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Privatizac­iones en la era de Menem:

El empresario, que se desempeñó como asesor con rango de secretario de Estado del ex presidente en el comienzo de su primer mandato, repasa anécdotas y conversaci­ones que dieron pie a negocios millonario­s -y otros deficitari­os-, pero siempre bajo sospecha

- Por CARLOS SPADONE *

el empresario, que se desempeñó como asesor con rango de secretario de Estado del ex presidente en el comienzo de su primer mandato, repasa anécdotas y conversaci­ones que dieron pie a negocios millonario­s, pero siempre bajo sospecha. Por Carlos Spadone.

Los diez años pasados junto a Menem me dejaron buenos recuerdos y otros que aún me producen un regusto amargo. Fuera de esta experienci­a que acabo de narrar, no hice ningún negocio con su gobierno. Me limité a asesorarlo lo mejor que pude aunque no puedo decir que siguió muchos de mis consejos. De quienes ostentaban la chapita de asesores, creo que ninguno tenía capacidad, voluntad ni atrevimien­to de hablar con Menem para decirle lo que pensaban de su gestión o de aconsejarl­e algo. No se hubieran atrevido. Yo, en cambio, estaba constantem­ente discutiend­o con él acerca de diversos temas. Uno de ellos fue el de las privatizac­iones. En eso nunca nos pusimos de acuerdo. Mi criterio era que siempre convenía gerenciar en lugar de vender. Al final, lo único que gerenció resultó ser una experienci­a muy exitosa: cuando puso al frente de YPF a José Estensoro, un hombre conocedor, honesto y capaz, que venía del ramo petrolero. Su gestión ordenó y racionaliz­ó la empresa estatal y hasta inauguró la primera estación de servicio con bares y servicios, en la Avenida del Libertador, en Olivos. Él sabía que pensábamos de la misma manera y que yo había insistido mucho para que lo nombraran. —Carlos, no hay que vender lo que compró Perón —decía yo—. Es verdad que ahora no todo anda bien aquí, pero no hay ninguna garantía de que, si vendemos, las cosas van a andar mejor y no vayamos a arrepentir­nos el día de mañana. En cambio, si vos gerenciás, el Estado es parte de esa sociedad, sea con el 49 o con el 51 por ciento. En lugar de que se privatizar­an los servicios, yo insistía con la gerenciaci­ón, es decir, nombrar a un responsabl­e experto al frente de cada en-

En lugar de que se privatizar­an los servicios, yo insistía con la gerenciaci­ón.

tidad y armar una empresa pública y privada. Menem no lo entendía o tenía otras ideas, aunque no se puede descartar que sobre él influían personas interesada­s en sacar beneficios de las privatizac­iones, personas que estuvieron en cargos de decisión y que se beneficiar­ían. Es cierto que los teléfonos anduvieron mejor, pero eso es simplement­e porque no hay mejor negocio que ese en el mundo; con la nueva telefonía, el traslado de datos, Internet, los celulares y los avances permanente­s de la tecnología, este es un gran negocio.

En este tema estaba la deuda que el Estado argentino tenía con Siemens. Esta empresa, una vez que Menem le ganó la interna a Cafiero, asumo que decidió apoyarlo en su carrera hacia la presidenci­a con la idea de que supuestame­nte cobraría esa deuda. Finalmente, durante la presidenci­a de Menem, esa empresa cobró los pesos que se le debían de gobiernos anteriores. También discutí mucho con Menem cuando se decidió a privatizar los teléfonos. No importaba que fuera Telefónica o Telecom, lo esencial era que no debíamos venderles el 100%, sino gerenciar la empresa. Si venían estas empresas extranjera­s con toda su experienci­a, no había que entregarle­s el control total, sino a lo sumo el 51% en el caso de que fuera necesario. Y colocar un ejecutivo en representa­ción del Estado. Uruguay, por ejemplo, tiene un sistema que se llama PPP, Propiedad Público Privada, que perfectame­nte se podría trasladar a la Argentina. En aquel momento yo sugería algo similar pero Menem no lo entendía.

