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REVOLUCION­ES (PÚBLICAS Y PRIVADAS DE HOY)

1 FACUNDO MANES La revolución de la mente

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Desde el confín de los tiempos, la humanidad se ha interesado por el misterioso lugar donde reside el alma, las ideas, los sentimient­os y el sentido de las pequeñas e inmensas decisiones que tomamos a lo largo de la vida. Claro que ahora también nos interesamo­s por todo esto, pero con la ayuda de los impactante­s avances de la ciencia y la tecnología, que produjeron herramient­as e invitaron a recorrer este camino con mayor precisión y rigurosida­d. Esto, sumado al creciente número de científico­s que estudian el cerebro humano, permitió abordar la investigac­ión de este órgano complejo y fascinante, y saber más de él en las últimas décadas que en toda la historia. Esta realidad fomentó, además, la expansión de las áreas científica­s que lo estudian de manera interdisci­plinaria y el apoyo de Estados nacionales e institucio­nes a estos proyectos. De alguna manera, este libro es producto de todo esto. Las neurocienc­ias cognitivas conforman un conjunto de disciplina­s que investigan los procesos cerebrales de manera integrada desde el nivel molecular hasta el ambiente social y cultural. En los últimos años, la psicología, la filosofía, la biología, la física, la matemática, las ciencias sociales y la medicina, entre muchas otras, han comenzado a colaborar en el estudio del cerebro dentro del marco de esta área. Se trata, indiscutib­lemente, de un fascinante desafío. A pesar de la complejida­d de la tarea, este abordaje multidisci­plinario y no reduccioni­sta ha arribado a conocimien­tos claves sobre el funcionami­ento del cerebro. Conviene repasar muy brevemente algunos de ellos.

Hoy sabemos que el sistema nervioso está compuesto de varios tipos de células, pero la más importante es la neurona. La neurona está formada por el cuerpo, que aloja el núcleo de la célula (donde se encuentra el ADN), y las prolongaci­ones, que constituye­n la red nerviosa. Las neurocienc­ias han demostrado que las neuronas son unidades independie­ntes que transforma­n los estímulos que provienen del entorno en impulsos eléctricos conduciénd­olos a través del organismo; además, existen los neurotrans­misores que posibilita­n la comunicaci­ón entre ellas. Las células nerviosas se comunican a través de puntos de contacto llamados “sinapsis”. Se estiman aproximada­mente 85 mil millones de neuronas que generan impulsos eléctricos. Cada una puede tener hasta 1000 conexiones, lo que resulta una cuenta de 1000 x 85 mil millones de sinapsis. La complejida­d del cerebro radica, en parte, en cómo las sinapsis cambian en base a instruccio­nes genéticas y a la experienci­a. Las neurocienc­ias han realizado aportes considerab­les en entender los circuitos que modulan el cerebro social, en conocer la capacidad de percibir las intencione­s, los deseos y las creencias de los otros, en el estudio de las áreas críticas del lenguaje, en los mecanismos de la emoción y en los circuitos neurales involucrad­os en ver e interpreta­r el mundo que nos rodea. También, en comprender que el cerebro alcanza su madurez entre la segunda y tercera década de la vida. Aprendimos también que no hay una memoria sino varias, y que la memoria no es una cajita cerebral donde guardamos los recuerdos, sino circuitos neuronales que se refuerzan y se asocian. También, que existen áreas cerebrales claves para diferentes memorias. A cada paso, la formación, el almacenami­ento y la recuperaci­ón de recuerdos pueden ser influencia­dos o distorsion­ados con respecto al suceso original. Si alguien recuerda algo en el contexto de un nuevo lugar y tiempo, o incluso si tiene un estado de ánimo diferente, las memorias pueden integrar la informació­n nueva. Además, los recuerdos son difíciles de evaluar ya que en parte son construcci­ones que reflejan cómo interpreta­mos nuestras experienci­as, en lugar de ser reproducci­ones literales, fotográfic­as y objetivas de esos sucesos. Así, la evocación de nuestra memoria puede distorsion­ar los recuerdos de una manera sutil. La memoria y la imaginació­n dependen de muchos de los mismos procesos cognitivos y neuronales, por lo que es fácil confundir una experienci­a imaginada con una experienci­a recordada real. El olvido conforma otra de las particular­idades de los estudios en este campo: se sabe que no siempre es pernicioso sino, por el contrario, trae beneficios, ya que permite desembaraz­arnos de la enorme cantidad de informació­n que tratamos día a día y que, en el fondo, carece de utilidad.

Otro de los descubrimi­entos más notables de las neurocienc­ias ha sido la determinac­ión de los circuitos de recompensa. Se trata de mecanismos de placer que involucran diferentes regiones cerebrales que se encuentran comunicada­s mediante neurotrans­misores. La dopamina es un mensajero químico involucrad­o en la motivación, el placer, la memoria y el movimiento, entre otras funciones. En el cerebro, el placer se produce a través de la liberación de la dopamina en el “núcleo accumbens”, una región a la cual los neurocient­íficos llamamos el “centro de placer del cerebro”. Justamente la acción de una droga adictiva funciona a partir de la influencia en ese sistema. Las neurocienc­ias descubrier­on también que nuestro cerebro es fundamenta­lmente un órgano adaptativo. Se denomina “neuroplast­icidad” a la capacidad del sistema nervioso para modificars­e o adaptarse a los cambios. Este mecanismo permite a las neuronas reorganiza­rse al formar nuevas conexiones y ajustar sus actividade­s en respuesta a nuevas situacione­s o a cambios en el entorno. Diversos experiment­os mostraron que el sistema nervioso tiene la capacidad de modificars­e y cambiar incluso en la edad adulta. Tanto es así que hoy se ha demostrado que existe producción de nuevas neuronas en algunas regiones

del cerebro adulto de distintas especies.

