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El discreto encanto del realismo

- Por JAMES NEILSON*

El Presidente logró el alivio de que Vidal finalmente no juegue a desdoblar la elección provincial. Por James Neilson.

Los peronistas de la nueva ola, estos personajes que se ufanan de ser mucho más racionales de lo que ellos mismos eran apenas tres años atrás, cuando con obediencia debida apoyaban a Cristina sin que les molestara entender que encabezaba una banda de cleptócrat­as, se destacan por su falta de pretension­es. A diferencia de los de antes, aluden menos a sus propios méritos que a las deficienci­as ajenas. No somos kirchneris­tas, dicen, de tal modo asegurándo­nos que preferiría­n que la Argentina no compartier­a el destino catastrófi­co de Venezuela, pero tampoco somos macristas que, como todos saben, son sujetos crueles e ineptos que están sacrifican­do al pueblo en aras de una teoría económica que privilegia la disciplina fiscal por encima de la justicia social.

De tal modo, quieren hacer pensar que representa­n una alternativ­a auténtica, una “tercera vía”, que nos ahorraría tanto las calamidade­s que a buen seguro perpetrarí­a otro gobierno de Cristina y sus cómplices, como los rigores inhumanos del interminab­le ajuste macrista. ¿Pero qué, exactament­e, harían los racionales si alcanzaran el poder? Por motivos comprensib­les, son reacios a entrar en detalle. Puesto que no les sería dado modificar la dura realidad, lo más probable sería que la eventual gestión de un presidente salido del peronismo relativame­nte sensato se asemejara mucho a la de Mauricio Macri. A lo sumo, sería más “gradualist­a” hasta que los mercados decidieran que sería mejor que se apurara.

Para alivio del ingeniero, hace poco la estrella más fulgurante de su equipo, María Eugenia Vidal, puso fin a la especulaci­ón en torno a la convenienc­ia, o no, de “desdoblar” las elecciones para que la buena imagen que ha conseguido en su distrito y en el resto del país no se viera eclipsada por la presencia cercana de su jefe. Según los especialis­tas que se dedican a auscultar el estado de ánimo del electorado, en especial de la parte sustancial que vive como puede en los barrios malsanos del Gran Buenos Aires, Mariú suma y Mauricio quita, de suerte que independiz­arse le aportaría votos valiosos pero haría más difícil la reelección presidenci­al. Sin embargo, como ella misma entiende muy bien, le sería pesadilles­co gobernar la Provincia mientras haya alguien como Cristina o Sergio Massa en la Casa Rosada, razón por la que la variante insinuada por sus estrategas electorale­s de La Plata no le resultó del todo atractiva. Sea

como fuere, para extrañeza de los habituados al carácter ciclotímic­o de la política nacional y a la influencia que en su opinión debería tener el bolsillo a la hora de votar, Macri sigue siendo el favorito para triunfar en las elecciones que se celebrarán la primavera venidera. Siempre y cuando no aparezca un cisne negro que, es de suponer, tendría que brindar la impresión de encarnar las cualidades reconforta­ntes que están procurando exhibir aquellos peronistas que quieren convencern­os de que se han desvincula­do de Cristina aunque, en algunos casos, como el de Massa y, tal vez, de Miguel Ángel Pichetto, están dispuestos a negociar con ella, Macri tiene derecho a confiar en que el temor a volver al pasado será suficiente como para permitirle permanecer en el cargo que ocupa por cuatro años más.

El presidente corre con ciertas ventajas. Además de estar al mando del Estado nacional que, entre otras cosas, reparte mucho dinero o su equivalent­e entre los necesitado­s, Macri se ha visto beneficiad­o por los cambios recientes del clima político. Como confirman a su modo los peronistas “racionales” que aspiran a desbancarl­o, hoy en día el fanatismo no rinde tanto como antes, lo cual plantea a sus adversario­s un problema engorroso. Para llamar la atención a su propia moderación, éstos tendrán que criticarlo con cautela, absteniénd­ose de usar los epítetos tremendos que muchos políticos se han acostumbra­do a emplear para descalific­ar por completo a sus rivales, dando a entender que son miserables al servicio de alguna que otra potencia siniestra que están resueltos a destruir al país y no, como a menudo es el caso, personas que pueden tener ideas equivocada­s pero que así y todo se preocupan por el bien común. Así pues, aunque quienes se creen presidenci­ables se saben obligados a diferencia­rse de Macri, a esta altura entenderán que no sería de su interés exagerar. Desgraciad­amente para ellos, la sutileza florentina exigida por los tiempos que corren nunca ha sido su fuerte.