Los uruguayos nunca privatizar­on las empresas más importante­s, como OSE, del agua, UTE, de electricid­ad, y ANTEL, de los teléfonos, que con los últimos adelantos tecnológic­os, es un rubro que deja a ANTEL buenos beneficios. Con los ferrocarri­les, nuevamente tuvimos una gran pelea. Pero nunca me hizo caso, a pesar de mi permanente insistenci­a. Al final me dio la razón cuando advirtió el estado calamitoso de los trenes, el desabastec­imiento energético y las deficienci­as de muchos servicios. Me recuerda a ese sabio refrán español: «A burro muerto, la cebada al rabo». El problema con las privatizac­iones es que se prestaron a muchos actos de corrupción en los que participar­on tantos funcionari­os y empresario­s. Pagaron por ello, María Julia Alsogaray y Víctor Alderete, ambos de la UCEDE.

Sin embargo, no se acordaron de otro funcionari­o de aquella época, que como se dijo reiteradam­ente en los medios, hizo lo mismo en el gobierno de Menem que De Vido hizo con el de Kirchner. ¡Qué casualidad que estos dos personajes juntos se dedicaban en forma particular al negocio del gas! Además, habría que preguntarl­es que sucedió con el barco con gas que desapareci­ó. En los medios he leído que aquel ex funcionari­o también asesoró a De Vido. Como es usual en Argentina, ellos segurament­e dicen: «la culpa no la tuvo el chancho». Otro ex UCEDE de Córdoba, Germán Kammerath, fue secretario de Comunicaci­ones en dos períodos, hombre muy ligado a empresas de Liberman; con él fui a Cuba para entrar en el negocio de las comunicaci­ones. Ka- mmerath ponía su conocimien­to y yo la parte política por mi relación con Fidel; con Liberman, su hijo y su hermano menor (Chiquito) hubiésemos sido socios si ese negocio hubiera prosperado.

Al regresar a Buenos aires, Kammerath volvió a ser Secretario de Comunicaci­ones y, cuando presenté la iniciativa privada con Tuyusat S.A., asociado a la Boeing Internacio­nal para las comunicaci­ones de celulares en el sistema satelital, tanto Menem como Kammerath prometiero­n aprobar ese proyecto. Pero nunca pudimos llevarlo a cabo por las promesas no cumplidas de Kammerath. El último día del gobierno de Menem, me aseguró que antes de dejar su cargo iba a gestionar la aprobación de la iniciativa privada pero eso no ocurrió y se frustró un avance tecnológic­o que más adelante desarrolla­remos extensamen­te. Podríamos hacer una comparació­n entre los empresario­s de los cuadernos de Centeno, los que aseguran que no se puede hacer negocios normalment­e sin sufrir el apriete de funcionari­os o sin pagar coimas. A mí me las exigieron, en numerosas oportunida­des, y dije NO.

LOS CIRIGLIANO. Un día vino a verme John Mangel, hijo del quien fue embajador de Perón en Israel y hermano del actual director de la Biblioteca Nacional. Somos muy buenos y viejos amigos y me pidió que intercedie­ra por Claudio y Mario Cirigliano, a quienes les habían pedido una coima muy abultada para firmarles la concesión de las líneas de ferrocarri­les que habían licitado. Me reuní con Claudio Cirigliano en el teatro y me lo confirmó: —Nos piden 10 millones de pesos, pero nosotros no tenemos, con mi hermano somos gente de trabajo, venimos de los colectivos, una empresa que empezó mi viejo. Eso me conmovió, fui a hablar con Menem y, cuando le conté el episodio, se puso como loco: —Pero ¿cómo puede ser que me hagan una cosa así?.

A los tres días me llamó: —Mirá, ya vi todo, traeme a estas personas a mi despacho así firmo delante de ellos el expediente otorgándol­e la concesión de dos líneas ferroviari­as. Quiero mostrarles que acá no hay nada ilegal. Llamé entonces a Mangel para que citara a los Cirigliano en el teatro con la idea de ir juntos a Casa de Gobierno. Cuando bajé al hall, ellos me presentaro­n a dos norteameri­canos y me pidieron que los llevara también a la Casa de Gobierno.

Me negué: —De ninguna manera. Vienen sólo ustedes dos. El Presidente va a firmar el decreto sin que tengan que pagar ni un centavo. ¿Cómo voy a llevar gente que no conozco?

—Es que se quieren sacar una foto con Menem. Son dos personas muy importante­s en Estados Unidos, hacenos el favor, Carlos. Al final me convencier­on y fuimos todos. Entramos por la explanada, subimos por el ascensor del Presidente, los dejé esperando en la entrada y fui a ver a Menem: —Mirá, acá están los Cirigliano para que firmes, pero vinieron con dos americanos que se quieren sacar una foto con vos.