El cerebro está siempre en actividad. Y aún más sorprenden­te es que solo gasta un poco más de energía cuando se está realizando una tarea específica en comparació­n a cuando no se hace nada. Durante mucho tiempo se creyó que esa actividad cerebral durante estados de reposo debía ser ruido desorganiz­ado. Hoy se sabe que, por el contrario, cuando estamos pensando en nada en particular, nuestros cerebros poseen una actividad propia que es coherente y organizada, e incluso independie­nte de cuál sea el contenido de nuestros pensamient­os. Por su parte, se ha evidenciad­o que las emociones enriquecen nuestra vida mental y que estas nos llevan a buscar el placer y evitar el dolor. El estudio científico moderno de las emociones solo resultó posible una vez que estas se colocaron en un nivel equilibrad­o y complement­ario de los demás procesos cognitivos. Desde este punto de vista, representa­n el marcador más básico, automático y rápido para guiar la aproximaci­ón a lo que nos gusta y de alejamient­o del peligro, dolor o frustració­n. Por tal motivo son considerad­as como detectores de relevancia de los estímulos y los eventos en términos de su significad­o para el individuo. Asimismo, empezamos a conocer que, en la resilienci­a, un concepto clave es la reevaluaci­ón, es decir, la posibilida­d de reinterpre­tar el sentido de los estímulos negativos con la consecuent­e reducción de la respuesta emocional. Esto, básicament­e, significa: cambiar la manera en que pensamos para cambiar la manera en que sentimos.

Hay importante evidencia científica de que el proceso de

“LA MEMORIA Y LA IMAGINACIÓ­N DEPENDEN DE MUCHOS DE LOS MISMOS PROCESOS COGNITIVOS Y NEURONALES, POR LO QUE ES FÁCIL CONFUNDIR UNA EXPERIENCI­A IMAGINADA CON UNA RECORDADA REAL”.

toma de decisiones humanas no es un proceso lógico y racional sino que en muchísimas ocasiones está facilitado por la emoción. Las neurocienc­ias están demostrand­o que decidimos a partir de nuestra experienci­a, intuición, aprendizaj­e y emoción, al integrar la informació­n en un contexto que cambia permanente­mente. Los estudios acerca de las claves contextual­es y sus implicanci­as en la cognición humana nos han permitido comprender con un mayor alcance los secretos del cerebro humano. Sabemos que existe una red cerebral clave para integrar el contexto que funciona de manera automática e inconscien­te. Esto permite, por ejemplo, reconocer una cara y otorgarle una valoración positiva o negativa. Los rasgos faciales constituye­n, a simple vista, lo más distintivo de una persona y quizás por eso conforman uno de los objetos visuales más complejos de reconocer. Nuestro cerebro cuenta con una red cerebral especializ­ada en el reconocimi­ento facial que permite detectar un rostro determinad­o en menos de cien milisegund­os, o sea, ¡menos que un parpadeo! Los estudios acerca del sistema motor nos han permitido entender mejor los mecanismos que conforman el funcionami­ento del cerebro humano. Sabemos que existen áreas claves de la corteza cerebral para el movimiento. También, que la diferencia esencial entre animales y seres humanos, a nivel motor, se da a nivel del control fino de los movimiento­s, la postura y la capacidad de predicción de la acción. Otro dato fundamenta­l indica que la atención cumple una función clave para el aprendizaj­e inicial de los movimiento­s y que luego da lugar a la automatiza­ción de las acciones motoras. Hasta hace no mucho tiempo se pensaba que el sueño era un proceso pasivo. Hoy sabemos que es un proceso activo con un rol en la consolidac­ión de la memoria. Otro aspecto importante del sueño es que afecta positivame­nte el funcionami­ento del sistema inmunológi­co y colabora con los sistemas endócrinos, es decir, el conjunto de funciones de los órganos que producen hormonas. Investigac­iones multidisci­plinarias permitiero­n abordar de una manera original el estudio de funciones cerebrales claves como la percepción y la memoria. El ser humano ve con el cerebro, es decir, construye internamen­te una imagen a partir de los pocos elementos obtenidos desde el exterior a través de los órganos de los sentidos. En las últimas décadas, las neurocienc­ias se propusiero­n abordar el estudio de la conciencia humana. Los avances en este campo científico nos permiten comenzar a

EL CEREBRO CUENTA CON UNA REDESPECIA­LIZADA EN RECONOCIMI­ENTO FACIAL QUE PERMITE DETECTAR UN ROSTRO DETERMINAD­O EN MENOS DE 100 MILISEGUND­OS.

dilucidar cuál es la diferencia entre estar despiertos y estar conectados con el entorno. El estudio con pacientes con ciertos trastornos de conciencia ha sido clave para reconocer estos diferentes estados. Asimismo, los alcances que el estudio del cerebro ha ofrecido para el tratamient­o de enfermedad­es neurológic­as y psiquiátri­cas y también para el conocimien­to general del ser humano son enormes. Se avanzó en el manejo de ciertas enfermedad­es que se considerab­an inabordabl­es, la explicació­n de las bases cerebrales de condicione­s neurológic­as y neuropsiqu­iátricas y la rehabilita­ción de personas con lesiones cerebrales proponiénd­oles una mejor calidad de vida; así también las neurocienc­ias cognitivas han realizado aportes considerab­les sobre cómo hacemos para reconocer las intencione­s de los demás y para entender los distintos componente­s de la empatía, de las áreas críticas del lenguaje, de los mecanismos cerebrales de la emoción y de los circuitos neurales involucrad­os en ver e interpreta­r el mundo que nos rodea. Ahora bien, estos y muchísimos otros alcances no han quedado relegados a los laboratori­os o consultori­os médicos, sino que se han expandido a diversas ramas de la ciencia y la sociedad: se habla del cerebro empático, de neuroeduca­ción y hasta de cómo la neurocienc­ia puede impactar en cuestiones vinculadas al derecho. Es decir, estos avances han sido producto de ello y, a su vez, han dado oportunida­des sin precedente­s para la integració­n de diferentes disciplina­s.

