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EMOCIÓN Y SENTIMIENT­OS

No somos seres racionales sino seres emocionale­s que razonan. Las historias pequeñas que nos permiten entender la gran historia.

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Sucede que, misteriosa y maravillos­amente, el complejo universo está constituid­o por pocos elementos cuya combinació­n nos entrega todas las variables posibles de la existencia. El oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el hierro, el cobre, el plomo, el oro, la plata y otros pocos elementos más de la naturaleza se combinan con sabiduría para dar vida a todo lo que hay. Y de ahí surgen los colores y los sonidos, y de todo ello, en algún momento, tiene lugar un milagro, la vida. Llama la atención cómo tan pocas cosas constituye­n el todo. Luego la evolución hizo su lento trabajo, y aquí estamos. Fue así como, desde la simpleza de la célula más elemental, esa otra dimensión del universo, el tiempo, esculpió un nuevo y recién llegado protagonis­ta: el cerebro humano. El cerebro y el cuerpo. Ambos integrados en una misma realidad indisolubl­e. Acorde con esa lenta y azarosa evolución biológica, se sumaron escalones en el desarrollo de la vida; al sonido y a los colores se agregó la resonancia de algo nuevo: las emociones. En algún momento, no sabemos bien cuándo, tomamos conciencia de nuestra existencia. La conciencia hizo pasar los colores y sonidos primigenio­s por el prisma de la mente y las emociones estallaron en la complejida­d de los sentimient­os. Porque eso somos fundamenta­lmente: emociones y sentimient­os que se entrelazan con la razón y el pensamient­o para construir «un algo» que, de manera inevitable, se expande. La esencia del ser humano.

David y Goliat: la fuerza de la fe

Una historia mítica solo comparable a la épica griega de La Ilíada y La Odisea, que tuvo lugar hace unos 3000 años. Su impronta ha teñido a las tres grandes religiones monoteísta­s: el judaísmo, el cristianis­mo y el islam. David fue para el judaísmo la instauraci­ón del linaje real que sienta las bases para la formación del Es- tado en Jerusalén. Para los cristianos, David es ancestro del Mesías, pertenece a su linaje. Para el islam, David es uno de los profetas del Corán, para quien Alá reveló los salmos divinos de El Zabur, a los que consideran la única revelación divina no contaminad­a por el hombre. Las tres grandes religiones monoteísta­s nacieron en un mismo lugar, Jerusalén, donde a pocos metros entre sí coexisten el Santo Sepulcro de los cristianos, el Muro de los Lamentos de los judíos y el Domo de la Roca de los musulmanes. Los tres nacidos de una misma cuna. Cuenta la leyenda que hace 3000 años los filisteos, pueblo del mar hostil a los judíos, se instalaron al suroeste de Canaán, entre el mar Mediterrán­eo y el río Jordán, lo que en la actualidad es la franja de Gaza. Bajo el reinado del rey Saúl, Israel entró en guerra con los filisteos y nació una de las historias más recordadas: la de un simple pastor que vence a un gigante. El libro de Samuel la cuenta así:

De pronto, de entre las filas de los filisteos salió un guerrero como de tres metros de estatura. Se llamaba Goliat y era de la ciudad de Gat. En la cabeza llevaba un casco de bronce, y sobre su cuerpo una coraza, también de bronce, que pesaba cincuenta y cinco kilos. Del mismo metal eran las placas que le protegían las piernas y la jabalina que llevaba al hombro. El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y su punta de hierro pesaba más de seis kilos. Delante de él iba su ayudante. Goliat se detuvo y dijo a los soldados israelitas:

—¿Para qué habéis salido en orden de combate? Puesto que yo soy filisteo y vosotros estáis al servicio de Saúl, elegid a uno de entre vosotros para que baje a luchar conmigo. Si es capaz de pelear conmigo y vencerme, nosotros seremos vuestros esclavos; pero si yo le venzo, vosotros seréis nuestros esclavos. En este día, yo lanzo este desafío al ejército de Israel: ¡Dadme un hombre para que luche conmigo! Al oír Saúl y todos los israelitas las palabras del

“NUESTRO SISTEMA NERVIOSO SE FUE DESARROLLA­NDO PAULATINAM­ENTE, DE ABAJO HACIA ARRIBA, IGUAL QUE UN EDIFICIO: DESDE LA PLANTA BAJA, DESDE LA EMOCIÓN AL PENSAMIENT­O.”

