La decisión de Francisco
El gran tema de conversación que entretiene a la opinión pública globalizada es, hoy por hoy, el cambio disruptivo. Cada institución, cada industria, cada ritual, cada costumbre arraigada en la sociedad parece condenada a pulverizarse en breve por los vientos huracanados de la Historia. Para bien o para mal, según el caso. La iglesia católica, uno de los pilares milenarios de la cultura occidental, no es ajena a semejante vendaval, apalancado por las diariamente renovadas tecnologías de la información. Quiso el destino que el timón de tamaña tormenta quedara en manos de un argentino, curtido como sus compatriotas en la lógica de la disrupción cotidiana. ¿Será una ventaja cultural para Francisco?
Como bien señalan los columnistas de NOTICIAS que esta semana escriben sobre el tema, la crisis básica del Vaticano es de credibilidad, que se traduce en una pérdida imparable de fieles e incluso de aspirantes al clero. Tanto James Neilson como Claudio Fantini demuestran, en sus artículos de esta edición, que los escándalos de pedofilia eclesiástica son el talón de Aquiles del pretendido discurso renovador y de transparencia que ensaya desesperadamente la Iglesia, apoyada en el carisma de su máximo jefe, importado desde Buenos Aires. Ambos columnistas indagan, desde distintos ángulos, las luces y sombras de la reciente “cumbre contra la pederastia” convocada por el Papa, que logró un resultado dispar. El gran desafío de Bergoglio es convencer de una vez por todas al mundo que el Vaticano se arrepiente -como le viene pidiendo a sus fieles desde hace dos milenios- de su complicidad con el abuso de menores por parte de sus sacerdotes, en muchos casos de alta jerarquía institucional. Pero para ello, primero deberá mostrarse convencido de que este tema solo puede ser atacado a fondo, cortado de raíz, con la valentía de la honestidad total.