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El maestro se divierte

La última novela de Miguel Vitagliano recorre escenas clave de la historia argentina con la mirada excéntrica de la literatura.

- Por ELVIO GANDOLFO* * CRÍTICO de libros de NOTICIAS.

La imagen del comienzo es fuerte: un hombre ha sido sepultado bajo escombros. Sólo le queda una mano libre, y la cabeza, que le sirve para mirar las piedras cercanas o lejanas. Poco a poco les irá asignando rostros, textos. Para no perder la cabeza, en sentido figurado, pensará en Marco Aurelio. Es un hombre con lecturas abundantes. También lo es Miguel Vitagliano, profesor, académico, admirado difusor de la literatura argentina y mundial, editor de un blog sobre escritores.

Dividido en cuatro partes, la primera tiene una cita que parece un trabalengu­as. Es de la traducción que hizo Bartolomé Mitre de “La Divina Comedia”. En las primeras páginas, se dice que dicha traducción quedó enterrada a su vez en “la historia de las traduccion­es”. El lector lo recordará mucho más adelante. Porque hay pocas listas más abundantes y abarcadora­s que la de los temas y las épocas que el libro va trazando. Los principale­s se distinguen bastante bien: la vida de Bartolomé Mitre (y su mujer, Delfina), la vida de Elisa Lynch (y su hombre, el líder de Paraguay Francisco Solano López). Y la propia guerra. Podría

hablarse de una novela histórica, de no mediar relaciones de hechos del pasado con el presente cercano, a veces de manera declaradam­ente gratuita. O comparacio­nes numéricas: “Mitre nació el año que murió Napoleón, diez años antes de que Victor Hugo publicara Notre-Dame de París”. Quedan así establecid­os personajes importante­s más o menos fugaces: Flaubert, Borges, Victor Hugo. De todos modos están apoyados en la línea de lo literario. Otros son o maestros o guías del propio Vitagliano (Dardo Scavino, Burucúa) o compañeros de generación y actividade­s, como el excelente narrador y teórico Aníbal Jarkowski. En otros casos se trata de influyente­s teóricos de la literatura, como René Girard. El lector sólo tendrá que dejar a un lado la exigencia de un relato cronológic­o, atenido a una época, u otros rasgos de otros libros, para disfrutar de éste.

El enterrado del principio reaparece una y otra vez, y la “lectura” de los cascotes que lo rodean multiplica el efecto relacionad­or. Aunque es el entusiasmo de la propia voz narrativa el que se comunica al que lee, que se asombra ante un antepasado irlandés de Ernesto Guevara, o percibe la importanci­a de una novela de George Sand, “Indiana”, modelo de la primera novela de Mitre, “Soledad”, y también lectura de la muy lectora Elisa Lynch. Tampoco se desperdici­an las resonancia­s. Así se subraya que el Pierre Menard de Borges oculta en el nombre de pila, otra vez, la palabra piedra.

Hay escenas memorables de la literatura clásica bien citadas, como el momento en que Madame Bovary lame el resto del licor de una copita. El hombre enterrado, si se manejara en una novela común, aparecería como un elemento contradict­orio, porque tiene celular y una linterna de llavero que lo hacen contemporá­neo de los que leen. Pero poco a poco (entre otras cosas porque podría tratarse de una pesadilla del propio Mitre), uno acepta que sea un ancla en tanta deriva inspirada, aunque también se resigna a que, a la larga, se convierta en una metáfora o un símbolo. Consciente

de la propable necesidad de aclaracion­es, Vitagliano agrega una quinta parte con “Referencia­s por cap pítulos”, trazando incluso relaciones entre ellas: libros, personas sonas, personajes, sin que la importanci­a sea la bas base de la extensión. De nu nuevo saltan relaciones que asombran. Por ej ejemplo, Francisco Mu Muñoz Azpiri figura porque escribió un ciclo de radi radioteatr­os protagoniz­ado nizados por Eva Perón cuand cuando era Eva Duarte, en R Radio Belgrano. No cuesta mucho imaginar la sonri sonrisa de Vitagliano al l apuntar que dicho producto popular abrió con “Madame Lynch, la amazona del destino”. Una de las fichas más extensas tiene que ver con “El milagro secreto”, relato de Borges, con nuevo despliegue de asociacion­es. En otro momento se menciona una mansión al fin demolida y sobre la cual se construyó la hoy Biblioteca Nacional a lo largo de interminab­les años.

Si uno se zambulle en la última novela de Vitagliano, conviene que afloje el muñeco lógico, y no abandone. Le resultará fácil. Porque el texto provoca, excita, logra la curiosidad, una y otra vez. Una actitud muy demolida hoy por el derrumbe del periodismo escrito, la noverdad, y otros oximorones que se pretenden reales. A su manera, el libro lucha exitosamen­te a favor de la literatura.

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LIBRO. Vitagliano es profesor, investigad­or y escritor. Su última novela es “Enterrados”(Edhasa).
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