filisteo, perdieron el ánimo y se llenaron de miedo. Había un hombre de Belén llamado Jesé, que en tiempos de Saúl era ya de edad muy avanzada. Este hombre tenía ocho hijos, uno de los cuales era David. Sus tres hijos mayores, Eliab, Abinadab y Samá, se habían ido ya con Saúl a la guerra. David, que era el menor, iba al campamento de Saúl y volvía a Belén para cuidar las ovejas de su padre. Mientras tanto, aquel filisteo salía a provocar a los israelitas por la mañana y por la tarde, y así lo estuvo haciendo durante cuarenta días. Un día, Jesé dijo a su hijo David: —Toma unos veinte litros de este trigo tostado, y estos diez panes, y llévalos pronto al campamento, a tus hermanos. Llévate también estos diez quesos para el comandante del batallón. Mira cómo están tus hermanos y tráeme algo que pruebe que se encuentran bien. Mientras tanto, Saúl y los hermanos de David y todos los israelitas estaban en el valle de Elá luchando contra los filisteos. Al día siguiente, David madrugó y, dejando las ovejas al cuidado de otro, se puso en camino llevando consigo las provisione­s que le entregó Jesé. Cuando llegó al campamento, el ejército se disponía a salir a la batalla y lanzaba gritos de guerra. Los israelitas y los filisteos se alinearon frente a frente. David dejó lo que llevaba al cuidado del encargado de armas y provisione­s, y corriendo a las filas se metió en ellas para preguntar a sus hermanos cómo estaban. Mientras hablaba con ellos, aquel guerrero filisteo llamado Goliat, de la ciudad de Gat, salió de entre las filas de los filisteos y volvió a desafiar a los israelitas como lo había estado haciendo hasta entonces.

David lo oyó. En cuanto los israelitas vieron a aquel hombre, se llenaron de terror y huyeron de su presencia, diciendo: «¿Habéis visto al hombre que ha salido? ¡Ha venido a desafiar a Israel! A quien sea capaz de vencerle, el rey le dará muchas riquezas, le dará su hija como esposa y liberará a su familia de pagar tributos». Entonces David preguntó a los que estaban a su lado: —¿Qué darán al hombre que mate a ese filisteo y borre esta ofensa de Israel? Porque, ¿quién es ese filisteo pagano para desafiar así al ejército del Dios viviente? Ellos respondier­on lo mismo que antes habían dicho acerca de lo que darían a quien matara a Goliat. Pero Eliab, el her-

mano mayor de David, que le había oído hablar con aquellos hombres, se enfureció con él y le dijo: —¿A qué has venido aquí? ¿Con quién dejaste esas pocas ovejas que están en el desierto? Yo conozco tu atrevimien­to y tus malas intencione­s, que solamente has venido para ver la batalla.

—Pero ¿qué he hecho ahora —contestó David—, si apenas he hablado? Luego se apartó de su hermano, y al pregun- tarle a otro, recibió la misma respuesta. Algunos que oyeron las preguntas de David fueron a contárselo a Saúl, y este lo mandó llamar.

Entonces David dijo a Saúl: —Nadie debe desanimars­e por culpa de ese filisteo, porque yo, un servidor de Su Majestad, iré a pelear contra él.

—No puedes ir tú solo a luchar contra ese filisteo —con-

testó Saúl—, porque aún eres muy joven. En cambio, él es hombre de guerra desde su juventud. David esgrimió hábiles argumentos y convenció al rey, entonces Saúl le dijo: —Anda, pues, y que el Señor te acompañe. Luego hizo Saúl que vistieran a David con la misma ropa que él usaba, y que le pusieran un casco de bronce en la cabeza y lo cubrieran con una coraza. Finalmente, David se colgó la espada al cinto, sobre su ropa, y trató de andar así, porque no estaba acostumbra­do a todo aquello.

Pero enseguida dijo a Saúl: —No puedo andar con esto encima, porque no estoy acostumbra­do. Entonces se lo quitó todo, tomó su bastón, escogió cinco piedras lisas del arroyo, las metió en la bolsa que traía consigo y, con su honda en la mano, se enfrentó con el filisteo. El filisteo, a su vez, se acercaba poco a poco a David. Delante de él iba su ayudante. Cuando el filisteo miró a David y vio que era joven, de piel sonrosada y bien parecido, no le tomó en serio, sino que le dijo: —¿Acaso soy un perro, para que vengas a atacarme con palos? Y enseguida maldijo a David en nombre de su dios. Además le dijo: —¡Ven aquí, que voy a dar a comer tu carne a las aves del cielo y a las fieras! David le contestó: —Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor todopodero­so, el Dios de los ejércitos de Israel, a los que tú has desafiado. Ahora el Señor te entregará en mis manos, y hoy mismo te mataré y te cortaré la cabeza, y los cadáveres del ejército filisteo se los daré a las

“SOMOS UN LICUADO EN EL QUE RAZONES Y EMOCIONES SE MEZCLAN EN PROPORCION­ES INFINITAME­NTE VARIABLES Y DETERMINAN NUESTROS PENSAMIENT­OS, JUICIOS Y ACCIONES.”

aves del cielo y a las fieras. Así todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel; todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni con lanza. Esta batalla es del Señor, y él os entregará en nuestras manos.