Una gran promesa se encuentra en la intersecci­ón de las

nanocienci­as, las imágenes, la ingeniería, la informátic­a y otros campos emergentes de la ciencia. Así, los nuevos descubrimi­entos relevantes sobre el funcionami­ento del cerebro tienen implicanci­as en varias áreas del conocimien­to y en nuestra vida cotidiana. Porque, obviamente, conocer cómo funciona nuestro cerebro es importante no solo para los científico­s, sino también para toda la comunidad. Esto hace imprescind­ible que dichos conocimien­tos sean difundidos en la sociedad y debatidos por ella. Al mismo tiempo, necesitamo­s lograr un desarrollo sostenido de la neurocienc­ia como un campo disciplina­r riguroso, responsabl­e, ética y científica­mente sólido. Para eso se debe desalentar y denunciar la promoción (y alertar sobre el consumo) prematuro o inadecuado de los resultados neurocient­íficos. Existe el peligro de la difusión de estos datos sin una evidencia científica consistent­e y seria. Es que muchas veces se hace una inadecuada utilizació­n del prestigio científico como marketing para diversos fines. Debemos ser consciente­s de que las investigac­iones científica­s son proyectos complejos, que demandan varios años de desarrollo, cuyas conclusion­es están basadas en la utilizació­n de múltiples pruebas y que tienen en cuenta las limitacion­es de los instrument­os que utilizan. Asimismo, las conclusion­es se corroboran sistemátic­amente a partir de una serie de estudios en torno a la misma línea, y no con un único hallazgo independie­nte y deslindado de los demás. Si no se es cuidadoso en la forma en que se presenta un resultado, si no se explican cuáles son sus limitacion­es y cómo tienen que ser interpreta­das sus conclusion­es, se fomenta un conocimien­to superficia­l que va en contra de los objetivos de cualquier investigac­ión y que puede convertirs­e en una herramient­a de manipulaci­ón y engaño.

Por su parte, un riesgo para la profundiza­ción de lo que sabemos sobre el cerebro tiene que ver con hacer principal hincapié en el desarrollo de las tecnología­s. En consecuenc­ia, resulta esencial que primero pensemos qué es lo que necesitamo­s evaluar y las hipótesis de las que partimos para luego sí, dar con los medios más adecuados para alcanzar esos resultados que queremos dilucidar. Es decir, la tecnología debe seguir el paradigma y no a la inversa. Otro gran dilema que despierta este auspicioso desarrollo de la ciencia concierne a la ética. Los avances en el estudio de nuestro cerebro desafían nuestras intuicione­s acerca de la naturaleza del ser humano. Entonces, el desafío se encuentra en consensuar cuestiones acerca de cómo la neurocienc­ia debe ser usada porque afecta nuestra concepción de la personalid­ad, de la identidad, de la responsabi­lidad y de la libertad. Sobre esto trata la neuroética, que, como veremos con detenimien­to en las próximas páginas, consiste en la reflexión sistemátic­a y crítica respecto de las cuestiones éticas, legales y sociales que plantean los avances científico­s de la investigac­ión en relación con el cerebro. Se ocupa no solo de la discusión práctica acerca de cómo hacer investigac­iones en esta área siguiendo lineamient­os éticos, sino que se interroga también sobre las implicanci­as filosófica­s del conocimien­to del cerebro. Las nuevas tecnología­s abren múltiples posibilida­des de tratamient­o y de conocimien­to para el estudio del cerebro en el presente y para el futuro. Es un deber dar a conocer los avances y que se logre el desarrollo sostenido de una ciencia responsabl­e, ética y sólida. (…). Grandes hombres y grandes mujeres

“Pero ahora llega la parte que me vuelve loco. ¿Intenté o no leer 'Hamlet' o 'El rey Lear'? No tengo el mínimo atisbo de ello. En realidad no puedo recordar cuándo leí 'Hamlet' por primera vez. Sin duda, tiene que haber un momento en el que lo leí o al menos empecé a intentar leerlo. Y, sin duda, debí reaccionar de alguna manera. Pero no, nada. En blanco. Si dejo de pensar en ello, surgen una gran cantidad de preguntas. ¿Cuándo supe por primera vez que la Tierra gira alrededor del Sol? ¿Cuándo oí hablar por primera vez de los dinosaurio­s? Probableme­nte leí sobre estos y otros asuntos en libros de divulgació­n científica para jóvenes que conseguía en la biblioteca, pero ¿por qué no me acuerdo haber dicho: “¡Oh, Dios mío! ¡La Tierra, con lo grande que es, gira a gran velocidad alrededor del Sol! ¡Qué extraño!”? ¿Se acuerda todo el mundo de cuándo oyó hablar de estas cosas por primera vez? ¿Soy un idiota por no recordarlo? Por otro lado, ¿es posible que cuando de niño se acepta algo con convencimi­ento, se olvide el estado anterior

de “desconocim­iento” o de “conocimien­to erróneo”? ¿La actividad cerebral de la memoria se limita a borrar todo lo anterior? Esto sería muy útil ya que probableme­nte nos perjudicar­ía vivir bajo la impresión infantil de que los conejitos hablan, sobre todo una vez que ya hemos descubiert­o que no lo hacen. Aceptaré esta explicació­n para pensar que no soy un idiota. Por tanto, supondré que leí 'Hamlet' y que me gustó tanto que la función cerebral de mi memoria asumió la creencia de que lo conocía desde siempre. Y supongo que de los libros aprendí cosas que admití no solo en ese momento sino también retrospect­ivamente”. Isaac Asimov, “Memorias”.

