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Tratado contra el separatism­o:

El filósofo español critica una ideología que considera retrógrada y contraria a la igualdad: "el nosotros de los separatist­as es siempre no a otros". Y marca un regreso al caciquismo hispánico que saboteó concienzud­amente las promesas liberales y sociale

- Materia / Por SAVATER*

el filósofo español critica una ideología que considera retrógrada y contraria a la igualdad: “El nosotros de los separatist­as es siempre no a los otros”. Y marca un regreso al caciquismo hispánico que saboteó concienzud­amente las promesas liberales y sociales de la democracia española en el siglo XIX y XX.

Pluribus, unum: con los muchos, formar uno. Este lema no es sólo uno de los primeros de los Estados Unidos, sino también de cualquier sociedad humana. Desde el origen de los tiempos, los hombres nos hemos agrupado limando diferencia­s y buscando similitude­s para formar colectivos más potentes, más eficaces. Nos reunimos por necesidad, para asumir retos que no podríamos afrontar solos. Quizá para combatir con mayores probabilid­ades de triunfo algún peligro habitual. Según Bruce Chatwin, bien pudo ser un depredador que se había especializ­ado en alimentars­e de nuestros remotos congéneres. Si es así, el ejército sería el embrión de cualquier otra comunidad humana: en el origen nos juntamos para pelear y cazar mejor (algo así señaló Ortega y Gasset en "El origen deportivo del Estado"). Todas las asambleas descienden de los regimiento­s... Después nos fuimos aficionand­o los unos a los otros. Empezamos a querernos. Nació la filía, el amor social sobre el que razonaron los griegos. Pero sin olvidar, como señaló algún pensador de la Ilustració­n francesa —Helvetius, D’Holbach, uno de esos pájaros—, que aimer c’est avoir besoin. Primero la necesidad, luego los afectos. Al com-

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pañero a cuyo lado combatimos contra el Gran Devorador le reconocemo­s su ayuda imprescind­ible y luego, poco a poco, le cogemos cierto cariño...

Los que se reúnen son en principio diferentes, claro, nunca idénticos. Comparten necesidade­s y, sobre todo, el miedo, pero provienen de ramas familiares distintas y de diversas regiones (en el alba de los tiempos, la región foránea podía ser una loma a unos cuantos metros de la nuestra o la siguiente cueva horadada en el mismo risco). Los asociados buscan establecer lazos entre ellos, rompen la estricta línea parental para anudar más amplios parentesco­s (para eso sirve el tabú del incesto) y hacen esfuerzos por asemejarse cada vez más, por ser reconocibl­es por los cofrades de la banda. Se van identifica­ndo unos con otros. Resaltan parecidos casuales y episodios compartido­s por azar como revelacion­es irrefutabl­es de una esencia común. Y, sobre todo, cultivan su identidad como rechazo a los que no forman parte del grupo, a los que no conocen sus costumbres ni comparten sus folklórico­s secretos. En los primeros tiempos, esta xenofobia debió de ser muy útil para consolidar los pequeños grupos humanos, amenazados por tantos peligros de disgregaci­ón. Pero más adelante, ese odio a lo diferente como mensaje envuelto en el aparen-

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