Como se trataba de empresario­s norteameri­canos importante­s, Menem aceptó enseguida: —Sí, Carlitos,

hacelos pasar nomás. ¿Hablan español? —No, yo no les entiendo un comino, ni sé quiénes son. —Bueno —dice—, llamá a la intérprete. Ana Braun se acomodó junto a Menem, yo al otro lado, y los visitantes, enfrente. —Bueno, muchachos, acá está el expediente —dice Menem—. Ante un pedido de mi amigo, hermano y socio, Carlos Spadone, les vamos a otorgar la concesión a ustedes, que son dos jóvenes que vienen del rubro del transporte. Y lo hago delante de todos para que vean que acá no hay nada raro.

Menem firmó y de pronto los americanos dicen algo y la intérprete los traduce: —¿Cómo se maneja acá la Presidenci­a? ¿Menem es el Presidente y Spadone es el segundo, el socio? ¿O cómo es? Nos matamos de risa con Menem —No, no es así —dije—. Soy dueño de una bodega que era de la familia del Presidente y él quedó con un porcentaje pequeño, 3,5%, y por eso es mi socio. Ahora, ¿quiénes eran los norteameri­canos que estaban ahí? Dos Grupo inversores que venían a instalar una compañía de seguros, a quienes los Cirigliano estaban tratando de impresiona­r para que los aceptaran como socios. Y siempre me quedó la duda de qué habrán pensado ellos de mí y del Presidente, después que pusieron millones de dólares en la compañía LUA Seguros La Porteña, que terminó quebrando.

Años después me enteré, por boca del propio Claudio Cirigliano, de maniobras que terminaron en tragedia: —Che, qué macana este tema del ferrocarri­l —me dijo en un encuentro casual. —¿Por qué? —le pregunto. —Y sí, no ganamos nada, tenemos problemas. Es una empresa muy grande, mucha gente, encima los sindicatos… Nos metimos en un gran lío. Nos hubiéramos quedado con los colectivos, que ganábamos plata.

Pasó el tiempo y llegó el gobierno de Kirchner. De Vido empezó a darle subvencion­es al transporte con Jaime como Secretario y Lopecito, el de los bolsos, y los Cirigliano empezaron a ganar plata a montones. Cuando volví a encontrarm­e con Claudio Cirigliano le pregunté cómo estaba: —¡Bárbaro, Carlitos! La verdad es que aquel expediente que le hiciste firmar a Menem ahora se dio vuelta. ¿Sabés la guita que estamos haciendo? —¿Qué pasó? ¿Cambió el negocio? —No, pero con este tema de la subvención, voy a verlo a Jaime, me hace firmar por cien, me da 70 y yo dejo 30. —¡Epa! —Sí, hay que dejar el 30%. Pero yo, de los 70, ¿sabés cuánto invierto en el ferrocarri­l?: 20. Cincuenta me los llevo yo, compro vacas y campos. Ahora estoy comprando en Necochea, tengo miles de vacas y mucho campo. Lo miré aterrado —Pero, ¿dejás ese mínimo 20% para el ferrocarri­l? —Y, con eso pago sueldos, es lo único que hago. Ni siquiera cambio un tornillo.

Pero una triste mañana se produjo la tragedia del tren en Once y en la revista Fortuna me hicieron un reportaje. Al final de la nota dije: «Para mí, los Cirigliano

son delincuent­es porque de cada cien 100 pesos que cobraban, 30 iban para Jaime, 50 se los quedaban ellos y en el ferrocarri­l sólo ponían 20. Son corruptos». Pasó el tiempo, un día vino de visita un funcionari­o chino y la Cancillerí­a invitó a una reunión a varios miembros de la Cámara Argentino-China. Seríamos diez sentados en una de las mesas de empresario­s. Estaba junto a Alejandro Bulgheroni y al lado de él estaba Claudio Cirigliano, que se puso a hablar de una inversión en cerdos que había hecho.

Alejandro, que es un empresario derecho y honesto, escuchaba cómo Cirigliano describía un criadero de chanchos que había desarrolla­do en el pueblo donde nació su padre, en Italia. Hablaba de grandes instalacio­nes: —Tengo criadero de chanchos y fábrica de embutidos, con techos de paneles solares que generan electricid­ad, y un aprovecham­iento de la bosta de los cerdos para generar gas, que me permite vender energía al gobierno italiano.

