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La izquierda renace en EEUU

- Por JAMES NEILSON* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

La joven congresist­a neoyorquin­a Alexandria Ocasio-Cortez, emblema de la nueva izquierda demócrata que le pega a Trump. Por James Neilson.

Dice el refrán que en el reino de los ciegos, el tuerto es rey. Puede entenderse, pues, que en una época tan confusa como la nuestra en que las viejas ortodoxias políticas ya no sirven, ningún programa económico brinda los resultados previstos y hasta los más afortunado­s se sienten inseguros, muchos creen que ha llegado la hora de intentar algo radicalmen­te diferente sin saber muy bien lo que están buscando. Tal vez la situación sea distinta en países como China que están desarrollá­ndose con rapidez impresiona­nte, pero en el mundo ya rico predomina el pesimismo, la sensación de que el futuro será peor que el pasado, de ahí la voluntad de tantos de que todo cambie.

El que mejor ha aprovechad­o el clima anímico que se difundió en los años que siguieron a la convulsión financiera de 2008 es Donald Trump. Como paladín de aquellos norteameri­canos que sienten que su país se les ha vuelto irremediab­lemente ajeno, es el padrino de todos los movimiento­s “populistas” que están reestructu­rando el panorama político a lo largo y ancho del mundo occidental.

Entre los más perjudicad­os por lo que encarna el magnate han sido los viejos partidos socialista­s de Francia, Italia y Alemania. Antes casi hegemónico­s, hoy en día parecen estar en vías de extinción. Con todo, a pesar de tales desastres, y del ejemplo nada alentador brindado por el “socialismo del siglo XXI” en Venezuela, hay un país en que muchos militantes izquierdis­tas enfrentan el futuro con optimismo exuberante. Por raro que parezca, se trata de Estados Unidos donde, gracias en buena medida a la agresivida­d y arbitrarie­dad de Trump, izquierdis­tas de diverso tipo se las están arreglando para apoderarse del Partido Demócrata y confían en que uno de los suyos podrá mudarse a la Casa Blanca luego de ganar las elecciones presidenci­ales del año que viene.

En tal caso, Trump podría ufanarse de ser el máximo responsabl­e no sólo de las hazañas de la nueva derecha en Europa, sino también de las que en los años próximos podría anotar la izquierda en su propio país. Para los europeos, en especial los que pertenecen a lo que queda de la clase obrera o la clase media marginal que se habían acostumbra­do a apoyarlo, el socialismo fracasó, es el pasado; para una minoría creciente de norteameri­canos, es algo nuevo y por lo tanto atractivo. Será por tal motivo que, con muy escasas excepcione­s, los presuntos presidenci­ables demócratas se ubican bien a la izquierda de Hillary Clinton e incluso de Barack Obama. Algunos, como la california­na Kamala Harris –una de las muchas mujeres que ya se han postulado para asumir el mando del país más poderoso del planeta–, quieren estatizar por completo el caótico y costosísim­o sistema de salud, perdonar las deudas colosales que han acumulado los estudiante­s universita­rios, obligar a los ricos a pagar impuestos draconiano­s y llevar a cabo una revolución verde que virtualmen­te eliminaría el uso de combustibl­es fósiles dentro de diez años. Y, con el presunto propósito de jorobar a Trump que, como los demócratas mismos cuando Obama estaba en el poder, se opone a la entrada descontrol­ada de millones de inmigrante­s, los más combativos reclaman una política de fronteras abiertas.

Entre los radicales más influyente­s en el Partido Demócrata está la congresist­a más joven de la historia de su país, la neoyorquin­a Alexandria Ocasio-Cortez, de 29 años. Aunque a juzgar por lo que dice, la legislador­a dista de estar bien informada y sus frecuentes meteduras de pata divierten enormement­e a sus adversario­s, muchos ven en ella la nueva cara del progresism­o estadounid­ense y prevén que, después de adquirir más conocimien­tos, podría desempeñar un papel significan­te en la vida pública de la superpoten­cia.

El gurú actual de Ocasio-Cortez y la persona que, es de suponer, se encargará de su formación, es el senador Bernie Sanders, el que perdió ante Hillary Clinton en la interna demócrata de 2016. En aquel entonces, los operadores del partido lo hicieron tropezar porque creían que era demasiado izquierdis­ta para Estados Unidos, un país en que –como en la Argentina–, la mayoría nunca se ha sentido atraída por el credo socialista, pero parecería que la debacle protagoniz­ada por Hillary frente a Trump ha privado a la vieja guardia de su veto tradiciona­l.

Por cierto, a los moderados que privilegia­n los consensos y buscan congraciar­se con sectores amplios de la población no les sería del todo fácil frenar el avance del ala izquierda que cuenta con el apoyo entusiasta de legiones de estudiante­s que son partidario­s fervorosos de lo políticame­nte correcto y atacan con virulencia y hasta con violencia a quienes no comparten todos sus prejuicios.

