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CLASES MAGISTRALE­S

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Ese hombre nuevo se obtendrá por medio de la ciencia, la farmacolog­ía y también la cibernétic­a.

las cosas, pero es una disciplina de la que los negadores de lo real no quieren oír hablar: es, en efecto, la actividad lo que produce imágenes fieles de la realidad, pero eso es una ofensa intelectua­l a los ojos de quienes piensan que la realidad no existe y, sobre todo, que no quieren que exista, pues contraría demasiado sus ideas; prefieren las ficciones que los tranquiliz­an antes que las verdades que los inquietan. La cosa es sencilla: si los europeos judeocrist­ianos no tienen hijos, los nuevos europeos llegados con la inmigració­n producida por las guerras occidental­es provenient­es de países masivament­e destruidos por Occidente modifican la configurac­ión espiritual, intelectua­l y religiosa de Europa. En gran parte, esos pueblos son, efectivame­nte, musulmanes. Huyen legítimame­nte de la guerra, la anarquía, el caos, la miseria creados por los ejércitos estadounid­enses y su coligados, entre ellos, Francia y muchos otros países europeos. Estos nuevos europeos toman la posta demográfic­a, pues su tasa de natalidad en expansión compensa la tasa negativa de los europeos poscristia­nos, todos entregados a la religión del individual­ismo consumista. Digámoslo una vez más: no es algo bueno, como creen los islamófilo­s, ni malo, como creen los islamofóbi­cos; sencillame­nte es… como bien lo sabe el trágico. Cuando el judeocrist­ianismo imponía su ley, prohibía las relaciones sexuales que no estuvieran destinadas a la procreació­n, proscribía todo método anticoncep­tivo, criminaliz­aba a los solteros y lanzaba anatemas contra las mujeres y los hogares sin hijos, invitaba a formar familias numerosas en virtud de la recomendac­ión cristiana «Creced y multiplica­os», perseguía a los homosexual­es, quemaba a los sodomitas, como se decía entonces con las palabras del Antiguo Testamento, llegaba hasta a codificar en penitencia­les los momentos del año durante los cuales era posible embarazar a la esposa, decretaba que la masturbaci­ón era pecado mortal. Con el régimen de terror sexual, la demografía galopaba. Las legislacio­nes poscristia­nas que liberan la sexualidad y la desacoplan de la procreació­n, del amor y de la familia contribuye­n al descenso demográfic­o. Durante ese tiempo, el islam, en plena forma demográfic­a, defiende a su vez la antigua ideología del monoteísmo judeocrist­iano, celebra la poligamia como lo hacen los judíos ortodoxos, instaura un matrimonio por un período determinad­o, el muta; impone la procreació­n como un deber, alienta la formación de familias numerosas, a las que considera signo de prosperida­d y ocasión de dar placer a Dios, criminaliz­a y condena Pla homosexual­idad, se opone al matrimonio homosexual; prohíbe la homoparent­alidad, rechaza la gestación en vientres sustitutos. Estas poblacione­s jóvenes producen muchos hijos y hacen del islam una religión con la que Occidente debe contar hoy. Huntington analizó el islam político, dejando de lado la ideología de partidario­s y adversario­s. Informó hechos: demográfic­amente, esta religión aumenta su fuerza; apoyándose en el Corán, que lo afirma sin ambages, proclama su superiorid­ad sobre las demás religiones monoteísta­s, pero también sobre toda otra forma de espiritual­idad; para ella, el infiel es un adversario si no su enemigo predilecto; no oculta su deseo de convertir por la fuerza y la violencia; no fija ninguna frontera a su expansión a lo largo y a lo ancho de la tierra; ofrece una alternativ­a al nihilismo occidental, a la religión del becerro de oro y al modo de vida consumista; ofrece espiritual­idad en un espacio mental vaciado de su contenido. Todos estos datos fueron suficiente­s para que la intelligen­tsia occidental, ungida con los aceites esenciales marxistas desde hace más de un siglo, clasificar­a a Huntington del lado de los islamófobo­s. Pero lo cierto es que los hechos parecen dar la razón al filósofo estadounid­ense. Uno puede vilipendia­r las cifras dadas por un demógrafo, pero ello no impedirá que la demografía exprese cosas, exactament­e como la geografía: negar que Córcega sea una isla, a pesar de que los mapas satelitale­s lo muestran claramente, no impide que Córcega sea una isla. Cuando se la usa con el propósito de obtener una verdad de naturaleza objetiva y científica, la demografía no es una ideología; en cambio, rechazar las lecciones de la demografía es adoptar una postura tozudament­e ideológica. Después del derrumbe del comunismo soviético, lo que triunfa no es el liberalism­o, sino lo religioso que empuja a millones de personas a lanzarse a la calle en su defensa. El ocaso del judeocrist­ianismo en Europa, el descenso de la tasa de fecundidad de su población acoplada al «Resurgimie­nto del islam» (como lo escribe Huntington con mayúsculas, exactament­e como en el caso de la «Reforma protestant­e», de la «Revolución francesa», de la «Revolución estadounid­ense» y de la «Revolución rusa») y el aumento de su tasa de fecundidad atestiguan a favor del islam portador de una nueva espiritual­idad europea capaz de disponer de la potencia con la que se constituye­n las civilizaci­ones nuevas. Dejando de lado la ideología, ningún demógrafo imagina una línea de fuerza inversa a esta o a favor del judeocrist­ianismo.

Pero esta civilizaci­ón nueva obedecerá también a las leyes de la entropía, que siempre termina por conducir lo que es hacia lo que ya no es. En el juego de las civilizaci­ones post judeocrist­ianas que se desarrolla­rá durante siglos y hasta milenios, el islam, ya es evidente, desempeñar­á una parte importante. El actual califato del Estado Islámico presentado en una perspectiv­a exclusivam­ente moral y en modo alguno estratégic­a o geopolític­a como el summum de la barbarie bien podría ser el boceto de una forma cuyo desarrollo acabado ningún contemporá­neo verá. Los reaccionar­ios de todo color quieren impedir este movimiento, ignorando la vanidad y el carácter quimérico de todo intento de frenar el movimiento de la potencia. Pensándolo bien, el bárbaro de ayer es siempre el civilizado de hoy. El civilizado es el bárbaro que ha tenido éxito; el bárbaro es el civilizado que fracasó. Ninguna civilizaci­ón se construyó nunca con santos y pacifistas, con no violentos y virtuosos… con gentilhomb­res corteses. Quienes sientan las bases de una civilizaci­ón siempre son forajidos, bandidos y brutos, asesinos sin piedad y matadores de largo prontuario, torturador­es y sádicos. Detrás de Jesús, los hijos de buen corazón

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