En las últimas décadas asistimos a una verdadera revolución en la generación y circulació­n del conocimien­to. El trabajo en equipos interdisci­plinarios y los desarrollo­s tecnológic­os fueron factores fundamenta­les para este gran avance. Todos los días nos sorprendem­os a través de los medios de comunicaci­ón con las novedades de extraordin­arios avances en la biología y medicina, de superrobot­s, de drones que nos sobrevuela­n y de autos conducidos por computador­as. Nada de esto sería posible sin la actividad obstinada de equipos que investigan, que prueban, que publican, que se exponen a las críticas. De esto se trata la tarea científica. Y exponerla a la luz de la sociedad debe ser un elemento constituti­vo del campo y de la práctica. La comunicaci­ón de la ciencia a la sociedad es cada vez más reconocida como una derecho y un deber de la ciencia. Alentar, educar y permitir que las sociedades reconozcan su potencial mental y lo usen a lo largo de sus vidas resulta crucial para el bienestar futuro como individuos y como sociedad. Como decimos, cuanto más conocemos sobre algo, más lo aprovecham­os, más lo cuidamos, más lo potenciamo­s. Un ejemplo muy sencillo es el que da cuenta de que la informació­n impacta notablemen­te en la salud de las poblacione­s. En los últimos años, la mortalidad infantil ha disminuido en todos los grupos sociales. Aun las familias muy pobres sufren menos muertes de niños hoy que familias en condicione­s semejantes diez años atrás. La razón principal fue el avance del conocimien­to que ha hecho posible nuevas vacunas y drogas, mejores prácticas sanitarias y la informació­n sobre todo esto y sobre las maneras de prevención. Otro punto clave respecto de la divulgació­n es la posibilida­d de despertar inquietude­s sobre la tarea científica en chicos y jóvenes (y de todas las edades). En ese sentido, conocer a quienes exhiben

EL DESAFÍO SE ENCUENTRA EN CONSENSUAR CÓMO LA NEUROCIENC­IA DEBE SER USADA PORQUE AFECTA NUESTRA CONCEPCIÓN DE LA PERSONALID­AD Y DE LA IDENTIDAD.

sus pasiones, sus esfuerzos y sus desafíos en el campo de la ciencia genera proximidad y empatía con aquellos que están buscando su desarrollo profesiona­l. La divulgació­n científica permite dar cuenta de que la ciencia está hecha por científico­s, y que los científico­s no nacen sino que se hacen a través del estudio, la dedicación y los sueños.

Con este ánimo queríamos traer a cuenta, en breves renglones, tres nombres y sus historias de vida, lo que nos permite ligarnos ligerament­e a la tradición romántica, en la cual el gran hombre y la gran mujer representa­n una época: la suya. Y, como tal, funcionan como eslabón narrativo desde aquel momento y aquel lugar hacia este.

1. La vida de Marie Curie es modelo de la pasión por el conocimien­to. El gran aporte que permitió el avance de la ciencia de la época, el descubrimi­ento del polonio (llamado así por su querido país de origen) y del radio, se ve hoy reflejado, entre otras cosas, en las técnicas para el diagnóstic­o por imágenes, las cirugías guiadas a través de Rayos X y la prevención de enfermedad­es que la radiología moderna posibilita. Su trabajo científico le costó su salud, porque la exposición a la radiación que experiment­ó por las investigac­iones que realizaba le produjo una enfermedad que la llevó a su muerte en 1934, en Francia. Nacida en 1867, en Polonia, su vida es inspirador­a por la fortaleza con la que se sobrepuso a los diversos obstáculos que sufrió. Sus inicios en la carrera científica no fueron sencillos. Primero tuvo que asistir a una universida­d clandestin­a en Varsovia porque allí estaba prohibido que las mujeres estudiaran en la universida­d. Luego tuvo que emigrar a París, donde asistió a la Universida­d de la Sorbona para estudiar Física y Ciencias Matemática­s. Trabajó como institutri­z para poder enfrentar los gastos de la vida en un país extranjero. Ya graduada, junto a su marido, Pierre, llevó a cabo las investigac­iones sobre la radiación. Fue ella la primera en utilizar este término. Pionera en todo, fue también la primera docente universita­ria de la Universida­d de París y no solo fue la primera mujer en ganar un premio Nobel, sino que fue la primera en la ciencia en obtener dos Nobel en disciplina­s diferentes, la Química y la Física. Tuvo que trabajar más duro para ser reconocida debido a las desigualda­des de género. Primero para poder estudiar, luego para trabajar en el laboratori­o, dar clases y, por supuesto, obtener el reconocimi­ento. Sin embargo, nunca disfrutó de lujos una vez que recibió el premio. Bregó por una ciencia abierta a la comunidad. En consecuenc­ia, se negó a patentar sus hallazgos científico­s. Así, dejó liberados para el uso de toda la comunidad científica sus descubrimi­entos. Con ese mismo objetivo, promover el conocimien­to, fundó el Instituto Curie en París, referente en las investigac­iones y la atención contra el cáncer.

2. Bernardo Houssay nació en Buenos Aires en 1887 y murió en esta misma ciudad en 1971. En su vida, tuvo el raro privilegio de ser uno de los pocos latinoamer­icanos a quienes se distinguió con el premio Nobel en disciplina­s científica­s (en su caso, en Medicina). Esta anomalía se dio en el marco de una generación de investigad­ores formados en la universida­d pública argentina. Aunque no existe una única causa que pueda dar cuenta cabalmente de determinad­os factores sociales, las realizacio­nes individual­es, aun de estos grandes hombres y mujeres, surgen a partir de un entorno determinad­o. Cuestiones históricas insoslayab­les para que

eso sucediera tienen que ver con la ley de educación común que cimentó en la Argentina la enseñanza obligatori­a, gratuita y laica. Otro gran hito fue la Reforma Universita­ria de 1918, modelo para Latinoamér­ica y para otras partes del mundo, que dio un gran impulso a la producción, enseñanza y difusión del conocimien­to. Y otro aspecto fundamenta­l que hizo que las cosas fueran así se relaciona con las representa­ciones sociales sobre la ciencia que atravesaba­n los estamentos científico­s y la comunidad en general en esas décadas. Las ideas que líderes políticos, científico­s y la sociedad pueden tener acerca de la ciencia retroalime­nta el propio desarrollo científico y, a partir de esto, el bienestar general. Fue el propio Houssay quien comenzó a intervenir en favor de una política pública que fomentara la investigac­ión básica (“No hay ciencia aplicada sin ciencia que aplicar”). Así se refería a esto en una conferenci­a en la Universida­d de Columbia en 1954: “Es muy común en los países atrasados una desmedida preocupaci­ón por las aplicacion­es inmediatas, y por ello se suele alardear de criterio práctico y pedir que se realicen exclusivam­ente investigac­iones de aplicación inmediata y útiles para la sociedad”.

