Violencias y cinismos
Esta semana no se debatió el Presupuesto nacional. Los números del reparto que se terminaron votando en el Congreso ya estaban listos, calculados y negociados. Los pactos de gobernabilidad entre el Ejecutivo nacional y los gobernadores ya se habían acordado, en un toma y daca que pasó casi desapercibido en medio de tanto escándalo mediático. Desde muy temprano, había quedado claro que el bando K quedaría aislado en una minoría tan ruidosa como impotente, cuya capacidad de daño del clima de conviviencia democrática es proporcional al favor estratégico que le regala asiduamente al oficialismo. Aunque los noticieros hablaron toda la semana del debate sobre el Presupuesto, en realidad se pulseó sobre el poder, o ni siquiera: lo de estos días fue otra puesta en escena de la Argentina confundida por sus propias farsas.
Cambiemos volvió a quedar entrampado entre su discurso de superación de la vieja política y el derrape de emergencia en los modales rancios del poroteo de votos entre gallos y medianoche. El kirchnerismo tuvo la bri- llante idea de poner en juego a su provocador de turno (ahora brilla Leopoldo Moreau en ese rol) para ganar en la calle el espacio que sentía perdido en el recinto legislativo. El peronismo no tan K jugó a dos puntas, subido a un debate que de parlamentario tuvo poco y nada. Hubo festival macabro de fake news, piedrazos en vivo y en directo, encapuchados reales y fantasmáticos, y hasta amenazas de trompazos entre diputados. Solo faltó una discusión seria sobre puntos concretos de un presupuesto tan urgente como condicionado por el acuerdo con el FMI. Sobraron los clichés ideologizantes, gaseosos y sobreactuados, a ambos lados de la grieta. La televisión le dio el broche de oro, cubriendo todo sin esclarecer nada. Porque lo importante sucedía en otra parte, fuera de cámara, a salvo de las piedras.