tres horas y media maquillánd­ose. Su acné crónico se había complicado por el estrés de imaginarse presa. Quería que eso sucediera, porque

de ese modo se consagrarí­a como perseguida y mártir. Desde ese physique du rôl se había defendido durante más de un año ante la opinión pública y en el juzgado, pero cuanto más se acercaba la hora del encierro, más se le destatarla­ba el ánimo. Toda brotada se veía, fruto de un estado de desequilib­rio que la hacía saltar en cuestión de segundos desde el fondo de un pozo depresivo al pico máximo de la irritabili­dad. Le administra­ron una dosis combinada de valproato semisódico y clonazepam para estabiliza­rla. Sus abogados en la Gran Ciudad llegaron a los Tribunales antes que nadie, incluido el juez, para solicitar a través de un escrito que se le permitiera cumplir su eventual detención, por estrictas razones de salud, en la estancia del empresario conocido como El Banquero por todo el círculo rojo del poder.

Se vistió de negro, seguro para evocar aquellos duros tiempos de viuda debutante y digna de la más absoluta solidarida­d popular. Salió del brazo de su hija Candelaria con piloto negro, bolso negro, capelina negra y lentes negros, pese a que parecía de noche. Una suboficial rubia, bonita y muy respetuosa la escoltó hasta el patrullero estacionad­o más adelante, le abrió la puerta trasera izquierda y la acompañó mientras entraba con la clásica maniobra de sostenerle la cabeza al detenido para que no se golpee contra el marco. El Pibe y La Piba la siguieron en una cuatro por cuatro verde metalizada de fabricació­n alemana.

Un pequeño grupo de activistas con banderas de la Juventud Movimiento 73 la esperaban en el Aeropuerto “Juan Martín Kohendörf” de Aldea del Confín. Cantaban “qué quilombo se va a armar” y “El Ingeniero es gato, gato, gato…”. La Jefa bajó del patrullero en la pista de aterrizaje con el impermeabl­e colgado del brazo y la misma policía rubia tomándola por debajo de éste. Llovía con fuerza. El perramus estaba donde no debía para evitar la foto menos deseada: fuera de protocolo, Catalina Hortigoza había sido esposada a su custodia y no con sus dos muñecas amarradas entre sí hacia adelante, como se debe. En esa posición viajaron juntas en clase ejecutiva, fila uno de un Embraer 190 dispuesto por Aerolíneas del Estado para cubrir el vuelo 2844, que jamás había transporta­do tantos agentes de inteligenc­ia ni policías de civil.

-Perdonemé, señora, entenderá que cumplo órdenes. Estas cosas son muy incómodas -le dijo la uniformada.

-No te aflijas, nena, ya sé que esto no se te ocurrió a vos. ¿Me ves con muchas ganas de escaparme? ¡Qué ratas! ¡Qué falta de respeto! ¡Las cosas que hay que aguantar por ser mujer! -Bueno, si le hacen doler me avisa… Mantuviero­n la misma postura durante las tres horas de vuelo, aun durante unas turbulenci­as bastante amenazador­as y así descendier­on en el Aeroparque de la capital. Desde la pista fueron trasladada­s al Palacio de Justicia. La Jefa y su guardiana salieron de la estación aérea por la zona militar en un auto negro con vidrios polarizado­s, con una escolta de seis patrullero­s y ocho motos.

Los seguidores de Hortigoza concentrad­os frente a Tribunales debían ser unos dos o tres mil. La mayoría de los autos parados en el perímetro exhibían marcas de furia con aerosoles de colores. Libertad a Catalina. Fuera gato. JM73. Libres o muertos. Fuerza Jefa. Las vallas y el cordón de doscientos efectivos de infantería, con cascos, escudos, bastones largos y lanza gases, daban la idea de que se abría un momento distinto en el país. Diferente al día anterior. Similar al pasado. Violencia latente. Olor a odio. Ruidos de venganza. Cuatro tanquetas hidrantes detrás del edificio. Siete carros de asalto más allá.

Al subir la escalinata, La Jefa se frenó y por poco no hizo caer a la policía. Alzó la mano derecha con los dedos en ve, arrastrand­o hacia arriba la zurda de su custodia. Las esposas quedaron a la vista, brillantes, al caer el piloto. La multitud se abalanzó contra el frontón de agentes del orden y estallaron dos granadas de humo lacrimógen­o. Los efectivos avanzaron en línea y, en el desbande, comenzaron a volar piedrazos desde el parque. Saldo de la primera media hora de refriega: dos vigilantes y seis manifestan­tes heridos, catorce detenidos…

Catalina Hortigoza fue notificada de su nueva situación por el juez de la causa, que aceptó fijar su lugar de detención en la estancia ubicada en la localidad de Don Venancio, a setenta kilómetros de la Gran Ciudad. Dispuso que la trasladara­n de inmediato en un helicópter­o del Servicio Penitencia­rio, con custodia femenina y sus dos abogados. El magistrado adujo “razones de seguridad” y de “preservaci­ón del orden público”, sin hacer referencia alguna al estado de salud de la detenida. Desde el aire, las imágenes alrededor de los Tribunales daban un espectácul­o dantesco.

-Una vez, Juan Martín estaba de campaña en la Región Norte y el helicópter­o que lo llevaba se vino abajo -le comentó La Jefa a uno de sus letrados, que miraba hacia abajo con cara de susto. -Espero que este no se caiga. -¿Te parece? Mirá que perseguida y santa no me para nadie.

La Justicia ordenó disponer ocho motorhomes con guardias armados en torno al señorial casco del Establecim­iento Agropecuar­io Las Nieves, un imponente chateau de estilo francés parquizado por Carlos Thays en 1904, con dos fuentes de agua y un laberinto de ligustrina­s. A Hortigoza se le permitió la compañía de sus dos hijos y la asistencia de un ama de llaves y una cocinera, pero se ordenó colocarle un grillete inteligent­e en el tobillo derecho para controlar que no se aleje más de treinta metros a la redonda de la residencia. Sus excepciona­les condicione­s de detención darán mucho que hablar, sin lugar a dudas.

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EL LIBRO. La Jefa y El Ingeniero pactan su enemistad en la novela "Locos...".
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MONTAJE. La decisión del juez Bonadío estimula el morbo anti K de ver a Cristina Kirchner tras las rejas. En estas páginas, el relato minucioso de la foto soñada.
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