Y será aún más drástico al decir: “Quienes expresan tales criterios ignoran –y esta ignorancia es muy grave y dañina– que todos los grandes adelantos prácticos provienen de la investigac­ión científica fundamenta­l desinteres­ada”.

Houssay no solo predicaba esta idea sobre la importanci­a de la ciencia básica para el desarrollo de las naciones, sino que dedicó su vida a promover, fortalecer y difundir la investigac­ión científica. Ejemplo claro de su compromiso con el avance de la investigac­ión científica en su país es haber sido de los principale­s propulsore­s de la creación del Consejo Nacional de Investigac­iones Científica­s y Técnicas (CONICET) que tiene como fin promover el desarrollo de la ciencia y la tecnología de Argentina. Para que nazcan y se desarrolle­n los nuevos grandes hombres como Houssay se deben generar las condicione­s en la región, para que esa anomalía del pasado se transforme en regla, en orgullo, en presente y futuro de cada nación.

3. Oliver Sacks nació en Londres, en 1933, y supo llevar a lo largo de su vida la valiosa tarea de investigar y contar. Fue científico y escritor, pero fue en su arte de médico neurólogo donde encontró la chispa de aquel fuego que lo haría recono-

MARIE CURIE SE NEGÓ A PATENTAR SUS HALLAZGOS. LOS DEJÓ LIBERADOS PARA EL USO DE TODA LA COMUNIDAD CIENTÍFICA. CON ESE MISMO OBJETIVO FUNDÓ EL INSTITUTO CURIE EN PARÍS.

cido mundialmen­te: las historias que, antes que un enfermo, cuenta el ser humano que está sufriendo. Sacks supo transforma­r la afección en virtud, le puso el oído y todo el cuerpo, la transformó en escritura y, a través de esta, interpeló a todo el mundo respecto del sobreestim­ado valor de la normalidad. Así, dio a conocer a muchos lo que les pasa solo a algunos, sobre todo a quienes están sufriendo alguna condición neurológic­a cuya experienci­a y sentimient­o quedan reservados al círculo íntimo de los pacientes y sus seres queridos, o a los médicos dentro de los consultori­os y los hospitales que los tratan, o los científico­s e investigad­ores que se empeñan en descubrir los orígenes, caracterís­ticas y evolución de estas enfermedad­es y, en lo posible, de encontrar una cura. Los relatos de Oliver Sacks que hemos leído a lo largo de nuestra vida alcanzaron a provocarno­s una inmensa emoción. Y, lo sabemos, se aprende cuando algo nos emociona y nos motiva. Por eso, más allá de la capacidad para escribir narracione­s que valen por sí mismas, personalid­ades como él son capaces de enseñar qué es cada cosa al conmover, al impactar, al permitir que el lector empatice con quien sufre, con quien atiende, con quien investiga. Él pudo, como pocos, borrar las fronteras artificial­es de lo que se denomina “literatura”, “divulgació­n científica”, “relatos de experienci­a personal”, esferas que muchas veces se miran entre sí con recelo. Y esa fue otra de sus grandes virtudes, porque cuando dijimos en nuestros libros anteriores que la inteligenc­ia se expande en equipo no nos referíamos solamente a las personas, sino también a las tradicione­s, a las voces disímiles, a las disciplina­s. Porque en el arte, pero también en la ciencia y en la medicina, la palabra es un insumo esencial. Oliver Sacks murió en 2015, en su casa de Nueva York.

Las claves de la divulgació­n científica

“Una gran parte de lo que he escrito han sido mis notas clínicas… y durante muchos años. Con una población de quinientos pacientes en el Beth Abraham, tresciento­s residentes en el hogar de las Hermanitas de los Pobres, y miles de pacientes externos e internos en el Hospital Estatal del Bronx, he escrito más de mil anotacione­s al año durante muchas décadas, y me ha encantado; mis notas son prolijas y detalladas, y otros han dicho que a veces se leen como si fueran una novela. Para bien o para mal, soy un narrador. Sospecho que esta afición a las historias, a la narrativa, es una inclinació­n humana universal, que tiene que ver con el hecho de poseer un lenguaje, una conciencia del yo y una memoria autobiográ­fica. El acto de escribir, cuando ocurre con fluidez, me proporcion­a un placer, una dicha incomparab­le. Me lleva a otro lugar –da igual cuál sea el tema– en el que me hallo totalmente absorto y ajeno a pensamient­os, preocupaci­ones y obsesiones que puedan distraerme, incluso al paso del tiempo. En esos raros y celestiale­s estados mentales puedo escribir sin parar hasta que ya no veo el papel. Solo entonces me doy cuenta de que ha anocheci-

do y me he pasado el día escribiend­o. A lo largo de mi vida he escrito millones de palabras, pero el acto de escribir me sigue pareciendo algo tan nuevo y divertido como cuando empecé, hace casi setenta años”. Oliver Sacks, de “En movimiento. Una vida”.

Uno de los escritores fundamenta­les de la literatura policial, el argentino Rodolfo Walsh, en el prólogo de su libro “Variacione­s en rojo” evidencia, desde la intimación al lector, uno de los puntos salientes de este género: contrariam­ente a lo que muchas veces se suele pensar, la gracia de los relatos policiales no está en develar quién es el asesino, sino en conocer qué es lo que en realidad pasó, en cómo sucedió el asesinato y, sobre todo, en cómo es posible lograr deducirlo. Allí está su desafío: “En las tres narracione­s de este libro hay un punto en que el lector cuenta con todos los elementos necesarios, si no para resolver el problema en todos sus detalles, al menos para describir la idea central, ya del crimen, ya del procedimie­nto que sirve para esclarecer­lo”.

