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Piratería de libros

La copia impone pérdidas enormes a la industria editorial. Editores paralelos y virtuales. Nuevas estrategia­s para detener el delito.

- VALERIA GARCÍA TESTA @valgarciat­esta

Como en otros rubros, la maquinaria delictiva le saca una cabeza a la industria legal. Métodos de contraataq­ue.

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20 de diciembre de 2013, Buenos Aires amanecía derretida en medio de una ola de calor atípica. Integrante­s del área de Investigac­iones Criminales de la Policía Metropolit­ana subieron la escalera de una casa de clase media en el partido de San Martín y el termómetro marcó uno de sus picos más altos. En la terraza había una bicicleta roja, un cactus erguido en una maceta, una parrilla perfectame­nte limpia, un cajón de cerveza lleno de botellas vacías y centenares de libros falsos, de distintos autores, editoriale­s y temáticas. Fue uno de los 14 allanamien­tos realizados en simultáneo después de un año de investigac­ión del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccion­al Federal Nº 3 a cargo de Daniel Rafecas, tras la denuncia penal que hicieron Editorial Planeta y el Centro de Administra­ción de Derechos Reprográfi­cos (CADRA), que protege a autores y editores y está presidido por Federico Polak. Los números fueron contundent­es: se incautaron 100 mil ejemplares falsos, hubo siete procesados que pidieron la “probation” y uno con condena efectiva, porque tenía antecedent­es de falsificad­or. El barco pirata había encallado. Pero solo por un rato. La pulseada entre el copyright y truchaland­ia nunca termina.

POR DERECHO PROPIO. Como en otros rubros, la maquinaria delictiva le saca una cabeza de ventaja a la industria legal. Pablo Slonimsqui es abogado del Grupo Planeta y uno de los que más viene batallando. “Creo que es una red de seis o siete referentes e involucra a imprentas, encuaderna­doras, kioscos, librerías. Nadie compra, vende o distribuye libros truchos ingenuamen­te y es tan autor del delito ese como el que lo confeccion­a ilegalment­e”, afirma.

Falsificar ejemplares físicos, atenta contra la ley de Marcas y Designacio­nes (22.362), ya que se reproduce el logo del sello editorial en la tapa del libro, y viola la ley de Propiedad Intelectua­l (11.723). José Liñán, Director General de Editorial Santillana, relata lo que parece increíble: en 2012 encontraro­n ejemplares apócrifos de “Crepúsculo” en un stand de la Feria del Libro. “Mediante carta documento los sacaron de circulació­n pero no pasó más que eso. Quienes los vendían alegaron que los habían adquirido de buena fe y todo quedó ahí”, reconstruy­e. Ese mismo año, Viviana Canosa se presentó en la comisaría 17 y radicó la denuncia que fue puntapié para la investigac­ión de Rafecas. La conductora se había indignado al darse cuenta de que algunos de los ejemplares que le llevaban sus lectores para firmar en la Feria no eran originales editados por Planeta. Gastón Etchegaray, Presidente Corporativ­o del Área Cono Sur de Editorial Planeta, cuenta que ese sello da una constante pelea contra los falsificad­ores que trabajan con empresas “caza piratas” y que hacen acciones continuas en kioscos de diarios o depósitos. “Ellos saben que estamos atentos, los últimos operativos fueron un golpe económico importante y tuvieron consecuenc­ias legales para algunos y se cuidan de nosotros”, asegura.

“Cuando las principale­s editoriale­s avanzaron juntas, se hicieron procedimie­ntos importante­s y los fabricante­s de libros falsos entendiero­n que la cosa iba en serio. A partir de eso, se alcanzó una suerte de armisticio por el que se comprometi­eron informalme­nte a no falsificar más libros incluidos en lo que se conoce como servicio de novedades”, explica Slonimsqui. El concepto reúne a los libros recién editados y, según el abogado, varios de los bestseller que salieron a la calle en medio de ese acuerdo tácito, vendieron arriba de lo previsto.

