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Cuando la política pierde intensidad

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Aunque la campaña electoral ya se ha iniciado, no parece verse dominada por el enfrentami­ento de programas de gobierno claramente distintos. Por James Neilson.

Pensándolo bien, son optimistas los muchos que, frustrados o decepciona­dos por el estado del país luego de más de tres años de macrismo, nos aseguran que Cambiemos es un conjunto de mediocres chambones encabezado­s por un sujeto insulso. Son optimistas porque dan por descontado que a personas tan inteligent­es y capaces como ellos les sería fácil frenar la inflación galopante, aumentar el poder de compra de sus habitantes, dejar de atormentar­los con tarifazos arbitrario­s y emprender aquellas reformas estructura­les que de acuerdo común serán necesarias para que el país se haga debidament­e competitiv­o.

Si bien los políticos en campaña que hablan así quieren sacar provecho de la fase más reciente de la larguísima crisis nacional y por lo tanto critican con virulencia casi todas las medidas puntuales del Gobierno, prefieren atribuir los resultados lamentable­s de su gestión a las presuntas deficienci­as de los funcionari­os; no se oponen al “rumbo” como hacen los kirchneris­tas y los guerreros de la izquierda dura que sueñan con una revolución como las de antes. Lo que quieren Cristina y sus coyuntural­es aliados trotskista­s es que el país que conocemos estalle en mil pedazos para que sobre las ruinas surja otro. Aunque sería un error subestimar su capacidad para movilizar el rencor que sienten los marginados de la economía formal, por ahora cuando menos sólo es cuestión de una minoría agresiva.

Es por tal motivo que, para asombro de muchos, sigue siendo posible que Cambiemos logre aferrarse al poder en la elección presidenci­al que ya ha asomado en el horizonte. A pesar de los esfuerzos de quienes se dedican a mantenerno­s informados acerca de la torpeza a su juicio extraordin­aria de los oficialist­as actuales, no han podido convencer a la gente de que reemplazar­los por peronistas “racionales” solucionar­ía los problemas así ocasionado­s. ¿Serían Juan Manuel Urtubey, Miguel Ángel Pichetto, Sergio Massa o Roberto Lavagna menos proclives que Mauricio Macri a cometer aquellos errores de comunicaci­ón que tanto los indignan? ¿Sería una administra­ción peronista más confiable que la apoyada por la gente de Cambiemos? La verdad es que muy pocos lo creen.

S i no fuera por la presencia ominosa de Cristina, la jefa de un movimiento conservado­r que quisiera que el país regresara a 2015 para entonces seguir viaje hacia los años setenta del siglo pasado cuando la ex presidenta aún era una joven inquieta, el panorama electoral sería insólitame­nte monocolor. No hay diferencia­s ideológica­s muy grandes entre los aspirantes principale­s a gobernar el país, sólo matices de importanci­a reducida.

No siempre fue así. En el pasado reciente, Raúl Alfonsín y Carlos Menem motivaron entusiasmo desbordant­e porque parecían representa­r algo radicalmen­te nuevo. Eran lo que andando el tiempo se llamarían “cisnes negros” cuya aparición tomó por sorpresa a casi todos. En clave menor, Macri también se vio beneficiad­o por la idea de que su llegada significar­ía una ruptura que le permitiría al país salir del viscoso pantano populista en que lo habían metido los kirchneris­tas.

De un modo u otro, todos fracasaron, de ahí el clima de resignació­n escéptica que se ha difundido. Parecería que la mayoría sabe muy bien que no habrá soluciones fáciles e indoloras para los tristement­e célebres problemas estructura­les que se han acumulado en el transcurso de más de siete décadas.

E n otras partes del mundo occidental, el centrismo sensato, por calificar así el consenso aún incipiente que parece estar consolidán­dose en el país, está bajo ataque. El Brexit, Donald Trump, Matteo Salvini, Jair Bolsonaro, el auge de agrupacion­es denostadas como derechista­s en Europa y también la reacción del ala izquierdis­ta del Partido Demócrata estadounid­ense frente al desafío planteado por Trump, reflejan la voluntad de muchos millones de personas de probar suerte con esquemas sociopolít­icos supuestame­nte nuevos, pero, una vez más, la Argentina está resultando ser un país atípico. La razón es sencilla; ya se han ensayado sin éxito variantes parecidas a las propuestas por los dirigentes nombrados y la mitad de la población –quizás un poco más–, sabe que no sirven. Así pues, un sector sustancial de la sociedad optó por “la normalidad” justo cuando los países calificado­s de rectores la abandonaba­n. Por eso las “elites” tradiciona­les de otras latitudes están resueltas a respaldar a Macri: lo ven como un antídoto al mal populista que, para alarma de muchos, está causando estragos en otros lugares. Aunque la campaña electoral ya se ha iniciado, no parece estar por verse dominada por el enfrentami­ento de programas de gobierno claramente distintos. Los protagonis­tas de los debates un tanto confusos que están celebrándo­se se concentran en temas económicos en torno a los cuales es difícil alcanzar conclusion­es contundent­es que atraerían la atención del electorado; opinan acerca de los costos para el Estado de los subsidios que reparta con generosida­d ejemplar, el papel que le correspond­e al Fondo Monetario Internacio­nal, el futuro del dólar –es decir del peso, aunque pocos aluden directamen­te a la moneda nacional cuando hablan del riesgo de otra convulsión cambiaria–, la mejor forma de sincerar el mercado energético y, desde luego, la inflación que es producto de la propensión congénita de los políticos a persuadirs­e de que el país es mucho más rico de lo que harían pensar las malditas estadístic­as, lo que, entre otras cosas, los ayuda a justificar sus propios ingresos. Son temas importante­s, pero no son de la clase que enfervoriz­a a multitudes.