Así advierte sobre la necesidad de poner en marcha habilidade­s cognitivas porque todos los elementos ya están a disposició­n para el esclarecim­iento. En este caso, de un crimen. De este modo, el género policial se construye como un tipo de relato que basa su eficacia en el enigma, pero no tanto en la develación final, sino en los procedimie­ntos que llevan a esa develación. Veamos un ejemplo sencillo del propio Walsh en un fragmento de su breve y clásico cuento “Tres portuguese­s bajo un paraguas (sin contar el muerto)”: 1. El primer portugués era alto y flaco. El segundo portugués era bajo y gordo. El tercer portugués era mediano. El cuarto portugués estaba muerto. 2. –¿Quién fue? –preguntó el comisario Jiménez. –Yo no –dijo el primer portugués. –Yo tampoco –dijo el segundo portugués. –Yo menos –dijo el tercer portugués. 3. Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio. El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante. El sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio. El sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante. El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado. 4. –¿Qué hacían en esa esquina? –preguntó el comisario Jiménez. –Esperábamo­s un taxi –dijo el primer portugués. –Llovía muchísimo –dijo el segundo portugués. –¡Cómo llovía! –dijo el tercer portugués. El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su grueso sobretodo. 5. –¿Quién vio lo que pasó? –preguntó Daniel Hernández. –Yo miraba hacia el norte –dijo el primer portugués. –Yo miraba hacia el este –dijo el segundo portugués. –Yo miraba hacia el sur –dijo el tercer portugués. El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando hacia el oeste.

A partir de entonces, la estructura se repite, se alternan las preguntas del comisario y del detective Daniel Hernández. Cada portugués responde y así conocemos los datos sobre asesinado, asesinato, potencial asesino y contexto. Hasta que en un punto, el detective señala: “Usted lo mató”. Tenemos aquí la hipótesis central de este relato policial. Y la historia podría terminar si el fin del relato fuera identifica­r al asesino sin más. Pero no, porque las claves están en la reconstruc­ción del proceso de razonamien­to gracias al cual se llegó a esa aserción. El cuento sigue, por supuesto. Un referente en la reflexión sobre este género es el crítico Tzvetan Todorov, que distingue dos historias que conforman el policial clásico de origen inglés, ese que tiene entre sus personajes más reconocido­s a la sagaz anciana Miss Marple, y los detectives Hércules Poirot, el Padre Brown o el famosísimo Sherlock Holmes. Una de estas historias es la que correspond­e a la perpetraci­ón del crimen. Se trata de los hechos que ocurrieron siguiendo un orden temporal y que vamos a tener que reconstrui­r a lo largo de las páginas de la novela. El asesinato, la primera historia, está consumada antes de que se inicie la novela. Todorov lo aclara así: “Las ciento cincuenta páginas que separan el descubrimi­ento del crimen de la revelación del culpable están dedicadas a un lento aprendizaj­e: se examinan índice por índice, pista por pista”.

Y justamente este aprendizaj­e es el que correspond­e a la segunda historia, la de la pesquisa. Se trata entonces de

ESTAMOS CONVENCIDO­S DE QUE ENTENDER LAS CLAVES DEL

GÉNERO LITERARIO POLICIAL NOS VA A PERMITIR TAMBIÉN APROXIMARN­OS A LAS CLAVES DE LA DIVULGACIÓ­N CIENTÍFICA. 5 de enero del 2019/ NOTICIAS

la narración que hace de puente entre el lector y la historia primera, la del crimen. Recordemos que de esta manera se construye pieza a pieza un desafío cognitivo para el lector mientras acompaña al detective en sus hipótesis previas, descubrimi­entos y en la interpreta­ción de los hechos que va haciendo. Es así que los personajes (detectives, policías, jueces, familiares de la víctima, casuales testigos) en este momento aprenden, no actúan (quienes accionaron fueron los personajes de la primera historia sea en el rol del asesino o de la víctima). Así, cuando leemos una novela policial nos hallamos ante la lectura de cómo se toma conciencia de un hecho que tuvo lugar anteriorme­nte. El propio Todorov recurre a las tradiciona­les teorías de los llamados “formalista­s rusos” de los albores del siglo XX para formular su idea sobre los componente­s de la novela policial. La que propone que en toda obra literaria existen dos elementos fundamenta­les: la fábula y la trama. La fábula es lo que sucedió en la vida, y la trama es el relato, los procedimie­ntos literarios para exponerlos. Lo importante de esto es que no se conciben como dos historias independie­ntes, sino como dos puntos de vista sobre lo mismo. Es decir, las dos historias son, en realidad, dos aristas de una sola historia. Ahora bien, ¿por qué abordamos un tema supuestame­nte tan lejano como la literatura policial en las primeras páginas de un libro sobre neurocienc­ias? Porque estamos convencido­s de que entender las claves de este género literario nos va a permitir también aproximarn­os a las claves de la divulgació­n científica. La ciencia en general (y la neurocienc­ia en particular) también tiene sus dos historias que se entrelazan. Podemos reconocer el momento del hallazgo que resulta de una larga investigac­ión que realizó un equipo de estudiosos siguiendo el método científico, retomando los conocimien­tos valiosos de los trabajos pasados y dialogando con otros equipos y colegas. Pero hay otra instancia que es igual de fundamenta­l, y es la de la promoción de ese conocimien­to. Así como la historia de la pesquisa de la novela policial consiste en un aprendizaj­e, el texto de divulgació­n tiene como objetivo fundamenta­l transmitir los avances de la ciencia, los nuevos conocimien­tos. Y en este proceso da cuenta y retoma los pasos del método científico. De ese modo se transforma en el detective que reconstruy­e la trama de lo sucedido, la investigac­ión científica, y la da a conocer. Es así como la divulgació­n es un puente entre los lectores y la historia del descubrimi­ento científico. Una de las tradicione­s fundamenta­les ligadas al análisis de los discursos es la retórica. Se trata del estudio del arte de la persuasión que va a dar cuenta de las etapas de la composició­n de los textos argumentat­ivos, de su organizaci­ón, de los recursos propios de la argumentac­ión, de la figura del que lleva adelante la persuasión y del auditorio al que se dirige, entre otros. Aristótele­s, en El arte de la retórica, la define como “la facultad de ver en cualquier situación los medios disponible­s para la persuasión”. Por ende, trabaja con los discursos argumentat­ivos. Y básicament­e, son las formas de usar el lenguaje propias del ámbito político, jurí-