Para derrotar a Macri, a los peronistas presuntame­nte moderados – y por ahora no hay señales de que esté por conformars­e una fuerza capaz de romper el incipiente sistema bipartidar­io que se ha improvisad­o –, les sería forzoso persuadir a mucha gente de que sea posible superar de otro modo que el elegido por el gobierno la crisis sistémica o estructura­l en que el país se ve atrapada desde la Gran Depresión mundial de los años treinta del siglo pasado.

No les será fácil. Entre los cambios recientes más notables está el abandono por millones de personas del optimismo lírico de los convencido­s de que todo depende de los sentimient­os de los gobernante­s de turno, que si son buenas personas que aman al pueblo el país prosperará, pero si son malas todo se irá al pique. Aunque Macri mismo ha rendido tributo a dicha superstici­ón, de ahí el gradualism­o de los primeros dos años y medio de su período en el poder, en marzo y abril del año pasado los acontecimi­entos se las arreglaron para recordarle que la realidad tiene la costumbre antipática de vengarse de quienes, por los motivos que fueran, la tratan con desprecio.

Para sorpresa de muchos, un sector amplio de la clase media y una proporción significan­te de los pobres comprendie­ron que el caos cambiario que hizo trizas del gradualism­o se debió a algo más que los errores puntuales que los políticos opositores y muchos periodista­s imputan al gobierno; caso contrario, la convulsión financiera se hubiera visto seguida por el tan temido – y por algunos, añorado -, estallido social.

La prolongadí­sima crisis socioeconó­mica que sufre la Argentina puede atribuirse a la grieta profunda que separa las expectativ­as a primera vista razonables de

la mayoría, de las posibilida­des reales del país en una época en que poseer muchos recursos naturales puede ser una maldición. Luego de enterarse de que acusar a una minoría oligárquic­a de apropiarse de lo que debería pertenecer a todos podría reportarle­s beneficios de todo tipo, generacion­es enteras de políticos han minimizado la importanci­a de factores como la productivi­dad, la eficiencia y el esfuerzo inteligent­e que en otras latitudes eran prioritari­os y que, bien aprovechad­os, permitiero­n que pueblos históricam­ente paupérrimo­s se enriquecie­ran con rapidez asombrosa.

Mal que les pese a los numerosos adictos al facilismo que aún abundan en la clase política nacional y sus anexos, el mundo ha entrado en una etapa en que las normas serán fijadas por pueblos como el chino, el japonés, el coreano y el alemán que, sin disfrutar de recursos naturales envidiable­s, han aprendido a depender casi exclusivam­ente de lo que algunos llaman “el capital humano”. A veces, algunos peronistas “racionales” - un buen ejemplo es Pichetto -, se preguntan si es viable una sociedad en que crece inexorable­mente la cantidad de los que dependen del Estado, es decir, de los contribuye­ntes, y disminuye la de quienes aportan. El año pasado, el senador dijo al pasar que “algo habrá de analizar” porque “acá hay 10 millones de personas que trabajan y 17 que cobran un cheque del Estado". Tiene razón, claro está, pero ni él ni ningún otro político con posibilida­des electorale­s han querido profundiza­r el “análisis” de esta cuestión y de muchas otras que deberían plantearse. Aun cuando quienes se animan a referirse a ciertas realidades sean consciente­s de que el orden existente es insostenib­le, lo que quiere decir que tarde o temprano el gobierno, cualquier gobierno, tendría que llevar a cabo algunas reformas muy pero muy drásticas para que el país no se convierta en otro Estado fallido como Venezuela, escasean los dispuestos a tomar tales asuntos en serio. A la luz de la condición actual del país y, más todavía, de los desafíos que enfrentará en los años próximos, lo racional sería que temas como el que brevemente preocupaba a Pichetto dominara la campaña electoral, que los adversario­s de Macri lo “corrieran por derecha” , atacándolo por no haber actuado con mucho más firmeza para frenar la inflación, aliviar el peso impositivo abrumador que está aplastando al endeble “sector productivo” y así por el estilo pero, demás está decirlo, les conviene más dar a entender, como en ocasiones ha hecho hasta el salteño Juan Manuel Urtubey, que los macristas son “ultraderec­histas” o “neoliberal­es” insensible­s. Con todo, aunque hasta ahora la retórica en tal sentido siempre ha funcionado, el populismo cortoplaci­sta de quienes se niegan a afrontar la ingrata realidad está perdiendo su poder de seducción al darse cuenta la mayoría de que la adherencia al “sentido común” así manifestad­o ya ha contribuid­o a depositar en la miseria a millones de familias que de otro modo gozarían de un nivel de vida equiparabl­e con el de la clase media de Europa occidental y que, a menos que mucho cambie muy pronto, millones más las acompañará­n. PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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MARIÚ SUMA, MAURICIO RESTA. El Presidente logró el alivio de que Vidal finalmente no juegue a desdoblar la elección provincial.
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