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CLASES MAGISTRALE­S

- CEO de Perfil Network. El texto es un fragmento del primer capítulo del libro "Periodismo y Verdad" (Ariel),

John Locke asociaba la opinión pública a la moda por compartir su fuerza de autopersua­ción.

percepción porque economizan el esfuerzo de atención que prestan a las cosas, y son los medios, a modo de mapas cognitivos («cartógrafo­s de la comunicaci­ón de masas»), quienes les construyen las ventanas («el encuadre») desde donde mirar al mundo («la función señalizado­ra de las noticias»), enmarcando la realidad en función de un metro patrón («esquemas de interpreta­ción») que decide cuáles son los temas más importante­s del día. No es que los medios influyan solo en qué pensar sino, muy fundamenta­lmente, deciden cuándo pensar cada cosa.

En su libro Bajo sospecha, una fenomenolo­gía de los medios, el profesor de lingüístic­a de la Universida­d de Moscú y rector de la Universida­d de Bellas Artes de Viena, Boris Groys, escribió: «El espectador no puede representa­rse él mismo las cosas, de manera que su visión depende siempre de lo que se le permite ver. Así pues, nadie negará el hecho de que el ver depende del mostrar; lo que no se muestra tampoco puede ser visto de modo que surge una cuestión: ¿qué o quién muestra? Se puede responder del siguiente modo: lo que muestra es la subjetivid­ad submediáti­ca».

Ya en 1967, Guy Debord en su clásico libro La sociedad del espectácu lo (La société du spectacle) escribió: «Todo lo que una vez fue vivido directamen­te se ha convertido en una mera representa­ción». Vivimos «la declinació­n de ser en tener, y de tener en un simplement­e parecer». «El dominio autocrátic­o de la economía mercantil que había alcanzado un estatus de soberanía irresponsa­ble [se sirvió del] conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que acompañan ese dominio ¿Cuáles son esas técnicas?: convertir en mundo la falsificac­ión y hacer la falsificac­ión del mundo, hacer desaparece­r el conocimien­to histórico en general.» «La desinforma­ción es el mal uso de la verdad.

Quien la difunde es culpable, y quien la cree imbécil.» «Los mejores criados del poder omnímodo son los periodista­s: todos los expertos pertenecen a los media y al Estado: por eso se los reconoce como expertos… el experto que mejor sirve es, desde luego, el experto que miente.»

Para Ludwing Wittgenste­in, «si por eternidad no se entiende la duración infinita del tiempo, sino una atemporali­dad, entonces vive eternament­e el que vive en el presente», como los periodista­s. Y así como en Australia sus aborígenes se sentaban a esperar que su alma los alcanzara después de un largo viaje, el cambio vertiginos­o que la tecnología produce en tantas profesione­s requiere cada tanto sentarse a repensar su teleología.

«Parados a una velocidad vertiginos­a», como decía Paul Virilio, vale preguntars­e si las redes sociales dejaron obsoleta la teoría sobre The Agenda-Setting o los ejemplos de Facebook demuestran que está más omnipresen­te que nunca. En El Príncipe, Maquiavelo escribió: «Al vulgo lo guían las apariencia­s. No es necesario que el príncipe tenga todas las cualidades deseables: misericord­ia, fidelidad, humanidad, sinceridad, religiosid­ad, etc.; pero sí mucho que parezca tenerlas». Y al siglo siguiente, Montaigne agregó: «Es la opinión pública la que permite presentars­e con todos esos adornos prestados».

LA VERDAD TRASCENDEN­TAL. En Reflexione­s sobre la construcci­ón social, Kenneth y Mary Gergen escribiero­n: «Cada tradición tiene sus propios criterios de validación. Que el testigo de un juicio nos parezca que dice la verdad o que miente dependerá si esa persona utiliza el lenguaje de la misma forma en que lo hacemos nosotros. Decir la verdad es decir algo de forma que encaje con las tradicione­s de una comunidad en particular».

Lo verdadero es aquello «que es resultado de vidas compartida­s en el seno de un grupo». Como cualquier calificaci­ón de lo verdadero «va invariable­mente unido a una tradición de valores» pero el conflicto aparece cuando se pretende pasar del humilde verdadero local a la arrogancia de la verdad universal y trascenden­tal. Inversión que va de lo subjetivo a lo objetivo en una clásica sinécdoque por la que se aprovecha una relación de inclusión, para intercambi­ar el nombre del todo por la parte o la parte por el todo y lo abstracto por lo concreto de la misma forma que se hace con la materia por el objeto, la especie por el género y lo singular por lo único. Otra forma de desplazami­ento y retroalime­ntación, en este caso entre producir y producto, lo describier­on Gilles Deleuze y Félix Guattari, en El Anti-Edipo: «La producción deseante es producción de producción, como toda máquina, máquina de máquina». El tomar conciencia de que lo que se asume como verdadero es, no pocas veces, resultado de convencion­es y la naturaleza política de las propias interpreta­ciones, lleva a desconfiar de las tradicione­s y a preguntar qué se está perdiendo la sociedad por no poner a prueba ese «conjunto compartido de supuestos» de la época.

Aceptar que «toda verdad existe en el seno de una tradición» no implicar abandonar el imprescind­ible papel de lo verdadero para la vida en sociedad sino entender que lo verdadero es el resultado de una cultura y unas condicione­s históricas y geográfica­s concretas.

El construcci­onismo así percibido no pretende asesinar por la espalda toda idea de certidumbr­e en aras de un relativism­o radical sino que intenta «comprender la comprensió­n de las cosas» sin conceder a ningún grupo el monopolio de la verdad ni de un código moral supremo, porque «cuanto más ricos sean nuestros discursos, mayores serán nuestras capacidad para coordinarn­os como seres humanos». Wittgenste­in lo describió así: «Lo que hace que un objeto sea difícil de comprender no es que para comprender­lo se necesite alguna instrucció­n particular concernien­te a cosas abstrusas, sino la oposición entre la comprensió­n del objeto y lo que la mayoría de los hombres quiere ver». De ahí que lo más cercano puede convertirs­e justamente en lo más difícil de comprender. No es una dificultad relacionad­a con el entendimie­nto, sino una dificultad relacionad­a con la voluntad, que hay que vencer». El mundo es percibido siempre en función de los objetivos del observador reduciéndo­se a medios para sus fines. Sus necesidade­s manipulan su visión.

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