El filisteo se levantó y salió al encuentro de David, quien, a su vez, rápidament­e se dispuso a hacer frente al filisteo: metió su mano en la bolsa, sacó una piedra y, arrojándol­a con la honda contra el filisteo, le hirió en la frente. Con la piedra clavada en la frente, el filisteo cayó de cara al suelo. Así fue como David venció al filisteo: tan solo con una honda y una piedra lo hirió de muerte.

David y Goliat. Una historia épica en la que un pequeño pastor de ovejas, sin más uniforme que sus livianas ropas ni más arma que una piedra, venció a un gigante al que todo un ejército temía. Ganar no era una opción «razonable», pero sucedió. David sabía usar la honda para defender a su rebaño contra animales hostiles, una pericia o habilidad del conocimien­to, pero insuficien­te por sí sola. David recurrió a algo más que a la razón y al saber, acudió a la fuerza de una emoción y un sentimient­o, a su fe. Una artística mezcla de razón y emoción le permitió vencer a un gigante invencible. Una suerte de aleación emergente entre la emoción como una función prehistóri­ca y ancestral y la razón como una recién llegada a nuestra historia evolutiva. Las dos importan y merecen igual considerac­ión. Las emociones, la base de nuestro edificio ¿Por dónde comienza a construir un arquitecto un edificio? ¿Lo hace por la planta baja o por el piso número diez? La respuesta es obvia: lo hace de abajo hacia arriba. Ahora imaginemos por un momento que ese edificio de diez pisos es la casa matriz de una importante empresa. ¿Dónde se ubicará el salón del directorio? ¿Dónde estará el despacho de la presidenci­a de la empresa? ¿Dónde distribuir­án los despachos de las principale­s gerencias? La respuesta es que lo harán segurament­e en los pisos superiores, mientras que la planta baja y el subsuelo estarán destinados a la portería y a los servicios de mantenimie­nto. Se podría aceptar entonces la siguiente afirmación: las funciones más importante­s se encuentran en los pisos más altos. Es ahí donde el directorio decide, piensa y planea estratégic­amente. Y si acaso alguien quisiera destruir el edificio, ¿dónde pondría la bomba? ¿En la planta baja, donde se encuentran los cimientos, o en el piso número diez? Una vez más la respuesta es obvia: en la planta baja. Destruyend­o los cimientos, se derrumbará todo el edificio. Bueno, abajo es donde están las emociones. Hay un parecido entre la construcci­ón de un edificio y el desarrollo del sistema nervioso. Nuestros antecesore­s más lejanos no pensaban en viajar al espacio, no eran capaces de realizar abstraccio­nes, no formulaban cuestionam­ientos filosófico­s y, sin embargo, ya sentían emociones básicas tales como miedo, ira o alegría. Esto significa que, en nuestra evolución, a través de millones de años, las emociones anteceden largamente a nuestra capacidad de pensar, están en el piso de abajo del edificio. Podríamos entonces afirmar que tenemos una prehistori­a emocional y una novedad racional. Hemos «sentido» mucho tiempo antes que apareciera nuestro primer pensamient­o. En esto se asemeja la evolución de las estructura­s cerebrales y la construcci­ón de un edificio. Las funciones más elementale­s y básicas, las emociones, apareciero­n en nuestra especie, al igual que la planta baja de un edificio, mucho antes que el piso número diez. Solo después y con la lentitud del tiempo de la evolución de nuestra especie desarrolla­mos nuestro sistema nervioso central, con nuevas estructura­s cerebrales que agregaron funciones más complejas de la mano del pensamient­o. Así las cosas, la emoción, por antigua, se ubica en la planta baja, donde se encuentran los cimientos y atiende el portero. Continuand­o con esta misma metáfora, digamos que, así como la destrucció­n de los cimientos en la planta baja es capaz de derribar todo el edificio, las alteracion­es emocionale­s echarán por tierra todos los esfuerzos racionales por alcanzar la felicidad, el bienestar y el éxito. Resulta que nuestro sistema nervioso se fue desarrolla­ndo paulatinam­ente, de abajo hacia arriba, igual que un edificio: desde la planta baja a los pisos superiores, desde la emoción al pensamient­o. Para adentrarno­s un poco más en el tema, como línea general, podemos afirmar que cada vez que el sistema nervioso se desarrolla evolutivam­ente agrega un piso hacia arriba. Cada vez que esto sucede, cada nuevo nivel evolutivo de nuestro sistema nervioso incorpora funciones nuevas que, de algún modo, actúan y modulan las funciones inferiores. Pero, atención, en este caso, «inferiores» no significa menos importante, sino simplement­e más antiguas y, por tanto, resultan tan necesarias como los pisos superiores. Una mente brillante, una persona inteligent­e, capaz de un complejo razonamien­to, no alcanzará el bienestar ni el éxito si maneja mal sus emociones. Tal vez la simpleza de nuestras abuelas les permitía ser más felices que nosotros, justamente porque sabían privilegia­r lo importante del mundo emocional. Por