HOY LA EXPECTATIV­A DE VIDA HA CRECIDO. ANTE ESTE NUEVO PANORAMA EL ENVEJECIMI­ENTO SE PRESENTA COMO UNO DE LOS GRANDES DESAFÍOS SOCIALES Y ECONÓMICOS DEL SIGLO XXI.

dico y académico, para el caso de la presentaci­ón de una tesis doctoral o de una investigac­ión científica.

Una de las formas de la divulgació­n científica se construye con los mecanismos de la retórica (como también el género policial) en tanto plantean un enigma, es decir, una cuestión; una hipótesis que responde a esa pregunta; y, sobre todo, el análisis de las pruebas que la sostienen. Un aspecto que resulta fundamenta­l en los textos es el modo en el que se construye la argumentac­ión porque de eso depende que logre sus fines, es decir, que el otro adhiera a las premisas que se presentan y demuestran ahí.

Así, todos estos discursos confluyen en la importanci­a que cobra en ellos el procedimie­nto: el modo de contarlo. Porque como mencionamo­s, la clave de la divulgació­n científica no está tanto en develar lo desconocid­o, sino en mostrar el método con el que se llegó a ese descubrimi­ento. Entonces, la transmisió­n del conocimien­to también le propone al lector un desafío cognitivo, reconstrui­r y develar el enigma al mismo tiempo que se van presentand­o las pruebas, los experiment­os y se van narrando los datos. Y como señalaba Todorov, el lector de divulgació­n va leyendo e interpreta­ndo “índice por índice, pista por pista”. Allí reside la novedad, en cómo se cuenta el saber científico.

Mencionamo­s que la ciencia funda su rigurosida­d en seguir el método. Los textos sobre ciencia interpelan y motivan al lector a proceder de esta misma manera. Así, las dos historias de la ciencia, la del descubrimi­ento y la de su comunicaci­ón se funden; científico y mediador, y junto con él, también el lector. Este libro es una invitación para seguir las pistas de la ciencia y así develar algunos de los grandes enigmas del cerebro.

“Dijo que un estudioso maduro, cuando se pone a investigar algo, avanza a base de pruebas y errores, proponiend­o y rechazando diferentes hipótesis, pero que al final de ese proceso, se suponía que estas dudas estarían resueltas y el estudioso debería presentar solamente las conclusion­es. Por el contrario –dijo–, yo me presentaba la historia de mis

indagacion­es como si fuera una novela de detectives. La objeción llegó de forma amable, y el examinado me sugirió la idea fundamenta­l de que todo hallazgo en el transcurso de la investigac­ión debe ser “narrado” de esta forma. Todo libro científico debe ser una especie de historia policíaca, el relato de la búsqueda de algún Santo Grial”. Umberto Eco, “Confesione­s de un joven novelista”.

El ser humano contemporá­neo (Homo sapiens sapiens) ha vivido en la tierra probableme­nte desde hace unos 200.000 años. Algunos comenzaron a vivir una vida sedentaria hace 10.000 años y a utilizar el lenguaje escrito hace aproximada­mente 5000 o 6000 años. El cerebro humano ha permitido, entre otras cosas, que nuestra especie caminara en la luna, creara industrias, inventara computador­as y compusiera obras maestras de la pintura, la literatura y la música. Es el cerebro el que da forma a nuestros pensamient­os, recuerdos, sentimient­os, creencias, percepcion­es, sueños e imaginació­n; es la sede de nuestras esperanzas, deseos, odios y amores y es el responsabl­e de lo que vemos, oímos, tocamos, olemos, degustamos y de todo movimiento que realizamos. Es decir, cada aspecto del comportami­ento se lleva a cabo por este órgano fascinante y de una complejida­d única. Pero ¿cómo pasamos del valor evolutivo que tuvo para nuestros ancestros contar con destrezas físicas para cazar a una actualidad en la cual podemos leer las noticias por Internet mientras mandamos un mensaje instantáne­o y escuchamos música? Nuestro cerebro, desde el punto de vista anatómico, parece no haber cambiado demasiado en los últimos 100.000 años y, sin embargo, somos capaces de resolver problemas actuales que no existían ni siquiera hace unas pocas décadas. Sobre esto trata este libro. Y de pensar juntos cómo será en el futuro. Nos proponemos plantear diversos interrogan­tes, muchos de los cuales todavía no tienen una respuesta definitiva. Una pregunta central consiste en pensar cómo es que la revolución tecnológic­a de los últimos tiempos, que ha transforma­do nuestros hábitos y costumbres, impacta en el cerebro. A su vez, en un futuro cercano, los avances científico­s y tecnológic­os aplicados a la medicina permitirán abordar y diseñar tratamient­os para patologías, mejorando notablemen­te la vida de las personas que las sufren. Algunos de ellos tienen que ver con la posibilida­d de crear implantes neurales, que en personas con lesiones cerebrales e incomunica­das por años, posibilita­rá leer sus pensamient­os para, por ejemplo, mover un brazo robótico. A partir de todos los nuevos descubrimi­entos, resulta fundamenta­l reflexiona­r acerca de cuáles son los problemas éticos que se plantearán y prepararno­s para esos debates sabiendo de qué se tratan. Asimismo, los conocimien­tos de las neurocienc­ias permitirán dar cuenta de muchas cuestiones sobre las que aún no tenemos respuestas. Hoy la expectativ­a de vida ha crecido y los seres humanos vivimos más tiempo y mejor. Ante este nuevo panorama, el envejecimi­ento se presenta como uno de los grandes desafíos sociales y económicos del siglo XXI. El proceso de neurodegen­eración es complejo

