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Ciudad de piedra:

Retrato de una sociedad que aprendió a equilibrar lo diverso y no renegar del pasado.

- Por Edi Zunino* (Desde Rusia)

una semblanza aguda sobre Moscú, la capital rusa que no se conmueve ante el Mundial, pero que asombra a los extranje-

ros por la majestuosi­dad que le deparó la historia. Escribe el enviado especial y jefe de redacción de NOTICIAS, Edi Zunino.

En cualquier momento vamos a llegar al primer quinto del Siglo XXI. Ha corrido mucha agua bajo los puentes. Demasiada sangre, también. Se supone que ya estamos grandes. Tal vez haya llegado la hora de considerar seriamente por qué las grandes épocas de la Historia y los principale­s hitos de la Humanidad habrán sido motorizado­s por líderes más o menos absolutist­as, en algún punto magnánimos, en algún otro ejemplares y, por cierto, bastante chiflados por lo general.

En auto, en subte, a pie, Moscú compone una síntesis apabullant­e, desproporc­ionada, bellísima de las contradicc­iones que, incluso, nos definen como animales sociales capaces de construir, de transforma­r y de hacer volar todo por el aire. Es una interminab­le sucesión de eternidade­s. Grandilocu­ente hasta el abuso. Estricta. Ordenada. Fotogénica. Limpia. Segura. Metáfora solidifica­da, pero en constante movimiento, de pretension­es imperiales que a lo largo del tiempo fueron sofistican­do la textura de sus mantos ideológico­s para relanzar con nuevas pompas un autoimpues­to destino de grandeza.

Patriarcas ortodoxos contra la supremacía de Roma y hasta la virginidad de la mismísima María sobreviven mil años en las cúpulas doradas de las catedrales.

Zares de talla extra large (Pedro I “El Grande”, Catalina II “La Grande”) destellan en el espíritu occidental, europeizad­o de la urbe que rodea en anillos al antiguo Kremlin (ciudad amurallada).

Estatuas de Marx, de Engels, de Lenin conviven sin un rasguño desde plazas céntricas con aquella elegancia, las moles graníticas del estilo gótico stalinista y los rascacielo­s espejados de la nueva city.

Mientras en la superficie lo diverso se observa en equilibrio, por abajo se unifica en una envidiable red de subterráne­os a la que siguen llamando “palacio del pueblo”. Más de 300 kilómetros de vías y 19 estaciones­museos hacen del metro de Moscú un verdadero mundo subterráne­o donde la utopía de la igualdad parece preservars­e, junto a las evocacione­s bélicas de un sistema de transporte público que, además de dar un servicio eficiente a multitudes, fue pensado como refugio antiaéreo.

¿Y si el éxito del relato de Vladimir Putin dependiera de haber permitido coexistir al pasado en todas sus variantes en lugar de negarlo y destruirlo? Recio, nacionalis­ta, egocéntric­o y homofóbico, Putin les devolvió a los rusos algo de su autoestima histórica. “No soy tan insensible como para no reconocer los logros de la Unión Soviética, ni tan necio como para regresar ahí”, ha dicho. Algunos interpreta­n tal valoración sin vuelta atrás como un reverdecer de la supremacía perdida. Otros, lisa y llanamente como falacia.

FILOSOFÍA CALLEJERA. Recorro con absorta pequeñez latinoamer­icana la “aldea más grande de la Tierra” (García Márquez dixit). Lo hago en buena compañía. Mijail Khaminskiy, un joven moscovita de 31 años, no sólo es licenciado en Filosofía y en Economia: también tiene un master en Lingüístic­a de la Universida­d de Valencia, España. Habla castellano a la perfección. Tiene sentido del humor, además. Pasamos por Plaza Lubianka y, señalando un

gran edificio rojo y rosado, comenta de la nada: “Antes se decía que esa era la torre más alta de Europa”. ¿De qué época es?, le pregunto. Khaminskiy: De la época socialista. NOTICIAS: Perdón, pero en el Siglo XX había cientos de edificios más altos que ese. Tiene siete plantas nada más. Khaminskiy: Aún así, dicen que de ahí se veía hasta Siberia y más allá de Berlín: era la sede central de la KGB. NOTICIAS: ¡Muy bueno! ¡La KGB! ¡El servicio secreto comunista! De ahí surgió Putin. ¿Habrá sido una estrategia de inteligenc­ia evitar que se destruya la iconografí­a arquitectó-

nica soviética y dejar que todo conviva en armonía? Khaminskiy: Yo prefiero pensar que tenemos historia. NOTICIAS: ¿Y se estudia sin censura esa parte de la historia reciente en la universida­d?

Khaminskiy: Por supuesto. Y no sólo se estudia la historia, sino que se estudia “en” la historia. La sede central de la Universida­d de Moscú está en una de “Las siete hermanas”. Joseph Stalin, en 1947, ordenó celebrar los s 800 años de Moscú con ocho rascacielo­s. Allá está uno, fíjate. Y allá otro. Llegó a hacer siete, pero murió y el plan se detuvo. Ahora, dos son viviendas; otras dos, hoteles internacio­nales; otras dos, ministerio­s; y una es la Universida­d. Son parte inseparabl­e de la identidad de la ciudad.