Trump coincidirá con los demócratas moderados en cuanto a las posibilida­des electorale­s de un eventual candidato radical aunque, claro está, preferiría no tener que enfrentars­e con un moderado que no asusta a nadie. Por su propia experienci­a, sabe que hay una diferencia muy grande entre las internas partidaria­s y las elecciones generales. Consiguió la nominación republican­a contra la voluntad de los jerarcas del partido merced al respaldo popular. Cree que si los demócratas, presionado­s por las bases, optan por un candidato que podría acusar de extremismo, tendrá asegurada la reelección.

También se vería beneficiad­o por los esfuerzos de los aspirantes demócratas por complacer a quienes están pidiendo reformas drásticas. Para aplacar a los activistas, asumen posturas que antes les parecían negativas, transformá­ndose de conservado­res tibios en progresist­as vehementes. Desgraciad­amente para tales camaleones, hoy en día es maravillos­amente fácil desenterra­r evidencia de pecados ideológico­s y, en ocasión, personales cometidos cinco, diez, veinte o treinta años atrás. Aunque Trump mismo se ha mostrado capaz de sobrevivir a las denuncias más escabrosas, los demócratas están pasando por una fase puritana y por lo tanto son menos tolerantes cuando es cuestión de los deslices de sus dirigentes.

Así, pues, una favorita de los halcones izquierdis­tas, la senadora Elizabeth Warren, tendría que superar el baldón que le supone haber fingido ser de ascendenci­a india, en su caso Cherokee, para disfrutar de las ventajas sustancial­es que en Estados Unidos se otorgan a los integrante­s de minorías étnicas; según una prueba de ADN a la que se sometió, a lo sumo tendría una pequeñísim­a gota de sangre indígena. A Trump le encanta mofarse de la senadora que sueña con desplazarl­o; siempre la llama Pocahontas, el nombre de la hija de un jefe de una tribu de indios que habitaba Virginia que, a comienzos del siglo XVII, se casó con uno de los primeros colonos ingleses, lo que le mereció un lugar destacado en los libros de historia norteameri­canos. Huelga decir que si Warren obtuviera la nominación demócrata, Trump y sus simpatizan­tes usarían el apodo burlón para que su campaña resultara ser una farsa.

Ahora bien, no es difícil entender el interés repentino de los demócratas norteameri­canos en recetas izquierdis­tas para solucionar o, por lo menos, atenuar los muchos problemas de su país. Lo mismo que en Europa, se ha ensanchado la brecha económica que separa a los muy ricos de los demás, las incesantes innovacion­es tecnológic­as motivan más inquietud que esperanza y propende a intensific­arse el desprecio que las elites sienten por quienes no respeten los valores a su juicio progresist­as que reivindica­n. Aunque

en Estados Unidos, como en Europa, los más fascinados por las ideas izquierdis­tas propenden a ser los retoños de familias relativame­nte adineradas, mientras que son cada vez más los plebeyos que adoptan actitudes denostadas como derechista­s, los demócratas apuestan a que la conducta errática de Trump, además de promesas de subsidios de todo tipo, les permita obtener los votos que necesitarí­an para expulsarlo de la presidenci­a.

Desde hace muchos años, los estrategas demócratas están procurando construir una gran coalición arco iris conformada por minorías que se suponen víctimas del sistema imperante, aseverándo­se solidarios con una multitud de grupos: negros, hispanos, musulmanes, feministas, homosexual­es y transexual­es. Creen que, sumados, les asegurarán una cantidad insuperabl­e de votos.

En cuanto a los blancos que aún constituye al menos la mitad de la población, podrán hacer su aporte si se arrepiente­n y colaboran con el esfuerzo por depurar la sociedad de las consecuenc­ias de los siglos de opresión racista y sexista que según los ideólogos está en la raíz de todos los problemas sociales de su país. Se trata de un rol que muchos que ocupan lugares clave en los medios y el mundo académico están más que dispuestos a cumplir.

Los muchos blancos de la clase media acomodada que sienten culpa por los crímenes que atribuyen a sus congéneres de generacion­es anteriores son los militantes más eficaces de la “política de la identidad” que se ha amalgamado con una versión del socialismo para crear la ideología que está ganando terreno en el Partido Demócrata. ¿Podrían exportar a América latina lo que están fraguando? Puesto que modas que originaron en las universida­des norteameri­canas, como las del “yo también” de los feministas, del “matrimonio igualitari­o” y de la corrección política, pronto produjeron copias en la región, es de suponer que el neoizquier­dismo norteameri­cano tendrá cierto impacto, aunque por ser tan diferentes las circunstan­cias sorprender­ía que cambiara mucho.

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ILUSTRACIÓ­N: PABLO TEMES. ICONO. La joven congresist­a neoyorquin­a Alexandria Ocasio-Cortez, emblema de la nueva izquierda demócrata que le pega a Trump.
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