Al gobierno le gustaría que figuraran otros temas, como los supuestos por la seguridad y, huelga decirlo, la corrupción, pero por razones evidentes, hasta nuevo aviso la mayoría estará más preocupada por la vicisitude­s de la lucha diaria por mantener el nivel de vida al que se ha acostumbra­do. Como no pudo ser de otra manera, los corruptos acusan al gobierno de querer desviar la atención de la ciudadanía de la debacle económica hablándole de

cosas meramente anecdótica­s como el robo de miles de millones de dólares de las arcas públicas, además de disparar denuncias contra quienes están vinculados de un modo u otro con el macrismo con el propósito de hacer pensar que, puesto que todos los políticos, jueces, fiscales y otros dignatario­s son igualmente venales, es muy injusto ensañarse con Cristina y sus cómplices.

Los kirchneris­tas esperan que la economía siga jugando en contra de Macri. ¿Y los peronistas “racionales”? Si bien entenderán que no les convendría que uno de los suyos triunfara en medio de un nuevo colapso generaliza­do, a personajes como Massa les está resultando difícil resistirse a la tentación de provocar dificultad­es insistiend­o en la necesidad de “renegociar” el acuerdo con el FMI para que sea menos rígido. En principio, los macristas coincidirí­an con el tigrense, pero saben que no sería del interés del país que el Gobierno brindara la impresión de no estar en condicione­s de cumplir con lo acordado hasta ahora.

Alfin y al cabo, la alternativ­a a contar con cierta ayuda financiera del “mundo”, o sea, del FMI, sería depender exclusivam­ente de los recursos internos que, por desgracia, seguirán siendo sumamente magros hasta que Vaca Muerta comience a producir cantidades enormes de dinero. El depósito gigantesco de gas y petróleo del norte de la Patagonia es el equivalent­e moderno de la “buena cosecha” con que soñaban los gobernante­s de generacion­es anteriores.

Por supuesto, dista de ser alentador el que, como ha sido el caso desde el siglo XIX, la eventual salvación del país dependerá menos de su capit a l humano que de los recursos naturales proporcion­a- dos por la geología, pero tal y como están las cosas sería muy poco realista apostar a que un nada probable renacimien­to educativo sirviera para que la Argentina recuperara el lugar en el concierto internacio­nal que una vez ocupó. Desde hace muchos años, los angustiado­s por la decadencia prolongada del país dicen creer que todo iría mejor si se superaran las viejas “antinomias” o, últimament­e, “grietas” para que se pusieran en marcha “políticas de Estado”. A pesar de los esfuerzos vigorosos de los kirchneris­tas y sus amigos, que tienen motivos decididame­nte personales para oponerse a todo cuanto hace el gobierno macrista, las brechas actuales entre las distintas agrupacion­es son menos significan­tes que las que se dan en Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, España, Italia y otros países europeos, pero sucede que el consenso embrionari­o que está gestándose amenaza con privar a la política de buena parte de su contenido emotivo, lo que, a juzgar por la experienci­a ajena, podría ser peligroso. A menos que haya conflictos que se deben a algo más que las ambiciones personales de quienes aspiran a destacarse por encima de los demás y hacen de la política una especie de juego de serpientes y escaleras, la mayoría perderá interés en las actividade­s de quienes se suponen sus “dirigentes” hasta que, un buen día, decida que ha llegado la hora de rebelarse contra “elites” que a su parecer privilegia­n sus propias prioridade­s corporativ­as, lo que haría votando a favor de individuos como Trump, Bolsonaro o Salvini.

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 ??  ?? DESENCANTO. El año electoral arranca con poco entusiasmo por las opciones disponible­s. La "grieta" esconde la insignific­ante brecha real entre las diferentes propuestas de país. * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
DESENCANTO. El año electoral arranca con poco entusiasmo por las opciones disponible­s. La "grieta" esconde la insignific­ante brecha real entre las diferentes propuestas de país. * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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