NOTICIAS: ¿Ese edificio de enfrente qué es? Khaminskiy: La Duma. NOTICIAS: ¡Ah! La Cámara de Diputados… Allá arriba de todo está la bandera de la Federación Rusa, pero inmediatam­ente debajo quedaron las molduras mol con la hoz y el martillo. martil Kh Khaminskiy: Ya te dije, tenemos tene historia… Allá en el Kremlin K tenés otro ejemplo: plo sobre aquella cúpula está est el crucifijo ortodoxo, en otra o se ve el águila de dos cabezas de la monarquía y sobre aquella más delgada, está es la estrella comunista de cinco puntas, pu que simbolizan la idea de la unión un de los cinco continente­s bajo el socialismo. No siempre las cosas se tomaron con tanta filosofía. Unas cuadras antes de llegar al Río Moscova ya se divisan las torres de la majestuosa

Catedral Cristo Salvador. Es el templo ortodoxo más alto del planeta. La construcci­ón fue propuesta para homenajear a los héroes rusos que repelieron la invasión de Napoleón en 1812. Fue inaugurada recién en 1883. En 1931, en pleno auge contrarrev­olucionari­o, Stalin ordenó dinamitarl­a para construir un Palacio de los Soviets. El mito indica que uno de los proyectos consistía en la construcci­ón de un Lenin gigante con una mano extendida donde funcionarí­a un helipuerto; la sala de deliberaci­ones del politburó del Partido Comunista se instalaría en la cabeza del líder muerto en 1924. Se llegaron a cavar los cimientos, pero la edificació­n no prosperó. Nikita Khruchov, heredero de Stalin, hizo aprovechar las excavacion­es para desarrolla­r un natatorio popular climatizad­o a cielo abierto en plena zona histórica. Lo clausuraro­n a los pocos años de inaugurado: los vapores de agua da-

ñaban las obras del Museo de Bellas Artes que queda cruzando la calle. Putin inauguró allí, a poco de asumir por primera vez la presidenci­a, una réplica exacta de la Catedral dinamitada por Stalin.

NOTICIAS: ¿Fue el único episodio de estas caracterís­ticas de la Era Putin?

Khaminskiy: Menos drástico fue el retiro de la estatua de Lenin que estaba frente a la Biblioteca Nacional. Se la cambió por otra de Fiodr Dostoievsk­i, más acorde con un lugar así. Es de las más grandes del mundo, se fundó a mediados del Siglo XIX. Pero no se ha negado la historia. Lenin está embalsamad­o en el Mausoleo, que durante el Mundial estará cerrado al público. Hace poco se hizo una encuesta para saber si la gente quería que permanecie­ra allí o que se lo enterrara. El 75% sugirió que se quede dónde está. Rusia está orgullosa de haber derrotado a Napoleón y a Hitler en la Gran Guerra Patria, cuando gobernaba Stalin. Perdimos 27 millones de vidas. Y también provoca orgullo que el primer idioma que llegó al espacio exterior haya sido el ruso, en la exploració­n de Yuri Gagarin. Aquí cerca está el Museo Memorial de Cosmonáuti­ca, es un lugar muy interesant­e para que conozcas.

NOTICIAS: ¿Se sigue valorando la ciencia? Los soviéticos hacían alarde de ese punto. Khaminskiy: Sí, pero no con tanta potencia. El sistema educativo se deterioró mucho con el final de la URSS. Aquel sistema educativo era perfecto. NOTICIAS: ¿Y hay trabajo?

Khaminskiy: No es nuestro principal problema. Estamos en un 5% de desempleo. El problema es el atraso de las zonas rurales, fuera de las grandes ciudades. Rusia es la gasolinera de Europa.

NOTICIAS: ¿Es confiable la cifra del 5% de desocupaci­ón?

Khaminskiy: Si fuese mayor, habría más conflictiv­idad. Ahora, si lo que me quieres decir es que aquí no hay prensa independie­nte, bueno: la prensa está absolutame­nte controlada por el gobierno. Y también la mayoría de la oposición. Alrededor del poder se ha creado una oligarquía de billonario­s.

NOTICIAS: Te cambio el tema… ¿Por qué hay tan poco clima mundialist­a en las calles? Fuera de las Plaza Roja, donde se junta bastante gente que va llegando a Moscú, no se percibe gran interés. Khaminskiy: El fútbol no ocupa un lugar de relevancia entre los rusos. Y estamos acostumbra­dos a que vengan extranjero­s todo el tiempo a eventos. Si fueran Juegos Olímpicos las cosas serían distintas. El amor al atletismo es otra de las herencias vigentes del régimen socialista.

NOTICIAS: ¿La híper seguridad también? Khaminskiy: Sí, podríamos verlo así.

Hora de regresar al hotel. Conviene viajar en metro, siempre, más aún en este caso: son apenas dos estaciones desde Komsomolsk­aya hasta Sokólniki. La primera se llama así en homenaje al Komsomol Leninista, la vieja organizaci­ón de jóvenes comunistas. Sokólniki es una zona residencia­l periférica famosa por su enorme parque, uno de los tantos en Moscú, pero éste es más grande que el Principado de Mónaco. Dicen que allí los moscovitas entrenaban águilas para cacería. De una sola cabeza. Las de dos no existen.

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En las calles de Moscú no impera el fanatismo mundialist­a. Putin vio el partido inaugural junto al príncipe saudí. TIEMPOS MODERNOS
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ICONOGRAFÍ­A MONUMENTAL. Grandes estatuas de líderes revolucion­arios son testigos de una era política que sobrevive en plazas y parques.
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PALACIO DEL PUEBLO. Así se conoce a la gigante red de subtes rusa.

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