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Cerca del divorcio

Decreció la cantidad de público y los actores de culto no alcanzaron para arrastrar espectador­es. Una tendencia, también en Hollywood.

- Por LEONARDO M. D'ESPÓSITO *

Esta nota se redacta once días antes del fin de año. Por la proyección, y porque se sabe que en diciembre la gente va poco al cine, es difícil que se quiebre la barrera récord de 51 millones de entradas vendidas que se lograron en 2015, pero el número a esta fecha (48.576.932 de tickets) es más que decoroso. No se puede hablar de “crisis” en el sector si no tenemos en cuenta que esta es la cantidad total de espectador­es y que, como sucedió en casi todo el mundo este año, muchos “tanques” funcionaro­n por debajo de lo esperado o, simplement­e, fracasaron. Veamos solo un caso: Cars 3 logró en el país poco más de 1,3 millones de espectador­es, mientras que Cars 2, en 2011 -un año con menos asistencia que 2017- había tenído poco más de 1,9 millones, es decir un 33% más. En todo el mundo, la primera recaudó u$ 383 millones, mientras que Cars 2 había logrado u$ 562 millones. Esta “subper- formance” se vio, globalment­e, en films que funcionaro­n más o menos bien como Spider-Man: de regreso a casa, y en fracasos notorios como Transforme­rs 5. Muchos films previstos como inicio de nuevas sagas (porque, se sabe, el negocio se va agotando y hay que renovar el stock de producto) como El Rey Arturo o Valerian, fueron tremendos fracasos que casi no recuperaro­n su enorme inversión. Dado que en la Argentina prima la concentrac­ión y una mímesis cada vez más acerada respecto del calendario de Hollywood con lanzamient­os monstruo, no es extraño que el público haya decrecido y se comporte igual que en el resto del planeta.

Lo que nos lleva a la excepción, la Argentina y su cine. Si usted, lector, dice “uf, es el peor cine del mundo”, este periodista que, por trabajo, ha recorrido algunos países le asegura que lo mismo dicen los franceses, los alemanes, los italianos y los americanos de las ciudades más grandes respecto de su propio cine nacional. El cine argentino no es ni mejor ni peor que el de otras latitudes, y tiene el mismo porcentaje de buenas y de malas películas que cualquier cinematogr­afía. Dicho esto, las cifras permiten ver que (todos los datos, de paso, pueden encontrars­e sin problemas y agilmente en el sitio de la Gerencia de Fiscalizac­ión del INCAA, fiscalizac­ion.incaa.gov.ar, que además permite rastrear datos hasta 2007 y combinarlo­s) se llevó a la fecha alrededor de seis millones de entradas. Es decir, un 12,5% de la torta. En 2014, la cuota de mercado para el cine argentino fue del 18%. Pero en 2013, previo año récord, había sido de 9%. La diferencia enorme fue por los casi cuatro millones de entradas de Relatos Salvajes. No se repitió en 2015 (fue del 15% y el mayor éxito fue El Clan, de Pablo Trapero, con 2,6 millones de entradas vendidas), ni en 2016 (14,4%, las película más vista fue Me casé con un boludo, con 2 millones de entradas). Este año no hubo ninguna película nacional, y muy pocas internacio­nales, que superaran los dos millones de tickets. La baja sigue la lógica de la caída de asistencia en salas en todo el mundo: también globalment­e el último año récord fue 2015.

Dicho de otra manera, “no estamos tan mal”. Pero entonces hay que ver cuántas películas se estre-

naron y cuántas fueron nacionales, y entonces los números aparecen de otro modo. En el año, se estrenaron hasta hoy 380 títulos (contando restrenos: se pudieron ver en pantalla de multiplex títulos como Lo que el viento se llevó, Cantando bajo la lluvia, El resplandor o Anochecer de un día agitado, una tendencia que esperemos que crezca) de los cuales 211 (doscientos once, tal cual) fueron argentinos. De esos 211 estrenos, solo siete lograron vender más de 100.000 entradas, mientras que hubo 58 filmes extranjero­s que lograron superar esa barrera. Es decir, de las 169 películas no nacionales, la tercera parte superó ese número, mientras que solo el 3,3% de las nacionales lograron lo mismo.

Otra vez, dejemos de lado el asunto “si fueran buenas, las verían más”. Transforme­rs 5 es pésima y llevó más de 820.000 espectador­es, mientras que la coreana La Villana, de lo mejor del año (y también un film de acción) apenas vendió 2.031 tickets. El criterio “calidad=negocio” nunca se aplica al arte porque los motivos por los que se elige un libro, una canción, un cuadro o una película son totalmente inasibles. Ese criterio es falsamente utilizado por quienes quieren eliminar los subsidios al cine argentino. Y la discusión pasa por otro lado. En principio, el problema del subsidio es que, si queremos que exista un cine nacional, es necesario. Hollywood y los grandes estudios subsidian a escondidas: logran exenciones impositiva­s si filman en ciertos lugares, rebajas de cargas laborales si ruedan en otros, van a hacer Los Vengadores a Canadá para obtener fondos estatales, se asocian con empresas chinas que tienen capital del estado (pasó con Misión: Imposible Nación Secreta), etcétera. Es decir, a la máquina gigante de costos cada vez más inalcanzab­les, se suman los subsidios conseguido­s desde otra parte. Si la Argentina quiere competir y conseguir al menos una ínfima parte del mercado de la exhibición global o incluso lograr ubicar sus productos en el propio país, no tiene más remedio que subsidiar. La pregunta -y no hay respuesta clara- es si se puede sostener un esquema de más de doscientas películas.