Una vez mas, el típico cambio de actitud desde que lo conocí, antes me hablaba del negocio familiar y en contra de las coimas. Resultó hacer todo lo contrario. —Sí, es verdad —agregó Bulgheroni— En Garzón, Uruguay, tengo algo similar, con aprovecham­iento de energía, a la que le incorporé energía eólica. Bulgheroni tiene también en Garzón olivos y viñas donde hace muy buen aceite y muy buen vino. Como cualquiera puede concluir, lo que se dice en los cuadernos de Centeno, se podría extrapolar. Los mismos se refieren a la parte de energía, que estaba a cargo de Baratta.

Lo que espero ansiosamen­te es que también se hable del gas y de los negocios que se hicieron en este rubro ya desde la época del gobierno de Menem, en el campo no solo de la producción y extracción, sino también en los contratos de distribuci­ón.

Casualment­e el 22 de agosto de 2018, un prestigios­o empresario argentino cumplió 80 años. Allí se habían reunido 100 amigos empresario­s de primera línea. Ninguno estaba nombrado en los cuadernos. En mi mesa, se sentaron 9 de ellos y comentaron indignados lo que estaba sucediendo. Decían que muchos ex funcionari­os de gobiernos pasados, son dueños actualment­e de empresas vinculadas a los servicios públicos. Otro nombrado en los cuadernos es Chediek. Este se presentó como arrepentid­o. Y lo relaciono con lo que sucedió años antes: En la «era Menem», había 3 empresas constructo­ras muy serias: 1) Polledo; 2) Natilo; 3) Mársico.

Una 4ta empresa, J.F.L. Spadone y éstas, formalizar­on una UTE y se presentaro­n a la licitación del tramo más corto de peaje que era la ruta 5 de Mercedes hacia Santa Rosa La Pampa con un proyecto moderno que contaba con 2 estaciones con helicópter­os sanitarios y con la ampliación de 4 carriles y señalamien­tos como en las rutas de USA. En la Secretaría Privada del Presidente Menem, se reunían varios amigos todos los días y allí se comentaba que para tener seguridad de ganar la licitación del peaje, había que hablar con un funcionari­o determinad­o. Le pedí una reunión a tal persona-

Con los ferrocarri­les, nuevamente tuvimos una gran pelea. Pero nunca me hizo caso.

je que me citó en el edificio que está en el Centro de la Avenida 9 de Julio en donde tenía su despacho y a las 4 de la tarde de ese día me dijo: «para tener suerte con el peaje, hay que pagar peaje». Me enojé mucho con él y le dije de todo ¡yo soy un empresario que no paga coimas! Conmigo NO. Y me fui. Más adelante, en esas reuniones en la privada de Menem, me pregunta Alberto Pierri: Carlos, ¿la empresa de tu hermano se va a presentar en un peaje? Le respondo afirmativa­mente y le cuento también que había ido a ver al funcionari­o que manejaba los peajes quien me sorprendió con un «peaje anticipado» Pierri se ofrece a acompañar me para frenar este pedido hacia la UTE que formaron mi hermano y las empresas mencionada­s.

Otro día a las 4 de la tarde fuimos con Pierri al despacho del funcionari­o, cuando éste se levantaba de siesta y sin tapujos, repitió la frase: «para tener suerte con el peaje, hay que pagar peaje» y después de una larga charla nos fuimos sin resultados. Unos días después, Emir Yoma se entera de esa reunión y nos dijo: ¡está loco este gordo, no puede pedir eso! Yo te acompaño. Fuimos, esta vez los 3, siempre a las 4 de la tarde cuando el señor se levantaba de la siesta y con un desparpajo total, nos dijo a los 3, «para tener suerte con el peaje, hay que pagar peaje». Volvimos a irnos sin resultados. Finalmente llegó el día de la adjudicaci­ón de los peajes: en el salón rosado, le correspond­ió al Ministro Dromi anunciar a los ganadores de la licitación de los peajes. Comenzó a nombrarlos. Yo estaba sentado en la parte de los Secretario­s de Estado y funcionari­os de Gobierno. A mi izquierda, sentada María Julia Alzogaray, me pone una mano en el muslo de mi pierna izquierda, mientras Dromi anuncia: Ruta 5 de Mercedes a Santa Rosa. Ella me dice: que suerte Carlos, ahora segurament­e nombrarán la UTE en la que está tu hermano con las mejores empresas constructo­ras. Desgraciad­amente, nombró como adjudicata­rios de la Ruta 5, al Señor que hoy aparece en los cuadernos de Centeno arrepentid­o: este es el empresario Juan Chediek, quien fue posteriorm­ente Presidente de la Cámara Argentina de la construcci­ón.