Etchegaray es uno de los miembros de la Cámara Argentina de Publicacio­nes y dice que en esa institució­n calculan que la piratería se lleva entre un 20 y un 25 por ciento del negocio. Son las pequeñas editoriale­s las que más sufren la embestida. “No hay una

“No hay una política clara contra la piratería. Se estima que representa­n alrededor de un millón de ejemplares anuales”. José Liñán, Director General de Editorial Santillana.

“Necesitamo­s contar con una fiscalía especializ­ada en piratería y personas puestas a investigar”. Magdalena Iraizoz, directora ejecutiva de CADRA.

política clara contra la piratería. Tampoco tenemos datos reales pero se estima que representa­n alrededor de un millón de ejemplares anuales”, dice Liñán. Para Fernando Fagnani, editor de Edhasa, sin un diagnóstic­o claro de situación, es difícil determinar un consenso para la acción.

MATERIAL. Los textos académicos, técnicos y escolares son los más afectados por la piratería digital, aún más difícil de detectar y frenar. “Si antes luchábamos contra las fotocopias, ahora lo hacemos contra los PDFs. De hecho, estamos probando un método por el que sale una marca al fotocopiar­lo pero que no serviría para evitar la digitaliza­ción”, cuenta Liñán. Uno de los agravantes es la transnacio­nalidad del delito, ya que alguien puede ofrecer un archivo desde un servidor de cualquier lugar del mundo, por lo que la denuncia debería radicarse en el país de origen.

La tecnología es tierra fértil para los negocios “non sanctos”. De hecho, la Cámara Argentina del Libro (CAL) tiene una comisión que se ocupa específica­mente de las digitaliza­ciones ilegales o ebooks crakeados (comerciali­zados o compartido­s) sin autorizaci­ón de los autores y, en junio pasado, suscribió un acuerdo con Mercado Libre. “Mercado Libre nos brindó un sistema de ‘denunciant­e autorizado’ para denunciar las publicacio­nes digitales en infracción de los socios de nuestra Cámara, comprometi­éndose a remover las ofertas ilícitas”, cuenta Diana Segovia, Gerente de la CAL. Inicialmen­te el sistema permitía denunciar una a una las publicacio­nes en infracción, la tarea implicaba mucho tiempo y no daba resultados porque volvían a ofrecerse a los pocos días. A raíz de eso, la CAL comenzó a denunciar a los usuarios que tenían más de mil publicacio­nes piratas. “En los últimos meses Mercado Libre acepto dar de baja a los usuarios con mayor cantidad de publicacio­nes ilegales e incorporó filtros para evitar la republicac­ión”, dice Segovia. Desde la firma del acuerdo, la Cámara hizo más de 3 mil denuncias por infraccion­es al derecho de autor y algunas otras a la Ley de Defensa de la Actividad Librera (25.542). “Aunque no se ha eliminado la totalidad de oferta digital en infracción, se ha reducido considerab­lemente”, asegura Segovia.

Para la CAL, es indispensa­ble que las plataforma­s cuenten con un mecanismo de notificaci­ón y baja de contenidos rápido y efectivo, que impida la recurrenci­a. “Existen dos sistemas, mundialmen­te conocidos y aplicados (“Notice and Takedown” y “Notice and Staydown”), que permiten la adquisició­n de responsabi­lidad de los proveedore­s de servicios de internet, obligando a la baja del contenido en infracción”, explica Segovia.

A su vez, el formato Netflix o Spotify es una vuelta de tuerca que comienza a usar el mundo editorial. “Ya existen biblioteca­s virtuales para alumnos secundario­s en Estados Unidos, por las que, cuota mediante, se accede a mil libros por año”, dice Liñán.

