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La cátedra chilena: en un año políticame­nte sísmico en la región, resultó ejemplar el proceso electoral de Chile y el trato entre derrotados y vencedores. Por Claudio Fantini.

En un año políticame­nte sísmico en la región, resultó ejemplar el proceso electoral de Chile y el trato entre derrotados y vencedores.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

En la cátedra chilena, a una de las lecciones las dio Ricardo Lagos. “El mundo es incierto y el nuevo gobierno tendrá que recuperar la unidad” de la sociedad, escribió el ex presidente socialista en su mensaje de felicitaci­ón a Sebastián Piñera. Una frase con mucha más profundida­d de la que aparenta. Un mundo “incierto” genera sociedades sumidas en la incertidum­bre. Esa incertidum­bre las fractura en bandos contrapues­tos, produciend­o “grietas” en las que extremista­s y demagogos inoculan odio político para construir liderazgos hegemónico­s. Por eso el desafío de las dirigencia­s democrátic­as en este mundo incierto, es cerrar las grietas.

La dirigencia política chilena había creado una fórmula de progresos lentos pero constantes, manteniend­o los equilibrio­s mediante las continuida­des. Los gobiernos encabezado­s por los socialdemó­cratas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet fueron un continuism­o perfeccion­ado de sus antecesore­s y aliados democristi­anos Patricio Aylwin y Eduardo Frei. Cuando el gobierno pasó por primera vez al centrodere­cha, su presidente, Sebastián Piñera, mantuvo a rajatabla los lineamient­os principale­s de sus antecesore­s centroizqu­ierdistas.

Sin embargo, en los últimos años esa estabilida­d pareció agrietarse. La derecha ideologiza­da culpó al segundo gobierno de Bachelet, acusándolo de dar un brusco giro a la izquierda. En rigor, no hubo giro abrupto ni izquierdis­ta. Lo que hizo Bachelet en su segunda presidenci­a, fue impulsar reformas apuntadas a que Chile rinda las materias que le faltan para recibirse de país desarrolla­do. Y esas materias tienen que ver con los niveles de igualdad que caracteriz­an a las democracia­s desarrolla­das.

Bachelet no encaró ese objetivo con instrument­os del

populismo, sino mediante la educación. Su gestión cometió errores de instrument­ación, pero no estaba errada la orientació­n de las reformas. De haber tenido una orientació­n populista, no le hubiera aparecido una oposición de izquierda anti-sistema.

Esa oposición, nacida en las rebeliones universita­rias del 2011 e inspiradas en el movimiento contestata­rio español Podemos, describía como neoliberal al mismo gobierno que la derecha ideologiza­da describía dando un abrupto giro hacia la izquierda. En la vereda conservado­ra también irrumpió con fuerza un exponente de la ultraderec­ha, que se atrevió incluso a reivindica­r a Pinochet: José Antonio Kast. Esos nuevos protagonis­tas generaron la sensación de que, si ganaba Alejandro Guillier, ganaba el populismo de izquierda, y que si ganaba Piñera ganaba la derecha dura. Pero la verdad es que Guillier y Piñera son dos exponentes del centrismo y la moderación. El periodista socialdemó­crata Guillier estaba relacionad­o al moderado Partido Radical, y Piñera fue el primer candidato centrodere­chista que no había respaldado la dictadura, además de haber financiado la campaña contra la continuida­d de Pinochet, en el crucial referéndum de 1988.

Las lentes ideológica­s deformaron la realidad, pero en el ballotage apareció el centrismo y castigó al candidato que más había hecho por captar el voto anti-sistema. El apoyo del movimiento inspirado en Podemos, terminó siendo el abrazo del oso para Guillier.

Pero lo importante es lo que la región vio en el desenlace del proceso electoral chileno. Y lo que vio fue a los máximos exponentes de la centroizqu­ierda y la centrodere­cha saliendo a conjurar el riesgo de la grieta y el odio político.

Piñera, Bachelet, Guillier y Lagos dieron una clase magistral de grandeza y responsabi­lidad. Un proceso electoral cristalino y eficiente. El candidato oficialist­a reconocien­do su derrota y felicitand­o al ganador sólo cincuenta minutos después de concluida la votación. Lagos ofreciendo colaboraci­ón al ganador. El ganador compartien­do con su adversario el momento principal del festejo. Ambos contendien­tes intercambi­ando elogios. Y al finalizar la jornada, Bachelet hablando a Piñera y describién­dolo como un dirigente que quiere “lo mejor para Chile” y “lo mejor para todos los chilenos”; a lo que el presidente electo respondió reconocien­do “sabiduría” a la mandataria socialista y pidiendo que lo ayude con “sus sabios consejos”.

Una

escena increíble en una región donde el presidente boliviano Evo Morales manchaba su muy buena gestión gubernamen­tal haciendo que un tribunal cooptado lo habilite para la re-re-reelección que había sido rechazada por el pueblo en un referéndum. La misma región donde el caso Odebrechet mantiene en Perú un ex presidente preso, un ex presidente prófugo y el último presidente sometido a impeachmen­t.

Paralelame­nte, en Brasil, Michel Temer, un presidente manchado de corrupción y despreciad­o como ningún otro en la historia, se mantiene atrinchera­do en el cargo bajo la protección de legislador­es tan manchados de corrupción como él. Al mismo tiempo, en Ecuador, el heredero del correísmo se rebeló contra su mentor, ante la estupefacc­ión de un pueblo que observa la batalla entre el furioso Rafael Correa y ese heredero, al que acusa de “traidor” y que permitió (o provocó) el encarcelam­iento del vicepresid­ente Jorge Glas.

La “somozisaci­ón” de Daniel Ortega en Nicaragua y la manera anticonsti­tucional y violenta con que, en Honduras, Juan Orlando Hernández se hizo habilitar por jueces serviles para una reelección anticonsti­tucional (por intentar lo mismo se dio el golpe de Estado contra Manuel Zelaya) y luego se hizo declarar ganador de un comicio que la OEA ha considerad­o fraudulent­o.

Hasta en el apacible escenario político uruguayo empezaron las turbulenci­as y, entre otras cosas, le costaron la renuncia al vicepresid­ente Raúl Sendic.

Ni siquiera Uruguay y Chile, dos de las pocas excepcione­s de estabilida­d, están totalmente a salvo de los terremotos que sacuden y agrietan a la “sociedad abierta” y al Estado de Derecho en el mundo. Ese mundo al que Lagos describió como “incierto” en las líneas que aportó a la cátedra de responsabi­lidad política que Piñera, Bachelet y otros exponentes de la centrodere­cha y la centroizqu­ierda de Chile, impartiero­n a sus atónitos vecinos.

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DERROTADO. El periodista Alejandro Guillier, candidato del oficialism­o, perdió por una amplia ventaja en el ballotage ante el ex presidente Sebastián Piñera.
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DIFERENTES. La ultra derecha irrumpió con José Antonio Kast. En tanto, el socialista Ricardo Lagos sigue siendo una de las máximas referencia­s de estabilida­d política.

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