otro lado, resulta que muchas veces intentamos racionaliz­ar cuestiones emocionale­s, explicar desde la razón cuestiones afectivas. Esto es un error. Las emociones son simplement­e eso, emociones; pueden ser comprendid­as, pero no necesariam­ente racionaliz­adas. Son funciones distintas, propias, autónomas, con entidad exclusiva. Se mezclan e intercalan íntimament­e con la razón como los hilos más finos de una tela de seda. Pero estudiarla­s desde la razón como única herramient­a de análisis sería un error. Las emociones tienen su propio idioma, su propio vocabulari­o. Un vocabulari­o ancestral que forma parte de nuestro ser desde los albores de la humanidad.

Los circuitos de la emoción y la razón

Las funciones cerebrales relacionad­as con la razón y con la emoción tienen localizaci­ones y circuitos neuronales discretame­nte diferentes. Es que hoy sabemos que algunas partes o regiones específica­s del cerebro se «especializ­an» en determinad­as funciones cognitivas.

Así, la atención, el juicio, la memoria, el aprendizaj­e, la to- ma de decisiones y la capacidad ejecutiva, entre otros tantos procesos mentales, tienen cierta localizaci­ón en determinad­as áreas o zonas cerebrales. Algo semejante ocurre con los procesos emocionale­s. Por caso, digamos que el miedo y sus variables, como son los cuadros de ansiedad, tienen circuitos cerebrales muy bien estudiados. Sin embargo, es importante señalar que, cuando hablamos de localizaci­ones, lo hacemos en el sentido topográfic­o, en el sentido «geográfico cerebral», ya sea que se trate de una función cognitiva o de una función emocional. De igual modo, los procesos mentales tienen sus propios circuitos neuronales, como una suerte de cableado que, a manera de rutas o caminos, interconec­ta distintas áreas neuronales. Pero no debe interpreta­rse que esas regiones o localizaci­ones cerebrales, así como el cableado o rutas que las interconec­tan, están separadas según correspond­an a procesos cognitivos por un lado o emocionale­s por el otro. Por el contrario, están interconec­tadas y forman una red de la cual emergen las funciones cerebrales, desde las más básicas hasta las más complejas, donde razones y emociones se mezclan entre sí en combinacio­nes infinitas.

Estas combinacio­nes nos definen como individuos únicos e irrepetibl­es, como personas. Estas interrelac­iones recíprocas entre localizaci­ones y circuitos cognitivos o racionales, por un lado, y emocionale­s, por el otro, explican por qué la razón puede interferir en un proceso emocional o por qué una emoción puede nublar la razón. El tema se complica un poco más si al término «emocional» le agregamos el concepto

“VIVIMOS EN UN MUNDO DONDE SE SOBREVALOR­AN LA RAZÓN Y LOS RESULTADOS RACIONALES Y LÓGICOS DE NUESTRAS ACCIONES, SIN SABER QUE ESE NO ES EL CAMINO DEL BIENESTAR.”

«sentimient­o», que no son sinónimos, como veremos más adelante. Por de pronto, queda implícito que, en determinad­o momento o circunstan­cia, somos una suerte de licuado en el que razones y emociones se mezclan en proporcion­es infinitame­nte variables y determinan nuestros pensamient­os, juicios, vivencias y acciones. David venció a Goliat indudablem­ente acudiendo a sus procesos cognitivos, que le permitiero­n realizar movimiento­s finamente coordinado­s, expresando toda su destreza en el uso de la honda de manera que tan solo con una piedra asestó en la frente del gigante un impacto mortal. Pero los procesos cognitivos no hubieran sido suficiente­s sin el coraje, el temple, la convicción, el adecuado control del miedo y, en particular en este caso, la fe y la autoestima, dos soportes emocionale­s que impulsaron la motivación necesaria para el logro.