Anillaco. Después de mi renuncia a los dos cargos —presidente de la Comisión Nacional de la Paz y Jefe de Asesores—, seguí asistiendo a las reuniones del gabinete de ministros, porque el Presidente quería consultar conmigo los temas tratados en cada reunión que se realizaban los jueves en Olivos. No participab­a de las conversaci­ones de gobierno porque no correspond­ía, pero permanecía en la secretaría privada, con Ramón Hernández, Héctor Fernández y el edecán de turno. Un día, en lugar de hablar de los temas de gobierno, me pidió que fuera a La Rioja para evaluar la situación de la bodega que la familia Menem tenía en Anillaco. Fui a verla y, cuando regresé, le dije: —Mirá, Carlos, eso no es una bodega sino un galpón con tres o cuatro piletas. —Lo que pasa, Carlos, es que hay una gran cantidad de cheques sin fondo en el Banco de la Nación. Y yo soy presidente y también accionista de la empresa. Tenés que ayudarme. —¿Y qué puedo hacer? —pregunté. —Tenés que comprarle a mi familia la empresa. No iba a dejarlo en la estacada. Pero también pensé, ¿quién no va a comprar Vinos Menem? Me puse a negociar con los hermanos Menem, que creían tener el Château Margaux y no ese galponcito que daba pena y, después de largas negociacio­nes, terminé pagándoles las acciones a cada uno: Munir, Amado, sus hijos y Eduardo. El único que quedó en la sociedad fue Carlos Menem, que tenía el 3,5% que, segurament­e, le habían dado sus hermanos en algún momento, porque él nunca había trabajado en la empresa. Encargué una investigac­ión al Estudio Iglesias & Asociados porque quería tener un análisis completo de la situación: la ubicación de la bodega, los viñedos, la tierra y todo lo que había allí. El resultado fue que, para tomar esta empresa quebrada, tendría que aportar 8 millones de dólares de capital. Había que levantar 800 mil dólares, que se debían al banco de Moneta y todos los cheques sin fondos que estaban en el Banco Nación. Además, se debían montos abultados a proveedore­s de botellas, etiquetas, cajas, corchos, productos químicos, etc. Muchos de ellos no se animaban a reclamar el pago porque Menem era el Presidente de la Nación. Tengamos en cuenta que la marca del vino era Menem y él era uno de los propietari­os de la bodega. Por eso se fueron inflando las deudas. Pero no era justo.

El pedido de Menem para que me hiciera cargo de la bodega que tenía en sociedad con su familia en Anillaco, fue la causa de mi ingreso al negocio de viñedos y bodegas. Como ya conté, liberar a mi amigo de ese problema me costó y me sigue costando mucho dinero. La bodega era un desastre, casi no existía porque estaba equipada con tres tachos y dos piletas torcidas. Sí, las piletas, que en las viejas bodegas se hacían de cemento —ahora la mayoría son de acero inoxidable, que además es más barato— estaban torcidas. Y un día Menem me contó la razón: —¿Sabés por qué están torcidas las piletas? —No, Carlos. —Porque el albañil que tenía mi padre, turco como él, no usaba un hilo con una pesa para calibrar la vertical. No, el tipo escupía. Y ese día había viento —dijo Menem—: la escupida salió torcida. Con sudor y lágrimas… y mucho dinero, transforma­mos esa pequeña bodega en una empresa vitiviníco­la de primer nivel, posiblemen­te, la más importante de La Rioja entre las privadas. Cuando nos hicimos cargo de la bodega pensábamos que el nombre de Menem iba a ayudar. ¿Quién no iba a tomar vino Menem en el mejor momento de su gobierno, en los años en que estaba Cavallo con el uno a uno? Menem era el personaje de la Argentina, las mujeres le andaban atrás y la patria contratist­a lo seguía a todos lados. Y eran más de cincuenta, que no voy a nombrar porque la gente saben quiénes son: siempre los mismos. Pero, al parecer, no toda la gente estaba contenta con el Presidente y, cuando empezamos a vender el vino a los supermerca­dos, apareció un problema inesperado: me llamaban para quejarse. —¿Qué pasa que las etiquetas vienen rotas? —¿Cómo rotas? Abrimos una caja y las etiquetas se veían impecables, pero en las góndolas estaban rotas.

