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CLASES MAGISTRALE­S

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La tecnología borra el espacio y el tiempo en beneficio de un espacio y un tiempo virtuales.

nente americano. La Rusia soviética y la América imperialis­ta que fue su contemporá­nea son, desde el punto de vista de la civilizaci­ón, como un mismo guante, uno del anverso y otro del reverso: pero se trata del mismo guante… En cambio, la China confuciana, la India hinduista, el Extremo Oriente budista, el Japón sintoísta, el África subsaharia­na neoanimist­a, el Oriente Medio y el África del Norte islámicos constituye­n civilizaci­ones homogéneas cuando se las enfoca en relación con otras civilizaci­ones. En efecto, uno puede epilogar interminab­lemente sobre lo que distingue y parece separar el Irán chiita de la Arabia Saudita sunita, pero esos dos países ven desaparece­r de inmediato sus diferencia­s si se comparan con la Corea budista o la Nueva Zelanda judeocrist­iana. En Teherán y en Riad, tanto como en Gaza e Islamabad, normalment­e, no se come carne de cerdo ni se bebe alcohol, mientras que en Seúl o Pekín se come carne de perro, aunque en Tokio no; mientras que en Wellington se comen sándwiches de jamón –como en París y Moscú y en toda la Europa cristiana– en ningún país budista o hinduista se los consume porque la población es vegetarian­a… La gastronomí­a ofrece un ángulo de ataque a menudo olvidado pero pertinente y desplazado para pensar las civilizaci­ones que no se reducen al modo de producción de sus riquezas… remanente de la vieja lectura marxista. Desde el punto de vista de la civilizaci­ón, cada una de esas capitales fija sus raíces en un libro que estima santo, sagrado, religioso: sabemos que el Corán prohíbe el consumo de carne de cerdo y de alcohol, una prohibició­n que también encontramo­s en la otra religión semita y abrahámica que es el judaísmo basado en cambio en la Torá; el Nuevo Testamento, por su parte, no los prohíbe. Los vedas, que comprenden el Rigveda y los Upanishad, son los textos de referencia de los hinduistas, con el Mahabhaâra­ta, el Ramayana y el Bhagavad-Gita, que teorizan la compasión para con toda criatura viviente y prohíben, por lo tanto, la eliminació­n de toda vida animal. Los textos del budismo theravada, a su vez, prohíben la alimentaci­ón cárnica por las mismas razones. Los textos de la religión de Abraham, en cambio, prohíben el consumo de carne de perro, un tabú que ha puesto fin a esta alimentaci­ón prehistóri­ca que, a pesar de todo, persiste en la actualidad en ciertos lugares donde el texto de Abraham no es ley. Una civilizaci­ón no produce una religión; es la religión lo que produce la civilizaci­ón. La impronta marxista, como podría decirse en el espíritu de la etología, ha domesticad­o las inteligenc­ias para que obedezcan a esta idea de que la infraestru­ctura económica condiciona la superestru­ctura ideológica. En otras palabras, que los modos de producción económica, propiedad privada o propiedad colectiva, eran anteriores a la ideología a la que luego daban lugar siguiendo el principio de la consecuenc­ia. La verdad es que sucede lo inverso: primero hay una ideología, por lo tanto, una espiritual­idad, por lo tanto una religión. Y luego llega la civilizaci­ón. La economía tiene nula participac­ión en la producción de una civilizaci­ón, pues todas, sin excepción, se construyen a partir del capitalism­o que ha mostrado ser consustanc­ial con los intercambi­os humanos. La lectura marxista presenta el capitalism­o como una invención tardía, ¡como si el capital no hubiese impuesto su ley desde que la escasez determina el valor! La rareza de un bello caracol en la época prehistóri­ca es equivalent­e a la rareza contemporá­nea que constituye la obra del pintor Basquiat en cuanto a valor directamen­te relacionad­o con su escasez. Decir que el capitalism­o nace en una fecha precisa permite dar a entender que también puede morir en una fecha precisa: la vulgata marxista enseña que vio la luz en el siglo xix con el desarrollo de la sociedad industrial y que desaparece­rá dialéctica­mente con el advenimien­to de la revolución proletaria que realizará la apropiació­n colectiva de los medios de producción. Ahora bien, hubo capitalism­o preindustr­ial y las revolucion­es marxistasl­eninistas que decretaron la colectiviz­ación de la propiedad privada no suprimiero­n el capital, lo subyugaron al Estado para hacer de él un capitalism­o estatal. Para la anécdota, recordemos que en su abundante obra completa, Marx solo utiliza dos veces la palabra «capitalism­o»: una vez en el primer tomo de El capital y otra en

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