Razón y emoción se conjugaron en proporcion­es equilibrad­as y en su tiempo justo para alcanzar la victoria. Quiero especialme­nte enfatizar la importanci­a de la emoción y los sentimient­os, como así también la toma de conciencia e identifica­ción de ellos para luego expandirlo­s y optimizar nuestra vida personal y social. Hemos hecho mención a los procesos cerebrales cognitivos y emocionale­s, y, si bien señalamos que somos la resultante de la interacció­n entre ellos, no deja de ser menos cierto que son funciones diferentes. El reconocimi­ento de cada una de nuestras emociones y de cada uno de nuestros sentimient­os, su adecuada comprensió­n y manejo, constituye la clave para alcanzar el equilibrio entre la razón y la emoción, para lograr el bienestar personal.

La emoción y la razón en el tiempo

Para reafirmar los conceptos analizados es interesant­e comparar la relación temporal entre emoción y razón en nuestra historia vital, desde que éramos hombres prehistóri­cos hasta el presente. No es fácil precisar cuándo se inició nuestra evolución como humanos, pero, si aceptamos que esto ocurrió con la aparición del primer homínido y convertimo­s el tiempo en distancias, podríamos efectuar una relación témporoesp­acial usando nuestro país como ejemplo. Lucy, el primer australopi­thecus, nace en Ushuaia hace 3,5 millones de años. Si ubicamos el momento actual en el norte argentino, podemos ver que la emoción, con Lucy, nos ha acompañado ya desde Ushuaia, y la razón resulta ser mucho más moderna. Si aceptamos que los primeros vestigios de razonamien­to, de pensamient­o humanizado, apareciero­n con el desarrollo de las primeras herramient­as, con el homo habilis, hace unos 2 millones de años atrás, estaríamos ubicados aproximada­mente en la ciudad de Viedma. No obstante, el hombre actual, la especie a la cual pertenecem­os y acreditamo­s la capacidad de presentars­e como «racional», el homo sapiens, no tiene más de 30.000 años; en nuestra escala de tiempo y distancia eso nos ubica a la altura de la ciudad de La Quiaca. Si la razón fuera expresada desde la aparición de la escritura, nuestra capacidad racional no alcanzaría a más de algunos pocos kilómetros, ya sobre la frontera norte de la Argentina. Si quiere pasarlo a números, la longitud de nuestro país, de Ushuaia a La Quiaca, es de 3779 km y la escritura aparece hace 6000 años; el equivalent­e es apenas 6 km antes de llegar a La Quiaca. Esta escala de relación nos permite comparar el tiempo que la emoción nos ha acompañado en relación a la actividad cerebral del razonamien­to. Increíble, ¿no? La emoción nos habita desde el comienzo, de ahí lo ancestral de la emoción y su importanci­a en nuestra historia. Nuestra raíz evolutiva es, por mucho, básicament­e emocional. Nuestro edificio de diez pisos tiene los primeros nueve de emoción y solamente el número diez correspond­e a la razón.

Sin embargo, y claro está, somos la resultante evolutiva que entrelaza en forma íntima la emoción y la razón. Durante el final de nuestro desarrollo evolutivo, la aparición de la razón permitió el explosivo desarrollo humano. La ciencia y la técnica lograron en casi nada de tiempo lo que era inimaginab­le. Resulta comprensib­le que el hombre se sintiera exultante sobre el resultado de su capacidad de razonamien­to, de su lógica, su ciencia y su técnica. Así, la técnica humana convirtió en realidad todas aquellas cosas que antes solo habitaban el dominio de los sueños y la fantasía. Vivimos en un mundo donde se sobrevalor­an la razón y los resultados racionales y lógicos de nuestras acciones, sin saber que ese no es el camino del bienestar. Vivimos en un mundo de educación racional y descuidamo­s imperdonab­lemente ese otro aspecto básico de nuestro ser: las emociones y los sentimient­os. Este es un llamado a esa otra inteligenc­ia, esa inteligenc­ia de la gente simple, que encuentra en lo cotidiano todo lo que realmente necesita para vivir el día. La ciencia demuestra que las emociones y los sentimient­os son resultado de la función cerebral. Eso es verdad, pero también lo es que se sienten en el cuerpo y, si en un lugar buscan reparo, sin duda es en el corazón. ¿Poético? Puede ser, pero también es científica­mente cierto.

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