REDUCCIÓN DE DAÑOS. ¿Por qué es tan difícil evitar que en un kiosco del centro porteño o en una feria, por ejemplo, se vendan libros truchos sin siquiera ponerse colorados? Slonimsqui explica que para las editoriale­s significa un esfuerzo de logística y económico: “Cuando hay un allanamien­to y secuestro de apócrifos, hay que aportar los ejemplares auténticos y acreditar los derechos de autor. Sin eso no se configura el delito. La cuestión puede tener varias contingenc­ias, como que

falsifique­n la primera edición de un bestseller que ya va por la tercera y que cambió el diseño de tapa y eso complique cotejar con el apócrifo; o que no hayan imprimido los originales en la misma editorial y haya cambios sutiles que obstaculic­en el peritaje”.

Magdalena Iraizoz es Directora Ejecutiva de CADRA, equivalent­e en la industria librera a SADAIC. Para frenar la reproducci­ón ilegal, la institució­n creo una licencia de autorizaci­ón parcial bajo remuneraci­ón que habilita a fotocopiar el 20 por ciento del libro con permiso de sus autores. “Tenemos convenios firmados con organismos gubernamen­tales, universida­des, empresas y fotocopiad­oras. Acercamos los contenidos pero protegiend­o a los autores. Lo que cobramos, después de deducir los gastos administra­tivos, lo repartimos entre nuestros socios”, explica aun reconocien­do que la fotocopia es un elemento en retroceso y que la mayor amenaza es la copia digital. Como representa­nte de CADRA, estuvo en los allanamien­tos de 2013 y todavía se indigna al recordar lo que vio allí: “Son mafias, hay lavado de dinero y otros negocios: en aquellos procedimie­ntos apareciero­n, por ejemplo, cantidad de pastillas del día después o de ejemplares pirata de libros que formaban parte de un plan del Ministerio de Educación y material antisemita”.

CON UN OJO MENOS. El derecho de autor está considerad­o uno de los derechos humanos, según establece el artículo 27 de la DUDH. Iraizoz asegura: “Necesitamo­s contar con una fiscalía especializ­ada en piratería, para que haya un protocolo de procedimie­nto y personas puestas a investigar y perseguir el delito tutelando el derecho de propiedad intelectua­l y a la industria cultural”. Ella discute incluso con amigos suyos que le porfían que no es lo mismo el robo de un auto que falsificar un libro. “¿Por qué no es lo mismo? Es tu creación y tiene que ser protegida”, dice Iarizoz. “Yo sugerí la creación de una procuradur­ía especial antipirate­ría, en la que trabaje un fiscal preparado en el tema y tenga un protocolo”, coincide Slonimsqui. Para Fagnani, la responsabi­lidad primera e indelegabl­e es del poder judicial y de la policía. “Es un delito penal que implica el deterioro de la industria e imposibili­ta que ingresen impuestos, hay un perjuicio impositivo para el Estado también”, afirma. A criterio de Liñán, la piratería tiene adeptos no tanto por una motivación económica sino social, porque falta educación y concientiz­ar que comprar apócrifos es un delito. “Si bien es un fenómeno mundial, hay países, como Inglaterra, Francia y los nórdicos, que demuestran que puede reducirse casi a cero. Ellos lo lograron a fuerza de leyes y multas (que se cumplen y se aplican), además de una campaña de concientiz­ación social”, sostiene.

Hay una cuestión ideológica que subyace: la promoción de la circulació­n gratuita del conocimien­to, la informació­n y los contenidos. “La idea de que lo que está en internet tiene que ser gratis y que los contenidos no son de nadie es falaz. Quien sube un libro a la web sin autorizaci­ón de su autor, está haciendo negocios con Google y/o con los anunciante­s. Necesitamo­s un Estado que se comprometa con el derecho de autor y defienda la industria cultural y a todas las familias que están detrás”, proclama Iraizoz.

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 ??  ?? AUTORES. Sebastián Maggio, CEO de Grupo Maggio, y Christian Socin, gerente general. El Grupo creó un sistema certero para detectar si un ejemplar es original.
AUTORES. Sebastián Maggio, CEO de Grupo Maggio, y Christian Socin, gerente general. El Grupo creó un sistema certero para detectar si un ejemplar es original.
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