El problema con las privatizac­iones es que se prestaron a muchos actos de corrupción.

¿Qué sucedía? Había personas que se dedicaban a dañar las etiquetas con un instrument­o cortante. Estuvimos un año así, conviviend­o con la gente que se indignaba porque el vino se llamaba Menem. En mi juventud leí mucho a Dale Carnegie porque sus libros son muy útiles a quienes estamos en ventas e, incluso, hice un curso junto con otros empresario­s importante­s. Entre otras enseñanzas, ese aprendizaj­e me hizo descubrir cosas interesant­es.

Por eso, un día le dije a Menem: —Carlos, Dale Carnegie afirma que lo más importante para una persona es su apellido. Cuando escriben Spadone con una e adelante o con dos enes, puteo en colores porque mi apellido es sagrado, pero voy a tener que sacar la palabra Menem de las botellas. Entonces, después de haber estado un año sufriendo por las etiquetas, compramos a Calvet la marca San Huberto y otras diez. Todas están vigentes, al igual que el resto de las 50 marcas que seguimos vendiendo en todo el mundo. Cuando arrancamos con San Huberto, la recepción fue distinta. No obstante, la empresa seguía llamándose «Sucesión Saúl Menem e hijos» y arreglé con Carlos que cambiaría el nombre de la firma; a partir de ese momento, se llamó San Huberto. Aunque él tenía el 3,5 de las acciones, era mi socio y yo lo consultaba. Con el tiempo, su participac­ión fue disminuyen­do porque, cada vez que aumentábam­os el capital, nos decía: «plata no tengo». Hasta que le quedó solamente el 0,000035 y, como tenía una deuda con la empresa de 150 mil dólares, un día me propuso: —Carlos, si vos me condonás la deuda, te la cambio por las acciones. Se la condoné y pasé a tener el 100% de la bodega. Desde el comienzo, puse mucha plata y aún lo sigo haciendo, porque cuesta mucho sacar a esta bodega del pozo en el que estuvo siempre.

A pesar de eso, mi idea es agrandar la bodega porque pienso que una mayor dimensión empresaria compensará, finalmente, toda la inversión, aun teniendo en cuenta que el negocio del vino es muy finito y fluctuante. El clima juega un papel fundamenta­l en esta industria. Cuando hay poca cantidad de uva, por razones climáti- cas, el precio del vino sube, pero cuando abunda, baja. Los productore­s tenemos que movernos con inteligenc­ia en ese incierto sube y baja. A fines de 2017, la situación es compleja. Las bodegas chicas están, en su mayoría, fundidas; las medianas estamos luchando y las únicas que ganan plata —dos o tres— son las grandes. Son las que en junio fijan el precio de la uva. En el caso de las cooperativ­as, reciben la uva en marzo y les pagan a sus proveedore­s recién en diciembre, a pesar de que en junio el INV libera los vinos de ese año para su venta. Nosotros tenemos nuestra propia uva pero, para elaborarla, debemos hacer gastos que se recuperan en plazos muy largos. Por ejemplo, hay que pagar los salarios día a día a toda la gente que trabaja en un producto que va a estar a punto después de un año.

Y una vez hecho el vino, no podemos disponer de él hasta varios meses después, a partir de junio por lo menos, sin contar aquellos que pasan por barricas de roble, que demoran por lo menos un año más. Es decir que elaborar un litro de vino reserva, con paso por roble, o uno más especial con dos o tres años de añejamient­o, requiere una gran inversión. Y eso es lo que estamos haciendo con esta empresa, inyectando capital de trabajo hasta vencer el punto de equilibrio. En este negocio me metió el mismo Menem. Pero después tuve que comprar otra bodega en Mendoza. ¿Por qué? Para intentar salvar la inversión realizada, porque cuando la gente piensa en comprar vino, lo primero que se le ocurre es Mendoza; después, San Juan y, finalmente, La Rioja. Vender un vino riojano cuesta tres veces más de gestión que si fuera un vino de Mendoza. En cambio, ensambland­o las dos provincias tenés más posibilida­des de seguir adelante. Tiempo después, para poder exportar mis vinos, compré una bodega en China. De este modo, mi negocio del vino incluye hoy estas tres empresas, en las que ya puse mucho dinero y no sé si lo voy a recuperar algún día.

Espero que se hable del gas y de los negocios que se hicieron ya desde el gobierno de Menem.

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