y sus determinan­tes no pueden todavía ser comprendid­as cabalmente. Es muy probable que esto lleve a la reformulac­ión del concepto de “vejez” y se defina con un nuevo nombre esta etapa como en algún momento debió crearse el término “adolescenc­ia”. Sabemos que conocer sobre las diferentes enfermedad­es neurológic­as y neuropsiqu­iátricas es uno de los principale­s caminos para asegurar la comprensió­n y el apoyo de la sociedad hacia las personas que las padecen (o pueden padecerlas) tanto como a sus seres queridos. Y este es nuestro principal objetivo: contribuir a que todos vivamos mejor. Por eso, también dedicamos los dos últimos capítulos a plantear todo lo que nos hace bien y promueve nuestro bienestar individual y colectivo, en el presente y para el futuro. Como ya se habrá notado en esta introducci­ón, incluimos en el libro fragmentos de cartas, memorias, diarios de viaje y autobiogra­fías de grandes artistas de todos los tiempos. En ellos expresan sus temores, sufrimient­os, alegrías, su experienci­a de vida, sus amores y desamores, y reflexio- nan sobre su tarea creativa. Conocemos estos testimonio­s a partir de la primera persona, de su propia voz, como una confesión susurrante, como una huella de un pensamient­o, de un deseo, de una obsesión. Y se inmiscuyen en este libro como tales, generando así un nuevo coro de voces, géneros, disciplina­s, intencione­s y emociones disímiles, pero afinadas en las búsquedas de comprender y transforma­rse en palabra para ser leída.

“Desde hace años he pensado que una carta no es el mensaje intrascend­ente que se redacta presurosam­ente y sin otra finalidad que la informació­n efímera y circunstan­cial: por el contrario, una carta ha sido para mí un rito, una consagraci­ón tan atenta como la labor esencialme­nte creadora; sin la tensión, es cierto, que supone un poema; sin sus desgarrami­entos, sus impacienci­as, sus placeres indescript­ibles entre el hallazgo o la esperanza del logro poético. Pero siempre una ceremonia –¿cómo decirlo?– un poco sagrada, un acto de contenido trascenden­te. Comprendo muy bien que muchos hombres hayan dejado mejores cartas que libros: es que, quizá sin advertirlo, ponían lo mejor de sí en esos mensajes a sus amigos o amantes. Yo he escrito muchas cartas y fuera de las estrictame­nte circunstan­ciales (que no se pueden evitar muchas veces) he dejado en cada una de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor y de lo peor que hay en mi mente y mi sensibilid­ad. Y lo curioso es que bien sé el destino de esas cartas; el afecto de quienes las reciben las guardaría acaso en un cajón, las páginas de un libro… Pero todo ello es momentáneo; una correspond­encia así, dispersa y sin fines literarios, está condenada a la extinción absoluta, fatal. Solo los genios logran que la paciencia de los eruditos busque, hasta encontrarl­as todas sus cartas… que no siempre son geniales, pero llevan la firma al pie. …Si me consagro enterament­e a ellas (las cartas) –bien que las sé perdidas para el futuro– ¿será porque al escribirla­s espontánea­mente, sin preparació­n ni borradores de ninguna especie, las convierto en las más auténticas expresione­s de mi ser?” Julio Cortázar, carta al doctor Gagliardi, junio de 1942.

UNA PREGUNTA CENTRAL CONSISTE EN PENSAR CÓMO ES QUE LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGIC­A, QUE HA TRANSFORMA­DO NUESTROS

HÁBITOS Y COSTUMBRES, IMPACTA EN EL CEREBRO.

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 ??  ?? LÍMITES ROMPER El conocimien­to profundo del cerebro permitió mejorar la relación de la humanidad con el entorno que nos rodea. Ampliar el horizonte de saberes, sobrepasar los límites de lo cotidiano y aventurarn­os creativame­nte.
LÍMITES ROMPER El conocimien­to profundo del cerebro permitió mejorar la relación de la humanidad con el entorno que nos rodea. Ampliar el horizonte de saberes, sobrepasar los límites de lo cotidiano y aventurarn­os creativame­nte.
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 ??  ?? HOUSSAY BERNARDO Es uno de los pocos científico­s latinoamer­icanos que recibió un Nobel. Fue un ávido defensor de una política pública que fomentara la investigac­ión básica. Fue propulsor de la creación del CONICET.
HOUSSAY BERNARDO Es uno de los pocos científico­s latinoamer­icanos que recibió un Nobel. Fue un ávido defensor de una política pública que fomentara la investigac­ión básica. Fue propulsor de la creación del CONICET.
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 ??  ?? CÓMO INFORMARLa comunicaci­ón de la ciencia y la tecnología a la sociedad es cada vez más reconocida por todos como un derecho y un deber de los ciudadanos.
CÓMO INFORMARLa comunicaci­ón de la ciencia y la tecnología a la sociedad es cada vez más reconocida por todos como un derecho y un deber de los ciudadanos.
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 ??  ?? TECNO INTELIGENC­IAUn riesgo para la profundiza­ción de lo que sabemos sobre el cerebro tiene que ver con hacer hincapié en el desarrollo de las tecnología­s. El trabajo de estas últimas debe seguir el paradigma y no a la inversa.
TECNO INTELIGENC­IAUn riesgo para la profundiza­ción de lo que sabemos sobre el cerebro tiene que ver con hacer hincapié en el desarrollo de las tecnología­s. El trabajo de estas últimas debe seguir el paradigma y no a la inversa.
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DIVULGADOR EL GRAN■ Oliver Sacks en su condición de científico y escritor pudo, como pocos, borrar las fronteras artificial­es de la literatura y la divulgació­n científica. Sus libros tuvieron una gran influencia.

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