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Sombra vaticana: la inédita cumbre que organizó el Papa sobre la pedofilia.

La inédita cumbre que organizó el Papa sobre la pedofilia no aclara demasiado.

- CLAUDIO FANTINI

El

Papa muestra luz pero también irradia sombras. Lo que parece un paso adelante podría ser en realidad un movimiento en diagonal, como el de los cangrejos. Dar pasos inéditos en relación con las perversion­es sexuales que carcomen la iglesia sería un mérito gigantesco de Francisco, si no fuera porque tampoco existen precedente­s en la historia de los altísimos niveles de presión que está padeciendo el Vaticano por un caudal de revelacion­es que tampoco tiene antecedent­es. De tal modo, dado que ningún antecesor suyo estuvo bajo tanta presión, es imposible establecer el verdadero grado de compromiso del Papa con la lucha contra los delitos sexuales de los sacerdotes.

Aún dándoles relevancia a los pasos que ha dado, quedan grandes dudas. Llamar a una cumbre tan inédita como la que puso cara a cara a la curia romana con víctimas de abusos, lo muestra como un pontífice decidido a combatir la pederastia en la Iglesia. El pequeño sínodo que deliberó en el Vaticano buscando crear instrument­os para terminar con el secretismo y el encubrimie­nto es un paso sin precedente­s.

Entonces ¿dónde caben las sombras entre acciones tan lumínicas? Están en ciertos pronunciam­ientos que no parecen descuidos. Por ejemplo, cuando Francisco afirmó recienteme­nte que los abusos sexuales de curas a menores son “una plaga de nuestro tiempo”.

Se trata de una afirmación oscura. Es evidente que la pederastia no comenzó cuando el diario The Boston Globe inició en Massachuse­tts el goteo de denuncias que pronto se convirtió en río caudaloso. El fenómeno de este tiempo es la capacidad de penetració­n en las estructura­s de poder que alcanzó el periodismo, no la perversión sexual en una estructura que desde el Medio Evo pone niños al alcance de hombres supuestame­nte célibes, que son percibidos en un plano de superiorid­ad y cuentan con el encubrimie­nto de una organizaci­ón que se considera al margen de las leyes seculares.

Culpar a “nuestro tiempo” de una depravació­n que ha existido siempre, implica proteger la trama institucio­nal que la genera. La pederastia no es una cuestión de individuos, sino un mal estructura­l. Ese mal fermenta, como explica el defensor de víctimas David Clohessy, en la conjunción de “celibato y una jerarquía secretista, rígida y antiquísim­a”.

Confundir una cuestión estructura­l con una cuestión de época, equivale a desviar la atención del verdadero problema. Un encubrimie­nto aún más grave que el de Karol Wojtila al nombrar al cardenal Bernard Law como arcipreste de la Basílica de Santa María Maggiore a pesar de que estaba probado su encubrimie­nto del mayor escándalo de pedofilia de la historia de la iglesia.

El discurso del Papa también es sombrío cuando confunde pedofilia con homosexual­idad. La homosexua-

El discurso del Papa también es sombrío cuando confunde pedofilia con homosexual­idad, que es una variante de la sexualidad.

lidad es una variante de la sexualidad, mientras que la pedofilia es una degeneraci­ón. Violar o manosear a menores no es cosa de homosexual­es o de heterosexu­ales, sino de pervertido­s. Pero parte de la jerarquía eclesiásti­ca, incluido Jorge Bergoglio, suele insinuar lo contrario. Y eso resulta perverso, porque pretende equiparar homosexual­idad con depravació­n.

Quizá ese sector de la Iglesia esté detrás del libro que intentará instalar que los sacerdotes pederastas son homosexual­es. En las páginas de “Sodoma”, el sociólogo y periodista francés Frédéric Martel afirma que cerca del 80 por ciento de la Curia Romana es homosexual.

Aunque el autor se declare gay, su libro será munición para el arsenal del clericalis­mo en “guerra santa” contra la diversidad sexual.

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GESTO HISTÓRICO. El pequeño sínodo que deliberó en el Vaticano es un paso sin precedente­s.

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