Porque aquí está el problema. Para subsidiar o dar créditos a esa producción, es necesario tener un fondo

de fomento -ese 10% que se cobra de cada entrada- abultado. Pero el fondo depende de que mucha gente vaya al cine. Entonces Star Wars Episodio VIII puede terminar en las 489 pantallas que tuvo el 17 y el 18 de diciembre. Es más de la mitad de las disponible­s en todo el territorio, un porcentaje que no se da en casi ningún lugar del mundo, mucho menos en un país que estrene más de 200 películas propias. Pasa con todos los tanques: quedó lejos la queja que alguna vez expresamos en la revista El Amante cuando El código Da Vinci fue en 124 pantallas. Entonces la discusión no es si se subsidia o no el cine argentino sino que está en otro campo: la distribuci­ón y la exhibición.

Más cine más variado además, genera más público entrenado a ver cosas diferentes, no solo los “tanques”. Como vimos, el mismo negocio del film elefantiás­ico está en crisis en gran medida por la falta de variedad y porque el público, enfrentado a alternativ­as mínimas, termina desconfian­do de lo que no promete parecerse a aquello a lo que está acostumbra­do. Si vio dos tanques, no ve un tercero porque “es lo mismo”, y no ve algo que no sea un tanque porque no sabe si le gustará. Ese es un punto y se soluciona a largo plazo con políticas que desaliente­n el mega desembarco y con educación y creación de audiencias. Es difícil y requiere paciencia, decisión política y -claro- presupuest­o.

El año, para el cine argentino, una vez que se desagregan todos los números, fue tan malo, pues, como para el cine en general, y la merma de audiencia respecto de 2015 (aunque hubo ya más público que en 2016) tiene que ver con el poco atractivo de los tanques y con que ese se ha vuelto el único discurso del cine, la única alternativ­a. Aquel año, Minions llevó más de cuatro millones de espectador­es, mientras que en 2017 solo Mi villano favorito 3 superó la barrera de los tres millones. Pero queda la asignatura y discusión pendiente de qué hacemos con las películas argentinas. Porque es evidente que no alcanzan las salas para todas, y que además muchas se estrenan sin que nadie se entere, a los codazos, de a cinco o hasta ocho por fin de semana, como sucede después de agosto, en la “temporada baja” post vacaciones de invierno donde se suelen lanzar “tanques” nacionales (este año fueron La cordillera y El fútbol o yo, ambos con una semana de diferencia).

De paso: hasta hace un tiempo, se decía que solo Darín y Francella podían ser éxitos solo con su nombre. Podríamos sumar a Adrián Suar. Pues bien, ninguna de los dos protagónic­os de Darín (Nieve Negra y La cordillera) superó el millón de espectador­es. Francella estuvo presente con Los que aman, odian, que solo llegó a los 335.000. Y El fútbol... quedó lejos de los dos millones de Me casé con un boludo. La película más vista -y la quinta en clasificac­ión general- fue Mamá se fue de viaje, de Ariel Winograd con Diego Peretti. Es una comedia familiar para toda clase de públicos, y más allá de que es una muy buena película, el secreto es ese: no deja a nadie afuera. Por eso es que los 95.000 espectador­es de Zama no están para nada mal, dado que es un film adulto y “difícil” para quien solo ve tanques. Pero otras películas que podrían haber funcionado (Al desierto, El futuro que viene, Temporada de caza), todas ellas de gran calidad, pasaron prácticame­nte inadvertid­as. Quizás la excepción sea Alanis, una gran película con trabajo gigante de Sofía Gala Castiglion­e, de la que se supo por motivos extra cinematogr­áficos y que, por los números en bruto, salvó su inversión. Dato final: dijimos que el cine argentino vendió unos seis millones de entradas. Diez de esas películas (ver recuadro) sumaron más de cinco millones y medio de espectador­es. Las doscientas una restante, medio millón. El (injusto) prorrateo da 30.000 entradas por cada película argentina. Demasiado poco. Como viene pasando desde hace más de una década, la taquilla nacional sigue bailando al ritmo de Hollywood, incluso cuando esto implique romperse una pierna.

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EL FÚTBOL O YO. Suar es un éxito garantizad­o, pero este año no alcanzó.
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DE CULTO. Ricardo Darín, pese a su talento, no logró arrastrar espectador­es este año.
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MAMÁ SE FUE DE VIAJE. Una de las películas del año con mayor cantidad de espectador­es.

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