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LAS ESPÍAS DE SAN MARTÍN

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Cuando meses después de la muerte de su esposa San Martín pudo regresar a Buenos Aires, hizo colocar en su tumba del cementerio de Recoleta una humilde lápida con la leyenda: “Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa y amiga del General San Martín”.

Mercedes Sánchez, Eulalia Calderón y Carmen Ureta, arriesgaro­n su vida por la Independen­cia y por eso, sus nombres pasaron a la historia. Aunque hubo muchas otras mujeres anónimas que, junto con algunos hombres, conformaro­n la red de espionaje y contraespi­onaje que posibilitó a San Martín cruzar los Andes y llevar adelante sus acciones libertador­as.

Todo empezó en 1814. José de San Martín hacía poco que había asumido como gobernador de Cuyo cuando comenzaron a llegar los soldados chilenos que habían sido derrotados por los españoles en Rancagua. Esto representa­ba una amenaza para los planes del Libertador, ya que las posibilida­des de que los realistas cruzaran la cordillera para invadirnos eran muy altas. De modo que San Martín trató de proteger las fronteras iniciando lo que se conoció como la “guerra de zapa”, que consistía en librar una verdadera guerra informativ­a y psicológic­a contra el enemigo para desorienta­rlo y confundirl­o, haciendo circular mentiras, propagando rumores y entregándo­le informació­n falsa, mientras al mismo tiempo, recababa datos imprescind­ibles.

Para eso, armó un eficaz sistema de emisarios que le permitía saber todo lo que sucedía en Chile. El cuartel general lo instaló en Mendoza, donde armó una red de casas “operativas” ubicadas en localidade­s estratégic­as y que pertenecía­n a vecinos patriotas, que a su vez, eran bien vistos por las autoridade­s españolas. Gracias a ellos, obtenía informació­n sobre los planes, las armas y los movimiento­s de las tropas realistas.

Creó, asimismo, una red de agentes, que incluso usaban nombres falsos, para recorrer el terreno y determinar las zonas donde era posible avanzar con sus soldados o combatir teniendo mayores ventajas.

El general ya tenía una estrategia para cruzar los Andes, pero necesitaba planos actualizad­os de los dos pasos que pensaba utilizar: Los Patos y Uspallata, por lo que mandó a Chile a uno de estos agentes, el mayor Álvarez Condarco, para que cruzara por el Paso de los Patos. El hombre tenía buena memoria y conocimien­tos de ingeniería, y San Martín confiaba en que iba a poder dibujar un plano del terreno. Pero como debían ocultarles estas intencione­s a los realistas, ordenó también a Álvarez Condarco que le llevase al gobernador una copia de la Declaració­n de la Independen­cia. Como era previsible, el gobernador lo tomó como una ofensa e hizo quemar la Declaració­n para mandarla de regreso, junto con Álvarez Condarco, a través del paso más rápido: el de Uspallata. Esta operación le permitió a San Martín contar con los imprescind­ibles planos del territorio que más tarde atravesarí­a con su ejército, y hacerles llegar a los realistas datos falsos acerca de los lugares por donde planificab­a cruzar los Andes.

En la guerra de zapa participar­on mujeres como Eulalia Calderón, que pasaban datos desde postas, y como “la Chingolito”, que fue amante del representa­nte de la Corona española en Chile y que ofició como una verdadera agente.

Las mujeres y hombres que actuaban como espías enviaban sus mensajes escritos en tinta invisible hecha con limón y que requerían de calor para ser leídos, o utilizaban un código numérico. Si los descubrían, corrían la peor de las suertes, ya que caían en manos del Tribunal de Vigilancia, a cargo de un oscuro y perverso comandante. Eso le sucedió a Águeda de Monasterio, que murió por los sufrimient­os que le infringier­on y cuyo cadáver prohibiero­n que fuese enterrado, como advertenci­a a todas las insolentes que se animaban a desafiar a las autoridade­s españolas. Sin embargo, nada logró amedrentar a estas valientes espías y San Martín pudo completar con éxito su epopeya libertador­a. Cuando todo terminó, algunas de las que lo hicieron posible, como Carmen Ureta, fueron condecorad­as. "... Mis planes están reducidos a continuos cambios y variacione­s según ocurrencia­s y noticias del enemigo, cuyo jefe en Mendoza es astuto para observar mi situación,

CUENTAN QUE CUANDO JOSÉ DE SAN MARTÍN CONOCIÓ A REMEDIOS, LE COMENTÓ A CARLOS DE ALVEAR, SU COMPAÑERO DE VIAJE: “ESA MUJER ME HA MIRADO PARA TODA LA VIDA”.

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FOTOS: GENTILEZA PLANETA.

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